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Opinión

El aborto y el día que la SCJN renació progre y libertaria…

Hace muchos años cubrí el tema del aborto. En retrospectiva, ahora que lo recuerdo, no entiendo cómo demonios me mandaron a hacer reportajes sobre el asunto. Y cómo fue que acepté.

¿Qué tenía que hacer un reportero hablando con mujeres que habían abortado? Y con otras mujeres que habían practicado el legrado. Y con madres de mujeres que habían abortado y muerto.

La verdad a lo lejos me parece que fue una de esas incomprensibles decisiones machistas, misóginas, inauditas, producto de la falta de sensibilidad y empatía con las mujeres que había en algunos coordinadores de aquella redacción. ¿Acaso no existían reporteras muy talentosas que podían hacer el trabajo mucho mejor que yo?

En fin, estoy seguro que hoy es impensable que ocurra algo así, pero lo más relevante para platicar aquí no es eso, sino lo que vi, lo que reporteé y plasmé en textos a principios de siglo: el infierno que padecían mujeres modestas que tenían que abortar en clínicas clandestinas. Se trataba de mujeres que por diversas razones estaban embarazadas (violaciones, negativa de sus parejas a utilizar condones, falla de métodos anticonceptivos) y que, en uso de su derecho, de su libertad, no querían continuar con las gestaciones, y entonces terminaban en lugares insalubres, clandestinos, en manos de gente que no estaba capacitada para practicar un eficientemente aborto, o que no tenía ni el 

equipo ni los conocimientos para enfrentar situaciones de emergencia cuando los legrados terminaban en brutales sangrados que acababan con la salud reproductiva o la vida de las mujeres producto de desgarramientos internos.

Eran unas tragedias espantosas: mujeres que siendo muy jóvenes y no tanto perdían la vida, mujeres que siendo muy jóvenes y no tanto quedaban cercenadas para tener hijos más adelante. Una de las miradas más tristes que he visto en mi vida es la de una joven que casi muere durante varios días en una espantosa mazmorra que hacía las veces de clínica, que luego casi fallece en su casa, abandonada por su pareja que la obligó a abortar, y que finalmente sobrevivió mutilada emocionalmente por la imposibilidad de tener hijos debido al desastroso procedimiento del que fue objeto.

El problema es que eso sigue ocurriendo hoy, porque solo en cuatro entidades del país se permite el aborto: Ciudad de México, desde 2007 (sí, apenas hace catorce años), en Oaxaca desde hace dos años (2019), y Veracruz e Hidalgo este año. El resto del país, 28 entidades, son, en los hechos, y para efectos de este tema, paraísos machos, territorios inquisitoriales, donde los hombres ponen por encima de los derechos de las mujeres y de otras personas gestantes sus dizque valores morales, y por supuesto, sus intolerantes creencias religiosas.

Desde 2007 y hasta junio de este año, en Ciudad de México muchísimas mujeres, tantas como 237 mil 643, han podido interrumpir sus embarazos de forma segura, sin poner en riesgo sus vidas por motivos sanitarios. Han sido un promedio de 19 mil 974 interrupciones legales del embarazo por año, mil 414 al mes, 

336 a la semana, 48 mujeres al día que han ejercido a plenitud sus derechos y han conservado su vida y salud. Ellas encontraron en esta ciudad un sitio que no solo les reconoce su derecho a decidir su vida reproductiva, sino que las acompaña en sus decisiones. Y mire usted, de ese total, muchas mujeres provenían de otros estados: 72 mil mujeres que vivían en 28 zonas represivas para sus libertades, 28 regiones que coartan sus derechos a la salud física y emocional. 

Entonces, enhorabuena por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), que estos días renació progresista y libertaria para acompañar a los movimientos feministas que llevan décadas luchando por despenalizar el aborto, pero todavía falta mucho, muchísimo camino por recorrer para que en cada rincón de México cualquier mujer y cualquier persona gestante tenga la posibilidad de decidir lo que mejor le convenga a su cuerpo y a su vida…

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aarl 

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