En la agonía de su poco destacable mandato, el presidente de Colombia, Iván Duque, enfrenta la carga de saber que gracias a eso su partido y la derecha colombiana en general muy posiblemente sean derrotadas en el próximo mes de mayo en las elecciones presidenciales.
No se trata sólo de alineamientos políticos sino de la poca o nula credibilidad que tiene entre sus aliados de la derecha y la extrema derecha, aún dentro de su mismo partido, el Centro Democrático, regido con mano de hierro y sin posibilidades de disidencia por el expresidente Álvaro Uribe hasta hace poco considerado “indestronable”.
Uribe llegó al poder prometiendo mano dura contra la guerrilla que, ya en el máximo de su degradación, se había ganado el repudio de la población especialmente por los secuestros, mostrados en imágenes y declaraciones de ex secuestrados como la deshumanización total. Como el secuestro se había hecho tan generalizado, la población tenía el temor fundado de ser una víctima potencial de esas “retenciones” como las llamaban eufemísticamente las FARC.
Uribe efectivamente se apuntó éxitos en su combate a las FARC, por lo cual no tuvo prácticamente oposición cuando, violando la Constitución, la hizo modificar legislando en causa propia para que se aprobara la reelección presidencial en la que, estaba seguro, saldría victorioso. La aplanadora de sus áulicos no permitió oír el ruido atronador de los falsos positivos, esos crímenes de lesa humanidad mediante los cuales el ejército, con su beneplácito, asesinaba jóvenes inocentes a quienes presentaba como muertos en combate para aumentar las cifras de bajas a la guerrilla.
El poder lo engolosinó de tal manera que quiso ejercer todavía en un tercer periodo, pero la Corte Constitucional se le atravesó e impidió la consagración de una dictadura con apariencia de legalidad.
Después del traspiés que le representó Juan Manuel Santos, elegido con su desganado apoyo mediante una campaña de mentiras semejante a la del NO en el plebiscito, con la que asustaron a la población diciendo que a la guerrilla le iban a escriturar la mitad del país, pero que casi de inmediato “lo traicionó” con su disposición a dialogar con la guerrilla, Uribe necesitaba una persona cuya levedad garantizara que nunca tendría la fuerza para “voltearse” y ese fue Duque.
Desde el inicio de la campaña se vio lo que sus contradictores habían anunciado: Duque carecía de experiencia, carácter y conocimientos y muy difícilmente lograría generar credibilidad. Le pintaron entonces canas a ver si así aparentaba seriedad. Pero él actuaba como el niño que logró quedarse con la pelota en el juego: tocaba guitarra, hacía dúos con cantantes de moda, no importaba que se hubieran disfrazado de paramilitares en las carátulas de sus discos. Y así continuó después de elegido: en giras internacionales privilegiaba la visita a los estadios para hacer cabezaditas con la pelota y, en el colmo de la abyección, le dijo al rey de España que “el presidente Uribe le mandaba saludes, que lo quería mucho” como si el presidente no fuera él.
El desconocimiento a la autoridad de Duque no ha hecho sino crecer con el paso del tiempo, empezando por sus mismos aliados del Centro Democrático. No podía ser de otra manera si él mismo dijo que Uribe era el presidente eterno.
Ahora, cuando aún cualquier predicción electoral es prematura, parece; sin embargo, muy posible la derrota de la extrema derecha. Hasta el momento Gustavo Petro, el candidato de izquierda, aparece imbatible en todas las encuestas, pero la centro izquierda y la derecha que pretende parecer de centro aún no definen su candidato, así que Petro es el único en firme (los demás son precandidatos) y en Duque y la derecha tiene a sus mejores jefes de campaña porque sus ataques son tan desquiciados que lo fortalecen.
Mientras tanto, la banalidad de Duque y su falta de credibilidad debilita a la derecha. El último episodio, la aparente captura de alias Otoniel, el hombre más buscado del país, capo máximo de la Bacrim (banda criminal) Clan del Golfo, exguerrillero y ex paramilitar, que el presidente y el ministro de Defensa presentaron como un éxito militar, parece ser, según confesó ante la Justicia Especial de Paz (JEP) el capturado, una entrega voluntaria.
Las sospechas habían surgido ante la fotografía del “cambuche” de Otoniel en perfecto orden, más parecido a un campamento de verano que el refugio de un fugitivo, con sus botas perfectamente lustradas junto a un catre impecablemente tendido y el “capturado”, sonriente, posando para la foto.
Meses antes el ministro de Defensa, el mismo que le declaró la guerra a Irán, había denunciado que habían hackeado las comunicaciones de ese ministerio, lo cual, vendría a saberse, que no era más que un “falso positivo”. Según el periodista Gonzalo Guillén ocurrió al contrario: los hacker de ese ministerio sabotearon la declaración de un contratista de la DEA que explicaba cómo había sido la entrega de Otoniel.
Como dije, todo vaticinio electoral es prematuro, pero con un presidente que no alcanza el 30 por ciento de aprobación en las encuestas, el reciente estudio con respaldo de Naciones Unidas que demuestra cómo la policía masacró (ese es el término que utiliza) a 28 personas en las manifestaciones del pasado mes de abril y los desmentidos a que se ve obligado el gobierno cada día, lo único seguro parece ser que la derecha tiene un trecho cuesta arriba para las presidenciales.