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Opinión

Leer o invocar a Marx

A pocos días del 8vo. Congreso del Partido Comunista de Cuba que, por lo que haga o deje de hacer, será decisivo para el destino de la nación y, a más de treinta años del colapso de la Unión Soviética, sería pertinente volver al marxismo. Ahora sin las condicionales de los dogmas y la sacralización, sería aconsejable, volver a leer a Marx porque no basta con invocarlo.       

Pocas veces el debut y el ocaso de una personalidad han sido tan paradójicos como en Carlos Marx. Dignificado en vida al convertirse, en el primer dirigente socialista internacional y ser demonizado al identificarlo como la personificación del comunismo. Con el tiempo, el Prometeo de Tréveris, devino ícono de una religión de estado y luego se le creyó aplastado por el colapso soviético. Sin embargo, su pensamiento económico y sociológico renacen como una opción ante la crisis tanto del socialismo como del capitalismo, lo cual lo convierte en un pensador global.  

Uno de los intelectuales más relevantes de todos los tiempos, cuyas tesis revolucionaron las ciencias sociales y la política mundial tuvo un final sufrido y anónimo. No obstante, la escasa repercusión de su muerte, su legado es de enorme trascendencia. V veinte años después de su deceso, en toda Europa Occidental existían partidos socialistas y socialdemócratas, en 1899 Alexandre Millerand se convirtió en el primer socialista que integró un gobierno europeo, en 1917 los bolcheviques tomaron el poder en Rusia, y en los años cincuenta los comunistas gobernaban prácticamente la mitad del planeta.

En su sepelio solo estuvieron presentes su hija Eleanor Marx y sus yernos, el cubano Pablo Lafargue y el francés Charles Longuet, los socialistas alemanes Wilhelm Liebknecht, Friederich Lessner, los británicos Carl Shorlemmer y Edwin Ray Lankester, y Federico Engels. Sobre su lápida se escribió un breve epitafio: “Proletarios del mundo uníos”.

Al informar, en una breve nota, el Tribune de Nueva York omitió que el occiso había sido su corresponsal en Londres durante 11 años. La excepción fue aportada por José Martí, quien escribió un artículo para el diario La Nación de Buenos Aires, en el cual, a la descripción del acto celebrado en Nueva York, sumó su sentido tributo personal, no exento de juicios críticos.

Al margen de sus posiciones políticas o credos ideológicos, los científicos sociales, están en deuda con Marx. Lo mismo ocurre con los militantes y los luchadores sociales que desde el radicalismo o el reformismo luchan contra la pobreza, las desigualdades, la exclusión, y se esfuerzan por entronizar la democracia y la justicia social. El Che Guevara dijo verdad al declarar que: “Un revolucionario debe ser marxista con la misma naturalidad con que un físico es newtoniano y un biólogo pasteuriano…”

La época en que las ideologías constituían fronteras, fueron motivo de desavenencias y rupturas entre los luchadores sociales, ha sido superada. En América Latina, como en cualquier otro lugar, las definiciones estratégicas no aluden al credo filosófico o religioso de los líderes, sino al sentido que dan a la lucha política, los perfiles conferidos a la función de gobierno, la utilización de las palancas del poder, su compromiso con las mayorías.

La idea de luchar hasta alcanzar la unidad en la diversidad no es una concesión ni una frase de ocasión, sino una propuesta revolucionaria, válida para cualquier escenario, incluidos aquellos donde como en Cuba ha madurado el pensamiento político y, no obstante, para sostener los consensos políticos alcanzados se requiere de apertura, pluralidad innovaciones trascendentales, nuevos enfoques tácticos y nuevas estrategias. 

Por Jorge Gómez Barata 

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