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La ciencia y la tecnología no tienen carácter de clase y no son buenas ni malas. Algunos elementos son de uso dual porque pueden servir al bien y al mal, pero ello no depende de los objetos, sino de los sujetos. En el sentido más estratégico, el progreso económico, científico, tecnológico, la educación y la cultura en sentido amplio, nunca son reaccionarios ni perjudiciales.  

Una de las contradicciones de la contemporaneidad es la existente entre la mentalidad analógica de no pocos líderes y decisores y el entorno digital, formado especialmente por Internet, las redes sociales, la “Internet de las cosas”, la comunicación electrónica y miríadas de aplicaciones referidas a los más disimiles asuntos. Algunos estadistas, altos funcionarios, incluso revolucionarios, son fatalmente analógicos. El cambio de mentalidad demora y se acaba el tiempo.  

Cuando el Presidente Joe Biden concibe la idea de imponer a Cuba un servicio de Internet operado por el gobierno de Estados Unidos, tal como ocurrió con Radio y Televisión Martí, está razonando de manera analógica para un entorno digital. Así hacen también los que en Cuba creen que el control de red forma parte de la “soberanía nacional” en el entendido de que el estado debe y puede interferir con medios físicos como se hace frente a un avión, buque o persona que rebasa las fronteras, o se bloquea como si fuera una frecuencia radial de ondas medias.

En el ámbito digital o en el ciberespacio como se dice, no se opera con armas ni con cosas, sin con códigos que dan acceso a las facilidades de redes de redes formadas por decenas de miles de servidores, ubicados en decenas de los países que facilitan enigmáticos enlaces entre cientos de millones de ordenadores y usuarios, individuales e institucionales que actúan simultáneamente en los más disímiles temas y asuntos. Descontada alguna mala fe, en un altísimo porcentaje el tráfico en Internet es inocente.

A propósito de uno de mis artículos sobre Internet, Víctor Manuel González Albear, exalto funcionario del Partido Comunista de Cuba y una de las mentes más avanzadas de la nomenclatura cubana, razonaba la siguiente hipótesis:

“En caso de que Estados Unidos impusiera a Cuba una Internet gratuita, de banda ancha, asequible para todos los ciudadanos, no podría impedir que los militantes y partidarios del sistema, y las instituciones oficiales (científicas, académicas, políticas, militares, de seguridad, comercio exterior y otras), se sirvieran de la misma, sin costo alguno. De ese modo Estados Unidos suprimiría las limitaciones de acceso a sitios y dominios de Internet ahora bloqueados para Cuba. Si ese fuera el caso, estaríamos en presencia del clásico “tiro en el pie”.

A pesar de los obstáculos creados por el bloqueo de Estados Unidos en la Isla están activas más de seis millones de líneas de telefonía móvil y más de siete millones de usuarios se conectan a Internet, en ambos casos los datos no distinguen a privados e institucionales, ni especifican los que solo acceden a la Intranet. 2.3 millones de usuarios utilizan datos móviles, 1.5 millones lo hacen a través de la Zona de Wifi: y más de medio millón disponen del servicio de Nauta Hogar.

El gobierno cubano que conceptualmente no tiene nada contra Internet y, por el contrario, reiteradamente lamenta y condena las limitaciones que impone Estados Unidos a la operación y a la conectividad de la Isla, pudiera estar de plácemes, otorgar su plácet, alentar la idea del Presidente Biden, incluso mostrar disposiciones para realizarla en conjunto. 

Cuba que cuenta con relaciones diplomáticas con Estados Unidos no debería poner reparos para aportar la “rama de olivo” en este cometido que, de todas maneras, vendrá y hará que Internet y todas las tecnologías de la información florezcan y permitirá que las personas e instituciones cubanas accedan a la red, interactúen con las redes sociales e incorporen a sus entornos la miríada de aplicaciones que hoy existen y, como quiera que lo que abunda no daña, hacerlo en óptimas condiciones técnicas y bajos costos sería ideal.

Cuando en los años 70, del siglo pasado, la administración de James Carter sugirió la apertura de las secciones de intereses en La Habana y Washington, Fidel Castro no vaciló ni un segundo y ante la primera oportunidad que se presentó, sin poner condiciones, el Presidente Raúl Castro, evadió obstáculos y, pasando sobre agravios y prejuicios, negoció para restablecer las relaciones diplomática con Estados Unidos.

Como ya ocurrió una vez, Estados Unidos creó un “segundo carril” e inventó la relación “pueblo a pueblo” como instrumentos de sus políticas contra el régimen social establecido en la Isla. Cuba aceptó aquellos desafíos y los resultados están a la vista.

Sin importar cuán aviesas sean las intenciones, en la relación pueblo a pueblo, los pueblos terminarán por prevalecer. Una vez el canciller Bruno Rodríguez sintetizó una política: “Cuando Estados Unidos cierra, Cuba abre…” ¿Qué tal si ambos abren?

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