A diferencia de Europa Occidental, las relaciones de América Latina con Rusia y Ucrania fueron mínimas o no existieron. El Imperio Ruso estaba demasiado lejos y Ucrania no existió como Estado hasta el 1991. La rivalidad con las potencias que colonizaron las Américas con Rusia y la ausencia de intereses comunes con las repúblicas liberales surgidas de la independencia, dificultaron los contactos.
Ello explica por qué la guerra entre Rusia y Ucrania, excepto por las implicaciones globales y por los efectos de las manipulaciones propagandísticas, no provoca una definición de los Estados latinoamericanos cuya población se ubica entre la neutralidad y la indiferencia.
No es la primera vez, así ocurrió durante las dos guerras mundiales. En la Primera Guerra los países latinoamericanos se declararon neutrales, aunque luego, para acompañar a los norteamericanos que en el 1917 entraron en la guerra, la mayoría, sin implicarse en las hostilidades, se pronunciaron contra Alemania.
Argentina, México, Colombia, Chile, Venezuela y Paraguay se mantuvieron neutrales. La excepción fue Brasil que en el 1917 entró en la guerra, tomó parte en el patrullaje naval en el Atlántico y envió tropas a Europa. México no se sumó a Estados Unidos, ni cedió a la tentación cuando, en el 1917, fue invitado por Alemania (telegrama Zimmermann) a unirse a ella contra Norteamérica con la promesa de que, con la victoria recuperaría los territorios perdidos.
Aunque durante la II Guerra Mundial, prácticamente todos los países latinoamericanos formaron parte de la coalición antifascista liderada por Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña, no hubo acciones en el hemisferio y solo Brasil, México y Cuba tuvieron alguna participación.
Aunque algunos países latinoamericanos establecieron vínculos diplomáticos con Rusia en el siglo XIX, las relaciones con el Imperio de los zares no fueron amplias ni intensas, con excepción de los Estados Unidos de América.
En el 1809, Estados Unidos estableció relaciones diplomáticas con Rusia que, debido a sus contradicciones con Gran Bretaña, apoyó a Abraham Lincoln calificándolo como el “único Presidente legítimo” y, en el 1863, envió seis buques de guerra a la costa Este, mientras otras naves se desplegaron alrededor de San Francisco.
En el 1908 el historiador James Callahan escribió que; “De ese modo Rusia expresó su simpatía por la Unión”. Como expresión de esas relaciones, en el 1867, se llegó a un entendimiento en virtud del cual, Estados Unidos compró Alaska al zar Alejando II, sumando un millón 518 mil 800 km2 a su territorio. El precio fue de 7 millones 200 mil dólares.
En el momento de la compra Alaska estaba habitada por unos 2 mil 500 rusos y 8 mil aborígenes. En marzo del 2014, la Casa Blanca registró una petición de adhesión de Alaska a Rusia, respaldada por 35 mil firmas de ciudadanos estadounidenses. Estados Unidos no inventó el anticomunismo que, como el marxismo y el socialismo son creaciones europeas, pero lo abrazó con una intensidad que lo llevó a una injustificada hostilidad hacia los bolcheviques que incluyó la intervención militar en territorio ruso durante la Guerra Civil del lado contrarrevolucionario.
Franklin D. Roosevelt, que en el 1933 estableció relaciones con la Unión Soviética y durante la Segunda Guerra Mundial se alió con ella en la lucha contra el fascismo, abrió un paréntesis que fue cerrado por Harry Truman, otro presidente que, aconsejado por Winston Churchill, desató la Guerra Fría. La hostilidad fue considerablemente reforzada por la Guerra de Corea que, en esencia, tal como ahora ocurre en Ucrania, fue una guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética por persona interpuesta.
La verdad es que Rusia y Estados Unidos están demasiado lejos y carecen de razones para la confrontación porque, a diferencia de la extinta Unión Soviética, con la cual las contradicciones fueron de naturaleza ideológica, con Rusia no existe ese factor. De hecho, tal vez Estados Unidos esté en guerra con Rusia, pero Rusia no lo está con Estados Unidos. En algún momento comentaré esa paradoja.