Se ha llegado a establecer el dicho “dame tu código fiscal y te adivino tu peso”. Aunque el dicho es una exageración parte de diversos estudios alrededor del mundo, y ahora de uno realizado en México, que muestran cómo a mayor cantidad de tiendas de conveniencia en un área urbana (misceláneas, Oxxos, etcétera) y menor disponibilidad de alimentos frescos, el índice de masa corporal aumenta.
En los Estados Unidos empezó a acuñarse el concepto de “desiertos alimentarios” para describir los barrios y zonas urbanas donde lo que prevalece son las tiendas de conveniencia donde solamente se encuentran productos ultraprocesados y donde es muy escaso el acceso a verduras, frutas, granos y cereales enteros. En contraposición, se ha hablado de “oasis alimentarios” esas regiones que cuentan con acceso a alimentos frescos, a los que se ha dado en llamar “alimentos reales”.
Desde 2007, un estudio realizado en los Estados Unidos encontró que el valor de la propiedad indicaba también el acceso o no acceso a alimentos saludables. En los barrios de ingresos bajos prevalece la comida chatarra y en los de altos ingresos se incluye el acceso a alimentos saludables. El término “oasis” es ilustrador de que estas zonas con acceso a alimentos saludables son escasas en los barrios de medios y bajos ingresos a menos de que existan políticas efectivas dirigidas a favorecerlas con la distribución de alimentos frescos.
Contra la evidencia y obviedad de que son los entornos alimentarios los que generan los hábitos de alimentación, las corporaciones de los productos ultraprocesados, de la comida chatarra y las bebidas azucaradas, han creado una ideología que ha vuelto invisible para muchos esta realidad poniendo la responsabilidad de lo que se consume en los consumidores. Es decir, si se consumen altas cantidades de comida chatarra y bebidas azucaradas es únicamente responsabilidad de quien hace esas elecciones, no del entorno.
Francois Chatelet en su Historia de las Ideologías define a la ideología como esa concepción del mundo creada desde el poder para no ser cuestionado. En esta materia, las corporaciones y sus aliados en el poder político y la academia han promovido la concepción ideológica de que la mala alimentación que ellas han creado no es responsabilidad de ellas, si no de los consumidores que realizan malas elecciones. Los padres son los responsables que sus hijos adquieran malos hábitos de la alimentación, no tiene que ver la invasión de sus entornos de comida chatarra, tampoco que las escuelas estén invadidas por estos productos, ni la publicidad multimillonaria que les llega por todos los medios y menos aún el diseño adictivo de estos productos. Esta es la ideología corporativa de la mala alimentación en las que se revictimiza a las víctimas y las corporaciones se eximen de toda responsabilidad.
El entorno es determinante de nuestros hábitos alimentarios y ese entorno en nuestro país ha sido totalmente conquistado por la comida chatarra que se vende en más de un millón de puntos de venta. La corporación Coca-Cola reporta que comercializa su producto en alrededor de 1.5 millones de puntos de venta en nuestro país. Es decir, por cada 20 familias hay un punto de venta de esta bebida. En esos puntos de venta es común encontrar productos de Sabritas, Barcel, Ricolino, Bimbo, Marinela, cervezas, etcétera. Estos puntos de venta son los que conforman los “desiertos alimentarios” y los que se convierten en “el mayor determinante de la salud”.
Algo que explica la catástrofe de salud que vivimos los mexicanos desde antes de la pandemia, y que se ha agudizado con ella, es justamente el cambio dramático que ha ocurrido en nuestro país con el también llamado “paisaje alimentario”.
Cuando nuestros abuelos se levantaban para trabajar ¿qué se servían a la mesa para desayunar?, ¿qué alimentos encontraban en el barrio donde vivían, en el camino al trabajo?, ¿qué se vendía y de dónde venía?, ¿qué comían en el trabajo o cuando lo hacían en casa? Esto puede preguntarse tanto en las familias que vivimos en las urbes como en el medio rural y se encontrará que el cambio ha sido radical.
