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Opinión

Socialdemocracia: alemana por nacimiento

Al no comprender la dialéctica de los procesos políticos, los dogmáticos de derecha o de izquierda, pierden el sentido del momento histórico y desperdician oportunidades. Antes cuando los socialdemócratas se radicalizaban se volvían comunistas, mientras estos, al sofisticarse, descubren el liberalismo y la socialdemocracia. Ante el resultado de las recientes elecciones federales en Alemania, algunos comentaristas se han referido al “regreso de la socialdemocracia”.

La verdad es que esa corriente política nunca se fue de Alemania ni dejó de influir en aquella sociedad. Todos los gobernantes de la postguerra, de alguna manera se han inspirado en ella. Angela Merkel, influida además por su experiencia de vida bajo el socialismo real, aunque milita en el Partido Unión Demócrata Cristiana, de tendencia centrista, deja alta la varilla.

La socialdemocracia, el partido más antiguo del mundo, con más de 150 años, no es sólo expresión de una corriente política, sino una doctrina de matriz socialistas, ponente de un modelo económico y político en el cual el estado y la democracia son protagonistas. Uno de sus fundadores, Ferdinand Lasalle, fue categórico: “Si los trabajadores quieren que cambie su situación, deben comprometer al estado a que los convierta en ciudadanos con igualdad de derechos y les permita gozar de seguridad económica”.

En Alemania que demoró en alcanzar la unidad nacional (1871), la democracia debutó tardíamente con la constitución de la República de Weimar en 1918, donde la socialdemocracia gobernó en los primeros años, enfrentando conspiraciones y movimientos de izquierda y derecha, entre ellos el de los espartaquistas, una fracción radicalizada de la socialdemocracia que en 1919 intentó instaurar un Estado al estilo bolchevique, lo cual dio lugar a trágicos enfrentamientos y a la separación definitiva entre socialdemócratas y comunistas alemanes.

El trauma que para Alemania significó la Primera Guerra Mundial en la cual fue derrotada, arruinada, humillada y saqueada por el revanchismo de los vencedores, incapaces de distinguir ante el pueblo y las elites que provocaron la guerra, la socialdemocracia fue eje de la contradicción de ser, a la vez de izquierda, nacionalistas y anticomunistas (en el sentido de contrario a los bolcheviques).

La división de la izquierda y la intensidad de un proceso político en el cual fue determinante la pobreza derivada de la guerra y del Tratado de Versalles, todo ello unido a las consecuencias de la “Gran Depresión”, abrieron las puertas para el triunfo de la derecha y el encumbramiento de Adolf Hitler, el gran demagogo que, usufructuando el prestigio de la izquierda, se presentó ante el abrumado país como una “opción revolucionaria”, denominando al movimiento que lo apoyaba como Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo.

En 1932, los nazis obtuvieron la mayoría parlamentaria y Hitler fue nombrado Canciller de Alemania e inmediatamente se autoproclamó Führer del III Reich. En 1933 la democracia alemana cometió suicidio cuando en parlamento aprobó una “ley habilitante” que concedió a Hitler poderes para gobernar por decreto. La oposición socialdemócrata fue doblegada. Fue el último clavo en el ataúd de la República de Weimar.

El resto de la historia es conocida. La democracia tardaría 16 años en retornar a Alemania cuando en 1949, tras la II Guerra Mundial, fue proclamada la República Federal de Alemania. La socialdemocracia moderna nació en la ola de innovación y creatividad teórica y política que en los siglos XIX, XX y XXI dio lugar al nacimiento y despliegue de las principales corrientes filosóficas y políticas de la modernidad que ampararon grandes partidos políticos, entre ellos: liberales, comunistas, socialdemócratas y socialcristianos. Cuatro siglos de una historia plagada de luces y sombras como la de la socialdemocracia es imposible de agotar con 600 palabras.

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