La errónea posición de que rectificar en la esfera política ponía en peligro el socialismo, llevó al inmovilismo y a actos represivos tan brutales como la intervención soviética en Hungría en 1956 y la invasión del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia en 1968, hechos que paralizaron la evolución política del socialismo real. Las más trascendentales innovaciones políticas propuestas por los bolcheviques fueron la sustitución de la democracia liberal por una dictadura del proletariado” y realizar la revolución mundial. En la estación ferroviaria donde en 1917 fue recibido al regreso del exilio, Lenin dejó perplejos a los presentes, incluso a sus partidarios al declarar: “¡No nos interesa la república parlamentaria…! ¡No nos interesa ningún gobierno que no sea el de los soviets…! ¡Iniciaremos la revolución internacional!
Aquellas propuestas no resultaron viables por lo cual, alrededor de 1936, durante la redacción de la nueva constitución, el propio Stalin, condujo una rectificación política que llevó a la renuncia, tanto de la dictadura proletaria como de la revolución mundial. La primera se sustituyó por una institucionalidad parlamentaria cooptada y la revolución mundial por la construcción del socialismo en un solo país. Luego vinieron otras rectificaciones, la desestalinización iniciada en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética que, si bien no fue cabal, resultó trepidante. Otros momentos políticamente sísmicos fueron la ruptura de China con la Unión Soviética y la larga confrontación entre ambas potencias socialistas.
Del proyecto original de dictadura del proletariado sobrevivió la idea del partido único que estuvo vigente hasta diciembre de 1998 cuando bajo enormes presiones, Mijail Gorbachov declaró que: “Cualquier artículo de la Constitución podía ser revisado o suprimido, incluso el artículo 6 que establecía el papel dirigente del partido”. Entre otras cosas, Gorbachov recordó que en la Constitución promulgada por Lenin en 1918 no se mencionó al partido, ni la de Joseph Stalin en 1937 le atribuía ningún papel dirigente, asunto que fue entronizado por Leonid Brezhnev en 1977. No había entonces compromiso histórico con sostener la idea del partido como dirigente superior, ni cambiar unos párrafos significarían desconocer a la organización.
Entre los recuerdos a los que raras veces aludo porque al ser obtenidos como parte de labores oficiales, no me pertenecen, hay uno que viene al caso. Por razones más o menos circunstanciales, en los años ochenta, formé parte de la Comisión Redactora del Programa del Partido que lideraron los compañeros Jorge Risquet (†) y Humberto Pérez, entonces destacados miembros del Buró Político. Debido a la insistencia de algunos compañeros, en el texto se aludió a la “dictadura del proletariado”
Cuando el proyecto estuvo listo fuimos invitados a una reunión de la Comisión Preparatoria del III Congreso formada, entre otras entidades por el Buró Político presidido por Fidel que, como distraído pasaba las hojas del texto. De pronto, sin tonos ni acentos confrontacionales, como quien duda, se dirigió Carlos Rafael Rodríguez, también miembro del Buró Político y el más experto marxista en la sala. “Carlos, preguntó: por qué si hace más de 40 años los soviéticos renunciaron a la dictadura del proletariado, nosotros la invocamos”. “Fidel, respondió, el aludido, es un lenguaje que todavía se usa...” “¡Ah, es por eso! porque todavía se usa...” Aquel programa fue aprobado por el III en 1986 y descontinuado por IV.
En materia de reformas ninguna experiencia es más negativa que las que en la Unión Soviética lideró Gorbachov que no pudieron impedir el colapso del socialismo. Ocurrió así, tal vez porque el esfuerzo llegó cuando las deformaciones eran demasiado profundas o porque no fueron bien conducidas o por una combinación de ambas. En cualquier, caso la variable tiempo fue decisiva. Al aprobar la Constitución de 2019 en Cuba se realizaron reformas políticas profundas, entre ellas la conversión del modelo político en un “estado de derecho”, todavía en construcción, ante se desmontó el ateísmo y se restableció el laicismo estatal e institucional. Todo ello evidencia que, en lugar de dañar el sistema político y la cohesión social socialista, las reformas políticas necesarias las refuerzan.