El Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI) fue un proyecto tercermundista surgido en la década de los años 60 del siglo pasado, como parte de la lucha anti neocolonial. Desde el principio estuvo sostenido en las conferencias de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad), Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), los países No Alineados (NOAL) y otros foros análogos. En 1974 se adoptó por la Asamblea General de la ONU que, como se sabe, no es vinculante.
La consigna matizó el discurso político de estadistas, líderes y organizaciones, que se tiñó con acentos progresistas. Las potencias capitalistas no la combatieron porque era sólo retórica, mientras la Unión Soviética y los países socialistas de Europa no la alentaron porque sus programas iban por otros rumbos.
La esencia del reclamo del Nuevo Orden Económico Internacional era que los países ricos aumentaran la financiación para el desarrollo, mientras la ONU y sus agencias, entre otras CEPAL y Unctad, así como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT, luego OMC), accedieron a suprimir el intercambio desigual, condonaran o reprogramaran las deudas y asistieran a los países subdesarrollados. La crítica era intensa y aguda, aunque la inacción era total.
En aquel contexto, en el 1972, a propuesta del expresidente de México Luis Echeverría, apoyado por el Grupo de los 77, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, celebrada en Santiago de Chile, acordó redactar una Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados. Tras muchas dilaciones, en el 1974, la Asamblea General aprobó el texto que hasta hoy ha recibido los honores de la gaveta.
Entre las tribunas más importantes para este tipo de reclamos estuvo la Unctad, la primera en las cuales se efectuó en el 1964 y se reúne cada cuatro años. En ellas se encuentran todos los Estados miembros de Naciones Unidas, los del Grupo de los 77 y los No alineados que en diferentes foros discuten y aprueban los mismos asuntos con resultados idénticos.
En la primera Unctad, el delegado cubano fue el extinto Comandante Ernesto Che Guevara, quien recordó que 17 años antes en el 1947 en La Habana se había efectuado la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Empleo, donde se adoptó la Carta de La Habana mediante la cual se creaba la Organización Internacional de Comercio (OIC que terminó siendo el GATT), según dijo el Che, Estados Unidos no ratificó la Carta por considerarla “demasiado atrevida”.
Guevara mencionó el hecho de que antes, en el 1944, se había efectuado en Bretton-Woods otra conferencia en la cual se crearon organismos financieros y regulatorios, al servicio de los intereses de las grandes potencias. Por razones políticas y cortesía diplomática, el Che Guevara, mostró algún optimismo y otorgó el benefi cio de la duda.
Sesenta años después de la primera Unctady a casi 50 de adoptada la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados y de cientos de discursos decenas de programas y resoluciones, muy poco de lo propuesto allí se ha logrado. En cambio, lo acordado en Bretton-Woods sigue vigente y nada indica que a plazos visibles pueda ser removido. ¿Por qué?
Los acuerdos adoptados en Teherán, Yalta, Potsdam, Bretton-Woods y San Francisco fueron vinculantes y de efecto inmediato. En el 1944, en New Hampshire, Estados Unidos, en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas (todavía la organización no existía, pero se usaba el término) el club formado por lo que luego serían las potencias vencedoras (Estados Unidos, Unión Soviética y Gran Bretaña) que en el 1945 crearon también la ONU, hicieron propuestas razonables que, debido a su poder e influencia en los asuntos mundiales, fueron viables.
Con el tiempo, tuvo lugar la descolonización y se puso fin al neocolonialismo, de 50 Estados el mundo pasó a casi 200 países independientes que, en las conferencias afroasiáticas, el NOAL, la Unctad, la Asamblea General de la ONU, el Grupo de los 77+China y una veintena de organizaciones y foros, reivindicaban derechos y levantaban consignas que generaban una especie de optimismo histórico acerca de que el mundo mejor que ellos proponían, era posible.
Sin embargo, aquellos proyectos que lograban sensibilizar algunas conciencias, carecieron de efectos prácticos porque para realizarlos se requería la aprobación de los países contra los que iban dirigidas, los cuales las ignoraba o las anulaban. De hecho, quienes las necesitan no podían imponerlas y quienes pueden implementarlas, no las necesitan ni las quieren. Son hechos.
La guerra en Ucrania ha relanzado un nuevo movimiento crítico del orden internacional y del andamiaje financiero establecidos que, sobre la base de alianzas recién surgidas y aún por consolidarse, proponen nuevas relaciones internacionales y nuevos ordenamientos económicos y financieros, esta vez no por vía de la persuasión en la ONU, sino mediante la imposición en la práctica política internacional.
La creencia de que el Occidente global puede ser derrotado o, al menos políticamente y económicamente neutralizado por alianzas y coaliciones lideradas por potencias emergentes a las que se presume capacidad para realizar el diseño y la conducción de nuevos órdenes políticos, económico y financieros, está creando lo que pudieran ser espejismos e ilusiones.
Aunque no entraré en disquisiciones acerca de que no es lo mismo el orden económico y financiero global, básicamente apropiado que el modo imperialista e injusto como se opera. Se trataría, por tanto, no de destruir lo que se ha logrado, sino de operarlo de otro modo. Para ello se necesita lo que en el 1944 se logró en Bretton-Woods y en el 1945 en San Francisco, donde se alcanzaron acuerdos viables y vinculantes.
Obviamente, es difícil alcanzar lo que entonces se logró porque ahora no existe la Unión Soviética que otrora participó; ahora tampoco está Franklin D. Roosevelt, uno de los arquitectos de aquel orden, quien para su tiempo fue un político fuera de serie y, probablemente, el menos imperialista de los presidentes estadounidenses.
No obstante, las justificadas inconformidades, entre el 1945 y hoy, a pesar de reveses impactantes, el mundo no se ha detenido y aunque lenta y desigualmente, muchos países han avanzado a partir de lo que yo aludo como soluciones nacionales, que me parecen el camino más corto y, al menos es el que muestran mejores resultados. Veinte potencias emergentes dan fe de ello.
Según el Banco Mundial, en el mundo hay 80 países de rentas altas y en América Latina, a medio camino entre África el continente más pobre y Europa el más rico, de 33 países, 28 son de rentas medias, cuatro altas y sólo uno, Haití, baja. Por supuesto, esta estructura de los ingresos nacionales no es una panacea ni impide que América Latina sea la más desigual de todas las regiones del mundo, de lo cual no se puede culpar a las metrópolis ni a Bretton-Woods.
Cuando llegue la paz (si llega antes que el holocausto) habrá que sanar heridas y usar toda la capacidad que se logre desarrollar, incluyendo las alianzas y mecanismos de concertación política que ahora se están forjando, algunas de las cuales pueden madurar y trascender, para actuar como mecanismos de presión y estimular los diálogos e intentar, por ese camino acelerar el crecimiento económico, el desarrollo y el bienestar de todos los países.
Creer que puede hacerse por medio de la violencia o las imposiciones, puede ser agotador, socialmente costoso, e inútil.