Y hoy en día nos podemos preguntar lo mismo en la ciudad y el campo: ¿qué se sirve ahora en la mesa?, ¿qué hay en las tiendas del barrio, del pueblo? ¿qué se llega a vender? ¿qué se come en el trabajo y en los hogares? El cambio ha sido radical y explica la llamada transición epidemiológica, es decir, cuáles son las principales enfermedades y causas de muerte en nuestro país, que se ha convertido en una de las mayores expresiones del deterioro de los hábitos alimentarios en el mundo. Lo anterior explica los índices de sobrepeso y obesidad en nuestra infancia, así como la mortalidad por diabetes, que se encuentran entre los mayores del mundo.
En la investigación publicada en el International Journal of Obesity, “El ambiente alimentario de la venta al por menor y su asociación con el índice de masa corporal en México”, se menciona una de las políticas que llevaron a la conformación de este paisaje alimentario que podríamos definir como “tóxico”, de mayor imposición de la comida chatarra en el entorno y, por lo tanto, de mayor ausencia de alimentos frescos.
Una de las políticas que destaca en la penetración de los “desiertos alimentarios” en México fue el Tratado de Libre Comercio de Norte América. Los datos demuestran que a partir del TLCAN explota la importación de materia prima para la elaboración de la comida chatarra en nuestro país, una mayor importación de estos productos desde los Estados Unidos ya manufacturados y se dispara una inversión descomunal de estas corporaciones en territorio mexicano.
Por un lado, se da una mayor penetración de la comida chatarra y al mismo tiempo se golpea a los pequeños productores retirándoles apoyos gubernamentales, permitiendo la importación de productos a bajo costo con los cuales no pueden competir en el mercado, muchos de estos productos con muy altos subsidios en los Estados Unidos. Con esto se afecta la diversidad de alimentos en el país –los pequeños y medianos productores son quienes mantenían/mantienen la gran diversidad de productos del campo que son la base de la rica y diversificada cocina mexicana– y se golpean los mercados locales y regionales. Este proceso se agudiza con la penetración de las cadenas de supermercados y de tiendas de conveniencia.
Pero,todos estos procesos que conforman y determinan nuestro ambiente alimentario no tienen nada que ver con nuestras elecciones ni con lo que comen nuestros hijos, nada que ver con la epidemia de sobrepeso, obesidad y diabetes, nos repiten una y otra vez las corporaciones y sus aliados políticos y académicos. Además de argumentar que el problema está en la falta de actividad física y el consumo de tamales y garnachas. En fin, estas epidemias son responsabilidad de los propios consumidores, de los padres de familia.
Pero quién ha favorecido la expansión de los desiertos alimentarios en México, además de las corporaciones. No dudamos en que hay responsabilidades que deben esclarecerse ante la caída de una trabe en el Metro que causa la muerte a cerca de una treintena de personas. Nos preguntamos si la causa estructural de esta catástrofe viene desde el origen de la construcción, de la calidad de los materiales utilizados o se trata de desgaste y falta de mantenimiento. La atención pública se desborda y los noticiarios y analistas se abocan a ello.
Sin embargo, no se ve, no se pone atención en las políticas económicas fuertemente impulsadas desde el Gobierno y el sector corporativo y en las acciones de esos mismos actores dirigidas a obstruir las políticas de salud pública enfocadas en modificar esos ambientes alimentarios tóxicos. Estas políticas y acciones son las que han favorecido estos entornos alimentarios y la expansión de los desiertos alimentarios en todo el territorio nacional, que se han convertido en la principal causa de enfermedad y muerte en nuestro país. Como consecuencias de estas políticas y acciones, cientos de miles de mexicanos y mexicanas enferman y mueren. ¿Y los responsables?.
Por Alejandro Calvillo