Sin darnos cuenta y, generalmente, sin un proyecto único y detallado, cada uno de nosotros, va construyendo lo que al final de cuentas será su vida: eso que en algún momento uno voltea a ver y dice, satisfecho o decepcionado, esto es lo que soy, lo que he sido, lo que fui. Y como de hecho, todos podemos morir en cualquier instante, a cada instante corresponde su respectivo balance, ya que lo único seguro es lo que hemos llegado a ser hasta este preciso instante. Si ahora mismo la muerte nos sorprendiese y, en mi caso, quedara trunca la escritura de esta reflexión o, en el tuyo, quedara interrumpida la lectura de este texto. Habríamos sido exactamente lo que fuimos hasta aquí.
Sin embargo, la expectativa de un futuro indeterminado, de una muerte a lo lejos, siempre tan distante como el horizonte, nos hace creer que lo que somos ahora es susceptible de mejorar o de empeorar, de permitirnos ser de otra manera, de alcanzar mil formas distintas o, por qué no, de perder lo poco o mucho que hayamos logrado; no importa el signo que atribuyamos a nuestra suerte, el caso es que nos concebimos inacabados, llenos de promesas y formas incumplidas, o sea, todavía indefinidos e inclasificables: con tiempo, con vida por delante…
Pero si es cierto -y lo es- que podemos morir en cualquier instante, entonces no es ocioso efectuar un balance y llevar a cabo las sumas y las restas de lo que hemos sido; efectuar con la memoria honesta una auditoría de nuestro pasado y, más allá de los pretextos y de las coartadas con las que uno normalmente se justifica y engaña, ver lo que hay, lo que somos realmente. Y nuevamente no importa si eso que somos resultó así porque no nos dejaron ser más, o porque uno o muchos nos metieron el pie cuando avanzábamos confiados hacia nuestros proyectos y, tampoco, si nos ayudaron para llegar más lejos de lo que merecíamos. En el balance final solo cuenta lo que hay, lo que se haya hecho, lo que se ha logrado y, por lo tanto, se ha sido.
En este espejo -si es sincero- es donde nos vemos, por fin, definidos, sin el sfumato que provoca el futuro al engañarnos con los sueños que aún dice guardar para nosotros. Este balance nos permite cerrar la cuenta, asomarnos efectivamente a lo que somos, contemplarnos en un presente detenido y cobrar conciencia de que en nuestra vida ha habido demasiadas baladronadas, demasiados aplazamientos, de que perdimos muchísimo creyendo que habría tiempo, que en el porvenir estaba todo lo que queríamos y que, por supuesto, íbamos a alcanzarlo.
La auditoría de la vida, a que los invito, puede efectivamente animarnos a vivir, porque, como de seguro muchos descubrirán tras efectuar las sumas y las restas de los sueños y de los deseos contrastados con los hechos, el resultado da cero y, a veces, hasta se sale debiendo: demasiados años, meses y días por un lado y, por el otro, tan pocas horas que valieron la pena.
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Por: Óscar de la Borbolla