En los convites por invitación, incluidas bodas y cumpleaños, la convocatoria depende de las preferencias o caprichos del anfitrión. Así ocurre con la Cumbre de las Democracias convocada por el presidente de los Estados Unidos Joe Biden para el 9 y 10 de diciembre. Él invita y escoge.
Primero se dijo que se trataría de una Cumbre mundial sobre la democracia lo cual, pendiente de la forma y el contenido y de los protagonistas, pareció un cometido pertinente por tratarse de un tema de interés para todas las sociedades contemporáneas. Luego la información se matizó y ahora se enfoca como una Cumbre de las Democracias que, además de estadistas y gobernantes incluirá a otros actores de la sociedad civil y del sector privado.
El adjetivo mundial desapareció debido a que los invitados son 110 países, 100 menos de los existentes y no está claro lo que en dos días, Biden intentará. El hecho de que haya anunciado que, transcurrido un año se realizará otro evento semejante para evaluar los avances, sugiere cierto tono vinculante. ¿Será un nuevo foro?
Una convocatoria de amplitud análoga fue realizada por otros dos presidentes estadounidenses, Woodrow Wilson que ante la carnicería que significó la Primera Guerra Mundial promovió 14 Puntos que servirían de base al reordenamiento de las relaciones internacionales con el fin de evitar nuevas guerras. El último de los ítems proponía la creación de la Sociedad de Naciones que estuvo integrada por 42 países, 12 de ellos latinoamericanos y fracasó al no poder impedir la II Guerra Mundial.
El otro fue Franklin D. Roosevelt que en el contexto de la II Guerra Mundial concibió la ONU, idea endosada por Joseph Stalin y Winston Churchill y por otros 47 Estados, 19 de ellos latinoamericanos. El resto eran colonias, formaban parte del “eje nazi o estaban aliados al fascismo.
El proceso lo iniciaron Franklin D. Roosevelt y Churchill, que en 1941 suscribieron la Carta del Atlántico donde por primera vez se utilizó el término “Naciones Unidas” y culminó en 1945 en la Conferencia de San Francisco en la cual 50 países aprobaron la Carta de la ONU la más eficaz de las organizaciones internacionales que han existido.
En ninguno de los eventos mencionados hubo dicusiones teóricas o filosóficas, exceptos el debate suscitado en torno al “veto” fórmula a la que, en bloque se opuso América Latina que consideró inaceptable que ante un diferendo en la región hubiera que contar con la quiescencia de Stalin, Chiang Kai-shek u otros gobernantes europeos, lo cual dio lugar a la Conferencia de Chapultepec, en la cual, como “premio de consuelo” se acordó crear la OEA para ventilar los asuntos hemisféricos.
Al excluir visiones alternativas como las sostenidas por China, Rusia y Cuba, lo que pudiera ser una reflexión plural y diversa sobre asuntos comunes, se desencamine hasta convertirse en un momento para “predicar a los conversos” y en una oportunidad perdida. Difícilmente, respecto al fondo de los asuntos asociados a la democracia, Biden escuchará alguna opinión divergente. Las exclusiones crean el riesgo de que lo que pudiera ser un conjunto de reflexiones atinadas, se convierta en una oportunidad perdida. Desde cualquier punto de vista, la democracia supone pluralidad de ideas, variedad de enfoques.