La guerra es una aberración civilizatoria, una deformación cultural equiparable a las fallas tectónicas en la estructura geológica del planeta. La guerra habilita a los militares para matar a sus enemigos. A la capacidad letal sobre los combatientes se añade la licencia para destruir los bienes y las estructuras urbanas y liquidar a civiles. La cosecha más macabra fue la de Hiroshima y Nagasaki: más de 100 mil muertos con dos bombas.
El diseño de las fuerzas armadas para operar en el extranjero responde a la necesidad inventada por los Estados de participar en conflictos internacionales para apropiarse de territorios ajenos o defender los propios de quienes quieran hacerlo. De hecho, algunas grandes formaciones militares nacionales se destinan exclusivamente para acciones en el extranjero.
El caso más notable es el de los Estados Unidos que, debido a las distancias a que se encuentra de Europa y Asia y a las barreras naturales formadas por los océanos Atlántico y Pacifico, excepto el episodio de 1812 y el ataque japonés a Pearl Harbor, nunca han sido agredidos por otros Estados. Un país cuyas fuerzas armadas no han combatido en su territorio, es el único que posee flotas navales en todos los océanos, incluyendo 18 submarinos de propulsión nuclear armados con misiles y 11 portaviones nucleares con más de 600 aviones embarcados, un ala de aviación estratégica para operar en teatros alejados, alrededor de 800 bases militares en 70 países, así como varias divisiones aerotransportadas y un cuerpo de Infantería de Marina.
Ello sin contar la batería de miles de misiles de todos los rangos, además de capacidades cibernéticas para la lucha en el ciberespacio y el espacio exterior. Alrededor del siglo XIX, miles de años después de que la guerra se instalara en la cultura como si fuera un hecho “natural” y fatalmente inevitable, se desarrolló la idea de humanizar los conflictos y poco después surgió el movimiento pacifista.
En 1864, convocados por el gobierno suizo, 16 países adoptaron el primer Convenio de Ginebra para la humanización de la guerra, el cual se refería al trato a los militares heridos y apresados y al respeto a la neutralidad de los establecimientos y el personal médico. En 1906 se suscribió un segundo convenio que ratificaba los anteriores y extendía lo acordado a la guerra en el mar y en 1920 se adoptó un tercer acuerdo sobre los mismos asuntos.
En 1949, bajo el auspicio de la ONU, se adoptó el IV Convenio de Ginebra que ratificó los anteriores y amplió la protección humanitaria mediante 150 artículos que abarcaron todo lo relacionado con la población civil, los heridos, prisioneros, protección a civiles, niños, refugiados y a los territorios ocupados, las evacuaciones, la asistencia espiritual y otros asuntos, respecto a los cuales, como acabamos de conocer, las partes combatientes no vacilan en hacer caso omiso. Ochenta años atrás, los antepasados inmediatos de los europeos y norteamericanos que actualmente libran una guerra absurda y bárbara, acordaron suprimir tales prácticas para para lo cual crearon las Naciones Unidas, ahora maniatadas.
La OTAN, una organización belicista de 30 países influye más en los destinos de la humanidad que la ONU, una entidad mundial de casi 200 Estados concebida para asegurar la paz. Luego les cuento por qué ocurre así.