Opinión

Elitismo olímpico

Por una extraña paradoja, los países del socialismo real, hicieron suyos los criterios del barón Pierre de Coubertin (1863-1937), un aristócrata francés a quien su gobierno encomendó en 1896 la fundación de lo que luego sería el Comité Olímpico Internacional.

Desde esa posición, Coubertin, organizador de los Juegos Olímpicos de la Era moderna, impuso las concepciones acerca del deporte como una práctica ajena a todo interés material, mediante sanciones deportivas de por vida. Nació así la idea de la “pureza del amateurismo” y la regla del deporte olímpico como “amateur puro”.

Coubertin no ignoraba que sólo los jóvenes de clases altas y familias ricas podían practicar el deporte de alta competencia de modo aficionado, sin percibir ni un centavo. De ese modo los sectores populares, quedaban virtualmente excluidos del olimpismo químicamente puro y dependían de las dádivas y mecenazgos para poder entrenar y competir.       

Afortunadamente la democracia basada en el respeto y la participación de las mayorías, impusieron otra lógica y, rápidamente, el deporte profesional se convirtió en una ocupación y un negocio tan digno y legítimo como el circo, el ballet y cualquier otro espectáculo, sobrepasando el elitismo a lo Coubertin, que frustró a generaciones de talentos que no podían competir porque tenían que trabajar para vivir, cosa que no necesitan hacer los aristócratas.

Otro elemento que pudo ser una virtud del olimpismo pero que, debido al relativismo moral no funcionó, fue la separación del deporte y la política que cerraba el paso a reclamos populares, aunque se aplicaba a conveniencia de los círculos de poder.

Todavía hay quienes cuestionan que jóvenes de remotas y empobrecidas comarcas africanas, asiáticas y latinoamericanas se sumen a los más importantes clubes y equipos deportivos de Europa, los Estados Unidos y otros países ricos, ganen allí elevados salarios e incluso integren sus selecciones nacionales. Se trata de procesos globalizadores que suprimen barreras y abren oportunidades.

Francamente me encanta que jóvenes argentinos, brasileños, mexicanos, cubanos, africanos y de todos los países sean ídolos de las juventudes de todo el mundo, incluso héroes populares en países en los que no nacieron.

Pudieran contarse innumerables anécdotas de la desafortunada mezcla de política, racismo e ideología con los deportes. La Alemania nazi trabajó para convertir la Olimpiada de 1936 en una operación propagandística a favor del fascismo y el racismo.

Un grupo de países trató de boicotear aquellos juegos, lo cual no fructificó, entre otras cosas, por la posición contraria de Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico de los Estados Unidos. El vergonzoso sometimiento de las burocracias deportivas europeas a las reglas nazis, se expresó en el hecho de que, entre casi 4 mil atletas, sólo dos estadounidenses eran judíos. Entonces el único gobierno que se sumó al boicot fue el de la República Española.

La estrella de los juegos fue el afroamericano Jesse Owens, ganador en 100 y 200 metros, relevo 4×100 metros y salto de longitud, a quien Hitler rehusó saludar, ofensa completada por el presidente Franklin D. Roosevelt que no lo invitó a las celebraciones en la Casa Blanca. En 1990 el presidente George Bush lo desagravió al concederle la Medalla de Honor del Congreso... diez años después de muerto.

Si bien no hubo consenso para boicotear la olimpiada de Berlín en 1936, convertida por Hitler en una exhibición propagandística, lo hubo para que 62 países (entre ellos China) sabotearon la de Moscú 80 para castigar a la Unión Soviética por la invasión a Afganistán, en respuesta la URSS promovió una acción semejante respecto a la de Los Ángeles en 1984, a la cual se sumaron 15 países.

En 1968, México dio una batalla decisiva para impedir una maniobra de los jerarcas sudafricanos con el Comité Olímpico Internacional para reincorporar atletas sudafricanos a su Olimpiada que, por esa razón, fue amenazada por el boicot de los países africanos, árabes, caribeños y del bloque socialista. Frente al apartheid el presidente Gustavo Diaz Ordaz fue categórico: “Esos cabrones no entran”.

De un modo u otro la humanidad avanza y las mayorías acceden a la educación, así como a la práctica y el disfrute de los deportes que, cada vez más, se ejercitan como un derecho de los pueblos.