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Opinión

A propósito de mi reciente artículo “Socialdemocracia: Alemana por nacimiento” publicado en este diario, Roberto Molina, destacado periodista de Prensa Latina, después de recordar que la socialdemocracia es parte de la génesis del bolchevismo y que Lenin fue primero marxista, luego socialdemócrata y más tarde bolchevique, o todo mezclado, me contó una deliciosa anécdota. 

 “En mayo de 1972, Richard Nixon visitó Moscú, y sus entrevistas con Leonid Brezhnev derivaron en acuerdos para enfriar un poco la carrera armamentista, sobre todo la nuclear. Antes de su visita, o durante ella, en esos "improvisados" contactos con la prensa, un reportero le preguntó si ante los avances económicos del comunismo: ¿cuál sería la posición política de Estados Unidos en materia ideológica? Nixon, sin titubear respondió: Aún nos queda la opción de la socialdemocracia. ¿Qué te parece?”.

Probablemente el críptico comentario de Nixon más aplicable a la Unión Soviética de entonces que afectada por el inmovilismo característico de la era Brezhnev y urgida de emprendimientos reformistas, se asoció con las tesis, a pululo en la época, entre ellas la llamada Teoría de la Convergencia.

La Convergencia fue una corriente del pensamiento occidental que desde los años sesenta del siglo XX sostuvo que el desarrollo económico y tecnológico, las ciencias, las finanzas y el comercio, unido a los contactos e intercambios humanos y a otros procesos culturales en las sociedades capitalistas y socialistas de entonces, experimentaban una tendencia a la desideologización y la convergencia que paulatinamente eliminaría las diferencias entre ambos sistemas sociales. En épocas de Nixon y James Carter, Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger, convirtieron aquellas ideas en virtuales políticas de estado.

Las tendencias de matriz tecnológica eran reforzadas por procesos reformistas que desde el capitalismo avanzaban hacía los “estados de bienestar” y el “eurocomunismo” y desde Europa Oriental se enrumbaron a versiones de “socialismo con rostro humano” que encontraron su mayor desarrollo en la exChecoslovaquia que vivió la “Primavera de Praga” sofocada por la intervención del Tratado de Varsovia liderado por la Unión Soviética.

Presumiblemente, la Convergencia y la Coexistencia Pacífica, tenían potencial para terminar con la “Guerra Fría” y conducir la evolución al establecimiento de modelos políticos híbridos, regidos por cánones tecnocráticos. Naturalmente desde el socialismo real se rechazó la tesis, aunque finalmente para aquel sistema fue peor. Todavía hoy, con otros contenidos y acentos, la tesis de la convergencia se menciona respecto a Rusia y occidente.

Apremiado por la crisis de los años treinta, Franklin D. Roosevelt presidente de los Estados Unidos, adoptó medidas que enfrentaron dogmas liberales como el de “la mano invisible del mercado” y promovieron el involucramiento del estado en la economía, aproximándose a enfoques socialdemócrata, con menos calado, también lo hizo Barack Obama. Aunque apunta en esa dirección, la propuesta de Bernie Sanders es diferente porque se trata, no de medidas emergentes, sino de un programa para implantar en Estados Unidos una corriente socialista democrática que, inevitablemente, se teñirá con matices socialdemócratas.

Aunque el mundo ha cambiado y Estados Unidos y Occidente no sienten el apremio de la URSS, lo cierto es que, como tendencia general, la evolución social no se detiene y el progreso auspicia cambios que se realizan con prudencia y mediante reformas, evitando traumas sociales, tensiones extremas y rupturas violentas, Nixon que no era particularmente versado en tales temas parece haberlo intuido. La opción socialdemócrata fue para él una solución de salida. Pudo ser peor.

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