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Opinión

Putin-Biden: En busca de distensión y estabilidad en el conflicto

Toda negociación emerge porque existe, al menos, un destello de esperanza de que las partes encuentren zonas de posibles acuerdos. Incluso entre los más grandes oponentes, las conversaciones son una práctica profesional que no necesariamente nace de la afinidad o el olvido de agravios, sino porque existe el reconocimiento de intereses comunes, por mínimos que sean. La reunión Putin-Biden surge de una multiplicidad de objetivos.

Primero, lo general: estabilidad y predictibilidad. Hay un reconocimiento en ambas partes de que la relación entre Estados Unidos y Rusia se encuentra en su punto más bajo desde tiempos de la Guerra Fría, y de que evitar que las tensiones sigan escalando es un interés compartido.

Segundo, el ciberespacio. Estados Unidos, por supuesto, adjudica al Kremlin su responsabilidad directa en todos los rubros relacionados con ciberataques de agentes estatales, de criminales o de guerra informativa. Putin se defiende diciendo que Moscú no tiene nada que ver con ello, y que, en todo caso, Washington hace exactamente lo mismo. El riesgo es espirales ascendentes de violencia en el mundo cíber que se trasladan a otros ámbitos, lo que genera niveles de inestabilidad en la confrontación difíciles de predecir. El objetivo de Biden en ese sentido es establecer reglas mínimas de comportamiento.

Tercero, el mensaje de político de Biden. El presidente estadounidense busca mostrar a su propia audiencia que él es radicalmente distinto a Trump. Biden sí habla a Putin de manera directa, sí le hace responsable por las violaciones a derechos humanos en su país o por la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses, entre otros temas.

Cuarto, el objetivo político de Putin. Si bien Biden no le da el gusto de una conferencia de prensa compartida, Ginebra sí es una plataforma que atrae toda la atención internacional que le permite comunicar sus propios mensajes, defender su caso, y obtener el trato de par que, en su visión, Rusia merece.

Quinto, controlar las potenciales escaladas militares como ha sucedido con el tema de Ucrania recientemente, el cual desescala precisamente ante la invitación de Biden a esta cumbre.

Sexto, los múltiples temas comunes. Muy al margen de lo anterior, hay un sinnúmero de intereses compartidos entre las superpotencias. Esto incluye, por ejemplo, el control de armamento, el Ártico, la crisis climática, el combate a la pandemia, la cooperación espacial, o bien, temas específicos como la reactivación del acuerdo nuclear entre las potencias e Irán.

La medida del éxito de esta cumbre no está por tanto en su traducción inmediata en logros mayores o en la reducción de las tensiones que seguramente seguirán presentes, sino en la posibilidad de lograr que las fracturas no crezcan más; que la confrontación en el ciberespacio se mantenga bajo lo que se conoce como un “tit for tat” (respuestas proporcionales y limitadas sin que la espiral se siga incrementando), y que en los otros temas de interés común se logre dar algunos pasos en la dirección favorable. Por ahora, además de ciertos compromisos, se ha conseguido que los dos embajadores que habían sido retirados de sus embajadas “para consultas” a raíz de toda la conflictiva suscitada, regresen a las respectivas capitales. 

No obstante, hay ya muchas fuerzas que han sido desatadas en los últimos años. La desconfianza ha aumentado demasiado. La ciberguerra no se va a detener y difícilmente se cumplirá el respeto a las líneas rojas que Biden buscó trazar. La clave estará en ver si, a pesar de ello, ambas potencias consiguen sostener el poder que el diálogo franco, profesional y fluido puede aportar incluso entre los mayores rivales.

Por Mauricio Meschoulam

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