Los problemas de Rusia con sus fronteras no comenzaron con el acercamiento de la OTAN. No se trata por tanto de una novedad geopolítica. En los últimos 500 años, el Imperio Ruso, la Unión Soviética y Rusia que territorialmente han sido prácticamente lo mismo, han tenido como su conflicto más intenso la seguridad de sus fronteras. Ocurre así porque el Imperio Ruso se construyó durante más de medio milenio con sucesivas anexiones territoriales, llegando a agrupar por la fuerza a más de 100 naciones, nacionalidades y etnias.
La Unión Soviética heredó los territorios del imperio y Rusia asumió el legado de la URSS. Así funcionó hasta 1991 cuando al colapsar la URSS, en su territorio, surgieron 20 nuevos Estados, el más poderoso de los cuales es Ucrania. Al “heredar” al Imperio Ruso, primero la URSS y luego Rusia, hicieron suyos los problemas que aquella entidad había creado, en particular los conflictos nacionales y fronterizos, asociados con la seguridad nacional, el separatismo y las luchas de liberación nacional que acompañaron a la Unión Soviética y que Rusia todavía padece. A diferencia de los imperios europeos, que construyeron sus posiciones mediante conquistas en ultramar, Rusia lo hizo de modo continuado, dando la impresión de que se trataba de un país. Así lo hicieron también Estados Unidos que se expandieron sobre tierra firme, Luisiana y México.
A diferencia de su archiadversario, Estados Unidos, que tiene fronteras amigables sólo con México y Canadá, y ningún enemigo aledaño, Rusia limita con 16 Estados, alrededor de la mitad de los cuales, al formar parte de la OTAN, son técnicamente adversarios. Las asimetrías entre ambas superpotencias, incluyendo las económicas, no pueden ser mayores. No obstante, las armas nucleares, el asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU y la potestad de veto en la ONU, proveen cierta igualdad. A los factores históricos heredados del despotismo zarista que sometió a más de 100 pueblos y nacionalidades, naciones y etnias es preciso sumar los errores cometidos tanto por la Unión Soviética como por Rusia en el manejo de la cuestión nacional.
Por encontrarse enfermo, Vladimir I. Lenin apenas participó en el diseño de la URSS y, en cambio Joseph Stalin, comisario para las Nacionalidades, tuvo un protagonismo desmesurado. Todavía recuerdo la magnífica impresión que me causó la afirmación de Leonid Brezhnev que en el XXIV Congreso del PCUS, celebrado en 1971, en un ambiente de euforia triunfalista, afirmó: “En la Unión Soviética ha surgido una nueva comunidad humana: el pueblo soviético”. Entonces en clases, explicaba aquella realización como la más grande conquista humana del socialismo. Luego cuando la URSS se fragmentó, afloraron los conflictos nacionales y étnicos internos y en ella surgieron más de veinte Estados, supimos que no era cierto. La armonía nacional es de lo más difícil de alcanzar para Estados multinacionales, España, Canadá, Bélgica, Turquía y otros lo saben.