Ucrania, más exactamente la “Rus de Kiev”, fue el primer Estado eslavo que existió entre los siglos IX al XIII, fue tronco común de Rusia y Ucrania. Contando desde Pedro I El Grande, el Imperio Ruso fue conducido por 10 zares y cuatro zarinas, expandiéndose por Europa y Asia Central, llegó a América por Alaska y al Mar Báltico, anexó el Norte de Persia (Irán) y partes de Mongolia en el Extremo Oriente. En 1914 sumaba 22.800.000 km².
Durante la Primera Guerra Mundial todas las fuerzas políticas avanzadas rusas repudiaban al régimen zarista. Los mencheviques forzaron la abdicación del zar en febrero de 1917 y los bolcheviques encabezaron la Revolución de Octubre que optó por mantener unido al imperio, enroscándose en una intensa guerra civil. En 1920 fue reconocida la independencia de Estonia, Lituania, Letonia y Finlandia. Ucrania, no corrió la misma suerte. En 1922 se integró a la Unión Soviética.
En 1917 la Rada Central Ucraniana, forma de autogobierno, proclamó la República Popular de Ucrania. En 1920 se fundó la República Socialista Soviética de Ucrania que en 1922 se integró a la Unión Soviética. En los años treinta a las imposiciones ideológicas características de la transición al socialismo, se sumaron el ateísmo, la crítica y la represión al nacionalismo ucraniano. Intelectuales y activistas, incluidos los del partido fueron arrestados, juzgados, condenados, fusilados o internados en los Gulag. En 1941 Alemania invadió a la Unión Soviética y comenzó la Guerra Patria. Los nazis ocuparon Ucrania dando inicio al más desafortunado de los capítulos de su historia en el cual se mezclaron el patriotismo ligado al socialismo, la resistencia a los nazis, la oposición al comunismo y el nacionalismo extremo. En ese contexto hubo fuerzas de derecha que pactaron con los nazis que los despreciaron y los reprimieron, el destino de Stephen Bandera, fue elocuente. En 1944 los Ejércitos soviéticos expulsaron a la Wehrmacht de Ucrania. Como para toda la Unión Soviética, la posguerra fue para Ucrania un período de prosperidad económica y paz social, no obstante, periódicamente rebrotaban la crítica y la represión a los intelectuales tildados de “nacionalistas” que, según se afirmaba “amenazaba sistema socialista”. Toda crítica al régimen soviético o a la rusificación era reprimida.
Hace ahora 30 años, el 8 de diciembre de 1991, Boris Yeltsin y dos incluseros Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkévich, entonces presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, se reunieron en el bosque de Belovezhskaya y entre los tres: ¡Sólo ellos tres!, acordaron la disolución de la Unión Soviética. Esta vez Ucrania y Rusia coincidieron no sólo en decisión de suprimir a la Unión Soviética sino en la de restablecer el capitalismo en sus países, todos concordaron en aproximarse a Occidente, construir alianzas con Europa y Estados Unidos, incluso integrarse a la Unión Europea y a la OTAN, aspiración también acariciada por Rusia. Me inclino a creer como Putin que no se llegara a la confrontación militar, lo cual además de estúpido seria criminal. No encuentro a quien mencionar como mediador políticamente solvente como para interponer sus buenos oficios y ser escuchado. No hay a quien apelar que no sea a los líderes de Rusia y Ucrania ni argumentos que esgrimir, solo queda pedirles: ¡Paren ya! ¡Están a tiempo! Allá nos vemos.