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Opinión

Kabul y el desplome del sueño neoconservador

Nuestra política exterior va “a la deriva”, escribía un grupo de personas al fundar un centro de pensamiento llamado “Proyecto para un Nuevo Siglo Americano (PNAC)”, en 1997. Washington vive del capital que construyó en décadas pasadas, pero ese capital se está agotando, decían. “Estados Unidos enfrenta el reto de moldear el nuevo siglo” y urge dar un giro a la política internacional de Clinton. Es indispensable redoblar el presupuesto militar, y, con la bandera de la democracia y la “moral”, eliminar a los regímenes hostiles. Esa carta de principios fue firmada por 25 personas. Diez de ellas ocuparon, cuatro años después, puestos clave en la administración de George W. Bush. Personalidades como el vicepresidente Cheney, el secretario de defensa Rumsfeld eran parte de los firmantes. Mucho antes del 9/11, ya argumentaban a favor del cambio de régimen en países como Irak. Y por supuesto, tras los atentados, ellos fueron los arquitectos de las intervenciones militares estadounidenses. Hoy, cuando Kabul cae en manos de los talibanes, vale la pena revisitar sus estrategias.

El grupo en cuestión forma parte de la corriente neoconservadora. Su pensamiento político procede de los años sesenta, muy influenciado por intelectuales como Leo Strauss. Sin embargo, al formular sus ideas como la promoción de la “paz mediante la fuerza”, o el “intervencionismo internacional para expandir la democracia”, el círculo de Bush más bien llevó a cabo sus propias interpretaciones de ese pensamiento. Más aún, algunos de los firmantes de esa carta no eran particularmente ideólogos.

¿Por qué hoy es relevante hablar de su rol del 2001 al 2008? Considere el episodio narrado por Peggy Noonan en el WSJ. De acuerdo con la autora, hacia diciembre del 2001, Bin Laden estaba prácticamente cercado por las fuerzas estadounidenses en su escondite afgano en Bora Bora. El líder de Al Qaeda, según él mismo escribió posteriormente, estaba seguro que era su final. Sin embargo, por razones inexplicables, Bin Laden pudo escapar. De acuerdo con un reporte presentado al Congreso ya en 2009, la responsabilidad de este escape fue atribuida a Rumsfeld, el secretario de defensa en aquel 2001. Tal vez fue un error, dice Noonan. Pero tal vez no se hizo lo suficiente por capturarlo, sostiene, pues de haberlo aprehendido o muerto en ese punto, hubiese sido difícil seguir con lo que ya desde entonces se planeaba: Irak.

Es imposible saber si esa última hipótesis de la autora es sostenible. Pero lo que sí sabemos —y con mirar los planteamientos del PNAC desde 1997 basta— es que al menos una decena de personas de altísima influencia en la administración Bush, estaban aprovechando el momento para echar a andar su visión de la política exterior que no consistía exclusivamente en perseguir a un terrorista. Se trataba más bien de establecer una base sólida para derrocar a todos los regímenes hostiles e impulsar la “democracia y la paz” a través de la fuerza y la hegemonía de Washington.

Para el cumplimiento de estos planes, era básico establecer bases militares e incrementar el número de tropas en Afganistán. Eche un vistazo al mapa de Asia. Afganistán esta ahí, justo en el centro de todo. La meta de los neoconservadores 

que ocuparon la Casa Blanca en 2001 no se limitaba a Al Qaeda. Su sueño era mucho mayor.

Es muy probable que ya desde hace tiempo, aquel grupo neoconservador venía repensando algunas de sus ideas de 1997. Pero esta semana, cuando las últimas tropas estadounidenses dejan Afganistán, y cuando desde la Casa Blanca se justifica el repliegue, aquél sueño que dos décadas atrás no solo habían imaginado, sino que comenzaron a forjar, se termina de desdibujar casi por completo.

 

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