La propuesta del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que promueve un nuevo enfoque para la integración económica de América Latina con los Estados Unidos es una innovación tan relevante que parece una utopía, entre otras cosas porque trata de cambiar la historia. AMLO intenta reinventar el panamericanismo.
Se trata de la más audaz propuesta política regional desde que en los años sesenta la Revolución Cubana, al adoptar el marxismo-leninismo como filosofía, proponerse construir el socialismo y establecer una estrecha alianza ideológica, política y militar con la Unión Soviética, retó la hegemonía del panamericanismo liderado por Estados Unidos.
Comparada con las guerras intraeuropeas, en las Américas se ha peleado poco. Excepto con México (1848-1846) Estados Unidos, aunque ha intervenido militarmente en varios países, no ha librado guerra alguna. Cuba, que tiempo atrás fue su preferida, es el Estado con el cual sostiene el diferendo más prolongado que haya conocido el hemisferio, aunque como ya probaron los presidentes Barack Obama y Raúl Castro, no es insoluble.
El amplio comercio, la riada de hispanos que pueblan Norteamérica, la admiración de los latinoamericanos hacia la cultura, la lengua, la tecnología y el estilo de vida estadounidense, que favorecen un clima de avenencia, no ha logrado los ambientes necesarios para fomentar logros integracionistas como los alcanzados por México y un enfoque tipo Unión Europea con el que sueña López Obrador.
Si bien las asimetrías económicas y las distancias asociadas al ámbito social y a la cultura política, en particular la debilidad de las instituciones civiles son datos contrarios, existen elementos a favor de la propuesta, entre ellos la inexistencia de diferencias ideológicas o criterios divergentes en materia de sistema social o modelos políticos entre Estados Unidos y América, con la excepción de las posiciones de Cuba que, en mi opinión, hoy están más asociadas al bloqueo estadounidense que a credos filosóficos.
Originalmente, el predominio de los Estados Unidos respecto a América Latina surgió como una especie de “estado natural de las cosas” derivado de un conjunto de acontecimientos, más que de una voluntad o de un propósito político. A diferencia de la colonización ibérica, que fue una empresa única, regida, financiada y realizada por la Corona Española con el apoyo del Papado, que abarcó toda la región, la presencia inglesa en Norteamérica se asentó mediante esfuerzos privados, aunque apoyados por la Corona Británica, no regidos por ella, lo que explica el establecimiento de 13 colonias independientes entre sí que, al proyectar su independencia, se unieron para constituir un solo país, los Estados Unidos de América, el fenómeno geopolítico más singular de la historia moderna.
En las colonias británicas de Norteamérica el acuerdo político unitario precedió a la lucha armada, lo cual permitió que, desde su origen, la revolución anticolonial se enrutara por cauces institucionales.
En su conjunto, el proceso estuvo bajo la dirección de los Congresos continentales, se orientó por la Declaración de Independencia, se rigió por los Artículos de la Confederación y más tarde por la Constitución lo cual, entre otras cosas, evitó el caudillismo y la formación de una oligarquía gobernante.
Los fundadores de los Estados Unidos crearon un país de más de dos millones de kilómetros cuadrados dotado de enormes riquezas naturales, constituyendo la primera república moderna y la primera democracia, sin padecer ninguno de los vicios endémicos de sus vecinos. Nunca hubo allí golpes de Estado, oligarquías, caudillos ni camarillas militares y, excepto el episodio separatista saldado con la Guerra Civil, las instituciones han prevalecido siempre.
Antes de que en 1823 se esbozara lo que luego fue la Doctrina Monroe, y en 1898, al ocupar a Cuba, se desplegaran actitudes imperialistas, excepto la guerra con México (1846-1848), el aislacionismo y el desdén hacia lo que ocurría fuera de sus fronteras, más que el intervencionismo fue el rasgo predominante en la política hemisférica de los Estados Unidos.
La reciente y exitosa Cumbre Tripartita del T-MEC fue una oportunidad para que AMLO reiterara su propuesta, esta vez frente a los más importantes interlocutores en la materia, incluso con excelentes maneras emplazó a Biden: “Usted tiene la llave”, le dijo. Justin Trudeau que estuvo atento a los planteamientos de López Obrador llegó a la conclusión de que: “Como continente somos únicos” Aunque queda mucho por andar, los primeros pasos están dados, faltan reflexiones y apoyos.
Serían bienvenido los de la CELAC, OEA, UNASUR, MERCOSUR, ALBA y tal vez Cuba pudiera sumar su respaldo a la idea en el camino para suprimir bloqueo de los Estados Unidos, un asunto en el cual también Biden “tiene la llave”. En cualquier caso, las vanguardias políticas latinoamericanas no deberían ser indiferentes a la propuesta de López Obrador que tiene el tiempo a su favor. A la larga, será así.