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Opinión

Día del Perdón

Gustavo Petro pidió el perdón a las madres de víctimas por los crímenes cometidos por la Fuerza Pública y reconoció que quienes murieron eran jóvenes e inocentes

Como presidente de la República de Colombia, yo me permito pedirles perdón, madres”. Así solicitó Gustavo Petro el perdón a las víctimas de los falsos positivos (6 mil 402, judicialmente establecidos) cometidos por miembros de la Fuerza Pública.

Eso ocurrió el pasado miércoles 4 en la plaza de Bolívar de Bogotá, la misma en donde en el 2016 la artista plástica Doris Salcedo realizó la obra Sumando ausencias, en la cual cientos de padres y madres de víctimas escribieron con ceniza los nombres de sus deudos en lienzos blancos que luego cosieron para unirlos hasta cubrir por completo el lugar como un gran sudario de nieve y ceniza contra la ignominia.

Antes que él, Juan Manuel Santos, entonces presidente, pidió perdón como jefe de Estado ante la Comisión de la Verdad, por los crímenes cometidos por la Fuerza Pública, e instó al comandante general del Ejército a hacer otro tanto.

Esa deuda -el perdón que debe pedir la Fuerza Pública mediante su comandante general- sigue pendiente. Porque es muy importante que el Presidente de la República pida perdón por crímenes ocurridos antes de su mandato, pero el máximo responsable de las Fuerzas Armadas, aunque no lo fuera durante la ocurrencia de esos crímenes, les debe a esas madres, sin cuyo concurso nunca se hubiera descubierto la verdad, pedirles perdón por los horrores cometidos por hombres a quienes el país les había encomendado la seguridad de todos los ciudadanos.

El ministro de Defensa, como debieron hacerlo sus antecesores, pidió perdón y reconoció que quienes murieron eran jóvenes inocentes, y el comandante del Ejército, general Luis Mauricio Ospina, manifestó su “profunda tristeza ante las conductas de algunos integrantes del Ejército que cometieron actos reprochables que causan tanto dolor (y) mancillaron el honor de una institución”.

No es suficiente: no fueron sólo “algunos”; 6 mil 402 víctimas no fueron ocasionadas por unas cuantas manzanas podridas y no fueron “conductas reprochables” sino crímenes atroces, que eran premiados con ascensos, dinero, permisos de salida y otras miserias; es imposible que esa barbarie pasara inadvertida.

El ministro de Defensa del entonces presidente Álvaro Uribe emitió el decreto que establecía esos premios a cambio de muertos. A partir de ahí se desencadenó el horror que hoy en día nos avergüenza como nación. Y ese presidente, lejos de pedir perdón, dijo en cuanto las madres destaparon los crímenes, que “esos muchachos no estarían recogiendo café”. Es decir, lo tenían merecido. Como si no supiera que en este país no existe la pena de muerte.

Es la historia de muchos; el escritor Ricardo Silva Romero, en su obra El libro del duelo, relata el periplo de un hombre que recorre el país cargando el cadáver de su hijo, el suboficial del Ejército Raúl Antonio Carvajal, asesinado por sus propios compañeros por negarse a participar en la matanza de civiles inocentes, buscando que en alguna dependencia oficial escuchen su historia y logre justicia.

El discurso de Petro, elocuente como suelen ser los suyos, señaló la importancia de la verdad para reconciliarnos y reiteró el llamado a construir un gran acuerdo nacional, aunque esta vez, a diferencia del de su posesión, en el cual dijo que su metodología para ese acuerdo sería el diálogo, puso el acento en convocar al pueblo a la movilización.

En un arranque que puede sonar extraño en una persona que por más de ocho años ha buscado la presidencia y muchos más fue congresista, dijo: “a mí me jarta el poder, me aburre el poder”, para significar que no busca perpetuarse en él, pero con ello le restó poder sanador y majestad a un acto tan solemne como ese en que el Estado pide perdón a sus víctimas.

Aunque no le falte razón, me atrevo a opinar también que su mención a la Fiscalía y el proceso que esta sigue contra su hijo, estaba fuera de lugar en ese evento. Con ello le restó fuerza a su denuncia de que allí destinan apenas tres funcionarios a investigar 17 mil procesos contra terceros civiles que se lucraron del conflicto armado, que fue uno de los acuerdos para la desmovilización de la guerrilla de las FARC.

La prensa no ha hecho eco a su denuncia, casi al final del discurso y sin mayores precisiones, de que hay un plan para derrocarlo, pero que “se enfrentarían a un pueblo”.

En mi modesta opinión, hubiera sido deseable que aprovechara ese día del perdón para enfatizar la convocatoria al diálogo para la construcción del acuerdo nacional que prometió al inicio de su mandato y sin el cual veo muy difícil que logre la aprobación de sus proyectos de reforma. 

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