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Opinión

Lo que no debe ocurrir

La era atómica se inauguró por Estados Unidos el 16 de julio de 1945 cuando fue detonada la primera bomba atómica en Alamogordo, Nuevo México. Los escalofriantes datos obtenidos del bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, donde murieron unas 200.000 personas permitieron realizar los primeros estudios acerca de las consecuencias de una confrontación nuclear.

A esas evidencias se sumaron los resultados de las 2.058 pruebas nucleares realizadas entre 1945 y 1992, así como la movilización del potencial nuclear en tiempo real durante la Crisis de los Misiles de 1962 que son ahora procesados con los recursos metodológicos, matemáticos, de computación e inteligencia artificial que permiten calcular el alcance de la tragedia que significaría un enfrentamiento nuclear. Con esos y otros elementos, en 2017 expertos de la Universidad de Princeton, crearon una simulación que expuso la probable secuencia y las consecuencias de un evento semejante. 

Según la hipótesis, el detonante puede ser una crisis mal administrada como resultado de la cual se crean tensiones incontrolables, fracasan negociaciones, la situación se sale de control y ocurre lo que nunca deberá ocurrir cuando una de las superpotencias lanza un proyectil nuclear sobre la otra. Según las presunciones del estudio, en el supuesto que Estados Unidos o un país de la OTAN fuera el atacado, responderían con el lanzamiento sobre Rusia de alrededor de 200 ojivas nucleares.

Rusia que cuenta con capacidad de “segundo golpe”, es decir es capaz de ripostar, realizaría unos 300 disparos nucleares con aviones y misiles de corto alcance contra blancos en Estados Unidos y Europa. Ante la devastación de Europa, Estados Unidos no vacilaría en realizar un ataque masivo contra Rusia con unas 600 ojivas nucleares desde su territorio y desde submarinos, a lo cual el adversario respondería con una potencia equivalente desde instalaciones análogas.

El intercambio de aproximadamente una hora, ocasionaría no menos de 3.4 millones de víctimas sin que hubiera ningún vencedor, por lo cual, el conflicto se escalaria y cada superpotencia lanzaría ataques contra las ciudades más pobladas del adversario. Cinco horas después de la hora “D” habría alrededor de 100 millones de víctimas, de ellas 34 millones de muertos y 57 millones de heridos.

Ese pudiera llegar el momento de parar. Según Sarah Kreps, profesora de la Universidad de Cornell, investigadora sobre la proliferación de armas de destrucción masiva: “...Simulaciones como esta, siempre son alarmantes”, no obstante, son útiles para reforzar la disuasión”. Para la experta, los estragos que evidencian este tipo de ejercicio pueden servir para promover la moderación de las partes.

“El estudio es un poderoso recordatorio de que la amenaza de las armas nucleares no se ha ido”, dijo Jonathan Marcus, corresponsal de asuntos diplomáticos y de defensa de la BBC. “El material ofrece información vital al público”, declaró Dinshaw Mistry, especialista en proliferación nuclear de la Universidad de Cincinnati y autor del libro “Conteniendo la proliferación de misiles”.

Aunque reconocen su utilidad, hubo expertos que señalaron limitaciones al trabajo de Princeton. Mistry, sostuvo que es más probable un enfrentamiento en “pequeña escala” y que: “La simulación sería más útil si mostrara cómo se puede controlar la escalada y limitar los daños” Matthew Bunn, profesor de la Universidad de Harvard, especialista en medidas para controlar la proliferación de armas nucleares, opina que “Sería útil conectar (la simulación) con más información y acciones que podrían tomarse para reducir el peligro”. Por escalofriante y desagradable que resulte investigar, escribir y leer estas cifras, lamentablemente es necesario insistir en ellas.

En realidad, la discusión en torno a Ucrania y la especulación en torno a instalar infraestructuras nucleares letales donde no las hay, se refiere a la guerra. En lugar de más armas, se necesitan menos y en vez de especular sobre la guerra, se requiere hacerlo sobre la paz.

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