En 1965, en carta a Armando Hart Dávalos, Ernesto Che Guevara escribió: “…En Cuba no hay nada publicado (se refería a literatura socialista), si excluimos los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar…”
Con variaciones asociadas al desarrollo, la situación descrita por el Che fue común a los países del socialismo real en los cuales la evolución el pensamiento, la cultura política y las Ciencias Sociales, se ralentizaron para dedicarse a asimilar, como un credo, la lectura soviética del Marxismo-Leninismo, formada por el Materialismo Dialéctico e Histórico, la Economía Política del capitalismo y el socialismo y el Comunismo Científico, lo cual condujo a la precariedad de las Ciencias Sociales.
En Cuba, aunque la definición socialista y la alianza con la Unión Soviética, así como la copia de su experiencia se produjeron tardíamente, cuando ya Stalin había muerto (1953), el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1956) había realizado la crítica al stalinismo cubriéndola con el eufemismo de “culto a la personalidad”, los efectos de aquellas circunstancias fueron profundos.
Aunque en Cuba en los siglos XVIII, XIX y XX, al amparo de las relaciones e influencias de América Latina, Europa y los Estados Unidos, se gestó una profunda cultura y tradición política, y se formaron magnificas élites académicas e intelectuales, el pensamiento social fue condicionado por aquel proceso de asimilación de la cultura socialista que debió enriquecerlo, pero, debido a la lógica de la exclusividad y el predominio ideológico, lo empobreció.
A ello se sumó el subdesarrollo que se reflejó en las Ciencias Sociales, así como la condición de Isla acentuada por el bloqueo de los Estados Unidos que conllevó al aislamiento de América Latina y la Europa Occidental, a lo cual se sumó el éxodo de parte de la intelectualidad, principalmente académicos, periodistas, abogados, médicos, así como ingenieros, técnicos, empresarios y gerentes que junto a la juventud ilustradas y las clases populares, forman el capital humano nacional.
No hace mucho, un investigador cubano me dijo: “En 1898 los americanos estuvieron en Cuba cuatro años, es decir hasta 1902, pero marcaron para siempre a la sociedad cubana; en cambio, la alianza de 30 años con la Unión Soviética apenas ha dejado huellas...” (*)
¡No jodas! Le respondí”. Salvando algunas distancias, en Cuba es de matriz soviética el pensamiento político (excepto el de Fidel Castro), la concepción y la gestión de la economía, los enfoques de las Ciencias Sociales y su enseñanza, el conociendo filosófico, las bases y la metodología para la investigación y la enseñanza de la historia, así como el diseño y funcionamiento de los medios de difusión masiva, especialmente de la prensa.
Por añadidura, son de igual inspiración la institucionalidad, comenzando por las prácticas parlamentarias, la concepción del Estado y del Derecho, incluida la administración de justicia. De aquel legado (lastre) forman parte las concepciones acerca de la democracia.
A pesar de la amplísima y profunda revolución cultural y educacional que es de las mejores obras de la Revolución, las Ciencias Sociales, apenas tuvieron oportunidades. La merecen y el proceso las necesita. El presidente Miguel Díaz-Canel, tiene razón: “Para solucionar cualquier problema, ponerle ciencia es la mejor opción”.
Para predecir lo que le espera, Cuba no necesita de la futurología, sino de la historia. A pesar la gratitud que merece, la Unión Soviética y los países del socialismo real no son sus referentes teóricos ni prácticos, sino su pasado y su espejo, un artefacto que te devuelve tu imagen para que puedas percibir defectos y corregirlos. Los espejos no mienten. Conservar la esencia revolucionaria del modelo obliga a innovar constantemente. Las revoluciones son innovadoras o no son.
(*) Pronto se aclaró que el investigador se refería a expresiones de la cultura como la música, las artes plásticas, el cine, la culinaria y otras, en lo cual tiene razón. La huella soviética es mínima.