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Opinión

La familia, talón de Aquiles de Petro

Los hijos de presidentes de Colombia que aprovechan el cargo de su padre para hacer negocios no siempre derechos, ha sido regla casi general.

La última semana ha sido para el presidente colombiano Gustavo Petro una cascada de eventos desastrosos que le han significado la caída de siete puntos de favorabilidad.

En este tiempo produjo de muy mala manera su primera crisis ministerial; su estratega y hombre fuerte en el Congreso, Roy Barreras, creó un partido propio; la guardia campesina, que se manifestaba contra Emerald Energy, secuestró a 70 policías con el resultado de un agente y un campesino muertos; el Consejo de Estado tumbó el decreto con el cual Petro asumía funciones para bajar las tarifas de energía, la Corte Constitucional falló contra sus aspiraciones de suspender provisionalmente efectos de algunas leyes y, por si algo faltara, la exesposa de su hijo mayor, Nicolás Petro, dio una entrevista en la que asegura que él recibió dinero de parapolíticos y narcotraficantes con destino a la campaña presidencial de su papá, pero que nunca ingresaron en ella.

La entrevista se publicó en Semana, antes una de las mejores revistas políticas de América Latina, que hace tres años, luego de que el empresario que la compró empezó a manejarla con criterio mercantilista, se convirtió en una gacetilla de extrema derecha. Muchos de sus columnistas, de los mejores del país, renunciaron y ya no es ni sombra de lo que fue. Por eso resulta llamativo que la exnuera del Presidente, que al parecer tenía buenas relaciones con él, la hubiera escogido para dar sus declaraciones.

Casi simultáneamente, aparecieron acusaciones no comprobadas de que el hermano del Presidente, Juan Fernando Petro, recibió dinero de presos que estaban esperando su extradición, para librarse de ella.

El presidente Petro, de inmediato dijo en una alocución que solicitó a la Fiscalía General que investigara las conductas de su hijo y de su hermano. Al parecer, el amor paternal llevó al mandatario, a quien nadie, ni siquiera sus peores enemigos, ha podido acusar de malos manejos de dinero o siquiera de ambiciones materiales, a no tomar cartas en el asunto desde hace meses cuando empezaron a aparecer fotos de su hijo Nicolás en compañía de personajes a quienes él, en sus épocas de senador, combatió ardientemente.

La despechada exesposa, que pide que no crean que está diciendo lo que dice por despecho, ha mostrado extractos bancarios, copias de chats y conversaciones con su exmarido con los que, según ella, se comprueba que Nicolás recibió 600 millones de pesos para la campaña presidencial de Petro, pero que nunca salieron de sus bolsillos. Ha contado que este vive en uno de los condominios más exclusivos de Barranquilla, que tiene joyas y se da una vida de magnate que no podría pagar con su sueldo de diputado del Atlántico.

Uno de los amigos y aportantes de Nicolás es Santander Lopesierra, apodado El hombre Marlboro por ser el mayor contrabandista de esos cigarrillos. Regresó al país luego de pagar 25 años de cárcel en Estados Unidos a donde fue extraditado acusado de narcotráfico y paramilitarismo. Dice la revista Semana: “Según los exjefes paramilitares, Jorge 40 y Salvatore Mancuso, Lopesierra fue uno de los mayores precursores del paramilitarismo en La Guajira. Otro es el Turco Hilsaca, condenado por paramilitarismo.

Lo de hijos de presidentes de Colombia que aprovechan el cargo de su padre para hacer negocios no siempre derechos, ha sido regla casi general. Desde los tiempos de Alfonso López Pumarejo, en los años 40 del siglo pasado, cuando su hijo Alfonso López Michelsen resultó involucrado en un negocio opaco con una cervecería -la Handel- expropiada a unos alemanes. Y cuando este, a su vez, llegó a la presidencia (1974-78), estalló el escándalo de una carretera, pagada con dineros públicos, construida para que valorizara la hacienda de uno de sus hijos.

En la presidencia de César Gaviria (1990-94) hubo artículos de la revista mencionada que denunciaron negocios de sus hermanos y de los de su esposa. Y los hijos del expresidente Álvaro Uribe, involucrados en un caso turbio de compra de terrenos que muy poco tiempo después tuvieron una valoración del 3 mil por ciento por cambio de destinación en el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) aprovechando información privilegiada y, en general, su dedicación a los negocios aprovechando los contactos presidenciales. Y el presidente Iván Duque, paseó por medio mundo con su hermano, que se convirtió, sin función pública que lo justificara, en compañero de viaje de los cientos con que aprovechó su presidencia para conocer el mundo.

Pero ellos no eran el primer presidente de izquierda de Colombia, que ganó la presidencia ofreciendo una lucha frontal contra la corrupción y que llevó a muchos políticos a la cárcel destapando su connivencia con los paramilitares. Ahora, sin que pueda acusársele de corrupción, el arribismo y la ambición de su hijo mayor lo han llevado a tomar la terrible decisión de pedir que la Fiscalía lo investigue.

Lo de su hermano es distinto: desde hace mucho tiempo viene trabajando en temas de paz con la Comisión Intereclesial y, según él, en ese carácter fue a la cárcel junto con el Alto Comisionado a hablar con los extraditables y otros detenidos en el marco de la Paz Total. Por eso, cuando se le hicieron las primeras denuncias, el presidente salió a explicar que eso era parte de la política de perdón social. Pero luego aparecieron las acusaciones de recibir dinero de los presos para recibir esos beneficios.

Ahora el Presidente tendrá que demostrar que puede demarcar los territorios de su familia de los de la Presidencia. La primera dama también tendrá que dejar de inmiscuirse en la función pública y abstenerse de hacer nombrar en altos cargos a sus amigos y de andar por el mundo paseándose sin representación oficial pero pagada con dineros públicos.

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