Hace poco, en diciembre de 2020, leí una nota en el periódico El País cuyo mensaje me hizo reflexionar en asuntos trillados y absurdos para unos, valiosos y significativos para otros. El título de la pequeña nota, El vínculo de un abuelo y su nieto, en torno a un periódico, explica la frase previa: las relaciones humanas y algunos objetos son motivo de diversas lecturas.
“Hoy no has podido ir a por nuestro El País, como cada sábado, hoy he ido yo por ti, por si algún día lo volvemos a leer juntos. El honor ha sido mío, Abuelo”. Pablo Matilla, el nieto, publicó este mensaje en noviembre de 2020. Su abuelo, Carlos Matilla, acababa de fallecer y por primera vez en muchos años no podían acudir juntos a su cita con el periódico. Pablo es especialista en historia contemporánea; consultaba al abuelo por diversas razones, entre ellas, avatares históricos. “Yo le preguntaba cómo había sido tal o cual cosa y él me lo contaba; buscaba cosas para mí, a veces me decía ‘toma este recorte de periódico que era del abuelo, llévatelo’”. Pablo y su padre acudían los sábados a casa del abuelo y la abuela. Juntos comentaban las noticias del día y discutían sobre ellas.
Hay vínculos irremplazables. El de nietos y abuelos es uno de ellos. Ese espacio nos diferencia de especies no humanas. No nos hace ser mejores. No lo somos. Nos distingue por la conciencia de la muerte, por el lenguaje, por la posibilidad de discutir sobre temas diversos, por lograr consensos y discutir disensos. Muchos hilos contribuyen a tejer esos lazos. El periódico es uno de ellos. Lo narrado por Pablo es un sentido encuentro con su abuelo, i.e., un homenaje a la vida. Hay escenas cuyo legado es único. La de Pablo y sus familiares es una de ellas. Saul Bellow, en una carta a uno de sus amigos datada en 1983, expone sus inquietudes: “…estaba sopesando un enigma de la modernidad: ¿por qué en la era de la comunicación estamos al borde de la incoherencia total?”. Below, cuatro décadas atrás, expuso la situación actual de la incomunicación y de la pérdida de contacto. La ecuación es sencilla: entre más medios de comunicación al alcance menos sabemos de las personas. En el mundo líquido, como explicó Zygmunt Bauman, el periódico en papel acerca, alimenta.
En un mundo desbocado y cruel como el nuestro, repasar el evento entre el abuelo y el nieto ofrece una veta de optimismo. El periódico viejo, recortado y doblado, lo sabemos quienes tenemos esa manía o mas bien esa necesidad, adquiere un color amarillento y se rompe al desdoblarlo. Esos artículos son insustituibles. Se les aprecia por muchas razones y en ocasiones son partes esenciales de la vida. Regresar al pasado, y entresacar los recortes macilentos de libros o fólderes es un acto humano maravilloso. Cada recorte tiene dos historias: la noticia escrita y la historia dentro de la historia. ¿Por qué se escogió esa noticia?, ¿el libro donde se guardó se eligió para guardarlo o fue tan sólo el azar?, ¿qué hacía en ese tiempo la persona que leía la prensa y decidió “archivarlo”? Los artículos recortados entre más viejos contienen incontables historias. La de un nieto y su abuelo es una de ellas.
Partiendo de la premisa baudelariana, el escritor George Pérec sostenía que en la vida, “buscar lo extraordinario en lo ordinario” debería ser una actitud frecuente. De acuerdo a su percepción muchos sucesos están ahí pero no los vemos y por ende no los valoramos. Buen ejemplo es el del abuelo y el nieto. Gran vínculo entre ellos fueron las incontables noticias periodísticas leídas y comentadas cada sábado.
Por: Arnoldo Kraus