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Opinión

Lo que es parejo no es ventaja

La pretensión de revisar las fronteras en Europa y otras partes del mundo, llevaría a desandar la historia y consumiría a la humanidad en luchas estériles y haría de la guerra una constante

La civilización, comenzada hace unos 300 mil años, dio lugar a la formación de comunidades, nacionalidades, naciones, culturas, civilizaciones y Estados que reclamaron para sí los territorios que ocupaban. Así nacieron las fronteras y las nociones de soberanía. No se trata de designios divinos, sino de construcciones culturales.

Aquellos procesos dieron lugar a miríadas de enfrentamientos y guerras por territorios. Al finalizar una de ellas, los países europeos suscribieron el Tratado de Westfalia, mediante el cual establecieron demarcaciones territoriales cuya soberanía era reconocida por los demás. Así comenzaron a delinearse los Estados Nacionales que no son sólo unidades territoriales.

Poco más de 100 años después, España y Portugal protagonizaron la “aventura atlántica”, un hito civilizatorio, demeritado por las máculas del colonialismo que dio lugar a la división del mundo entre metrópolis y colonias, lo cual creó un nuevo tipo de contradicciones internacionales que estuvo vigente durante más de medio milenio.

En ese período histórico, si bien se crearon estructuras de dominación y dependencia, tuvo lugar la mayor transferencia cultural conocida por la humanidad. Las lenguas y la fe, las tecnologías, las prácticas productivas, así como versiones de las instituciones, el Derecho y los Estados europeos se propagaron por Asia, África y América donde, por millones se establecieron europeos. La trata de esclavos africanos y asiáticos constituyó uno de los mayores desplazamientos humano de la era moderna.

Ello dio lugar a contradicciones de extraordinaria complejidad, expresadas en la asimilación por los pueblos originarios de la cultura y los valores europeos, entre ellos las ideas de la libertad y la independencia, y otros elementos integrados a las culturas nacionales y a las luchas por la independencia. Europa proporcionó a sus colonias los argumentos y las armas para su liberación.

Esas circunstancias tuvieron su expresión más temprana y cabal en las colonias británicas de América del Norte que en el 1776 se declararon independientes, irradiando el espíritu de libertad sobre Iberoamérica que a partir del 1810 comenzaron la lucha por la independencia. Como parte del proceso de liberación del Nuevo Mundo, surgieron los Estados Unidos de América, el fenómeno geopolítico más singular y extraordinario de la era moderna.

En Asia y África y de país a país, esos procesos fueron específicos y la liberación tardía. A principios del siglo XX todavía el entorno afroasiático estaba integrado por colonias, lo cual se acentuó con la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que dio lugar a un nuevo reparto del mundo entre las metrópolis.

Fueron precisamente los Estados Unidos que, en su contradictorio comportamiento, a la vez que aplicaban en Iberoamérica la Doctrina Monroe y fueron indiferentes cuando las potencias europeas se repartieron los despojos de los imperios derrotados en la Primera Guerra Mundial, abogaron por el fi n del colonialismo afroasiático.

Los 14 Puntos del presidente Woodrow Wilson para la Constitución de la Sociedad de Naciones en el 1918 y las precondiciones expuestas por Franklin D. Roosevelt para integrar la coalición de los aliados en el 1941, promovieron el fi n del colonialismo afroasiático, cosa consumada a partir del fi n de la II Guerra Mundial. Un dato relevante es que India, la mayor colonia asiática, aunque todavía no era formalmente independiente, participó en el proceso de constitución de la ONU.

La descolonización afroasiática completada en lo fundamental en los años 60 del siglo pasado, aunque plagada de luces y sombras, fue un momento civilizatorio estelar, como lo fue también el acuerdo de intangibilidad de las fronteras europeas alcanzado al finalizar la II Guerra Mundial; ambos crearon condiciones para la coexistencia pacífica.

La pretensión de revisar las fronteras en Europa y otras partes del mundo, llevaría a desandar la historia y consumiría a la humanidad en luchas estériles y haría de la guerra una constante. Obviamente las soluciones a los conflictos territoriales que persisten como rémoras, son las negociaciones.

Respecto a las fronteras, una vez más Europa se colocó a la vanguardia. No se trata de defenderlas, sino de desaparecerlas. Respecto al conflicto vigente en Europa, me permito sugerir que tal vez la fórmula para la paz, además de que Ucrania sea neutral y Rusia observe la Carta de la ONU, es que Donbass y Crimea no sean ucranianas ni rusas, sino independientes las unas de las otras, con fronteras seguras y respetadas. En fin... el mar.

 

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