Después de miles de años de sufrimientos, discriminación y humillaciones, cruelmente coronadas por el Holocausto protagonizado por los nazis, en la primera y única oportunidad que se les presentó, los líderes judíos firmantes de la Declaración de Independencia de Israel, aceptaron la Resolución 181 de 1947 de Naciones Unidas que decidió la partición de Palestina y la creación de dos Estados, uno árabe y judío el otro: ¿Por qué si aquellos representantes lo aceptaron, no puede hacerlo Benjamín Netanyahu? ¿Acaso él es más judío que ellos?
En la Palestina de hoy no es necesario crear dos Estados, sino uno pues Israel existe desde el 1948. Tampoco es preciso acordar nada nuevo, sino aplicar la Resolución 181 sobre la Partición de Palestina adoptada el 29 de noviembre del 1947 por la Asamblea General de la ONU, con 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones. Brasil cuyo embajador, Osvaldo Aranha presidió aquella sesión pudiera encabezar la reclamación.
En el 1947, en el clima mundial de ira y compasión ante el Holocausto judío, la necesidad de acoger a los hebreos sobrevivientes, considerar iniciativa británica de crear un Hogar Nacional Judío que fue al encuentro de la propuesta de la Organización Sionista Mundial de establecer un Estado judío, unido al inminente final del Mandato Británico sobre Palestina, Naciones Unidas nombró un Comité especial para estudiar la cuestión (Unscop).
Tras varios meses de trabajo, el Comité, compuesto por 11 países: Canadá, Checoslovaquia, Guatemala, Holanda, Perú, Suecia, Uruguay, Australia, India, Irán y Yugoslavia, recomendó la Partición de Palestina, lo cual, en noviembre del propio año fue acordado mediante la Resolución 181 de la Asamblea General. A la Resolución se adjuntó un mapa que expresaba la distribución del territorio: 56 por ciento para los judíos y el resto para los árabes, descontando la porción concedida a Jerusalén que quedaría con un estatuto internacional.
En la tarde del 14 de mayo del 1948, al amparo de la resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas, fue proclamado el nacimiento del Estado de Israel. Once minutos después de la lectura de la declaración correspondiente fue reconocido por Estados Unidos y, transcurridos tres días, lo hizo la Unión Soviética.
El mismo día de la proclamación de Israel, cinco Estados árabes (Egipto, Irak, Líbano, Jordania) integrados en la Liga Árabe opuestos a la Partición, avanzaron sobre Israel dando inicio a la primera guerra árabe-israelí. Aquellos gobiernos, no los palestinos que entonces no fueron tenidos en cuenta, entre otras cosas porque no contaban con liderazgo ni instituciones de representación propias, no les fue posible fundar su Estado, cosa que posteriormente, con el apoyo de la comunidad internacional, incluidos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, han reclamado vehementemente.
Entre las iniciativas recientes figura el plan presentado por Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior, que incluye la creación, más o menos inmediata del Estado palestino, con lo cual coincide prácticamente toda la comunidad internacional, incluso los Estados Unidos, a lo cual -con determinación digna de mejor causa- se opone el primer ministro Benjamin Netanyahu (antes lo hicieron todos los demás)
Resulta obvio que, sin la creación de un Estado palestino, con todos los atributos que los caracteriza (soberanía, instituciones democráticas y laicas, sin mutilaciones que le impidan disponer de fuerzas armadas y cuerpos de seguridad y otras prerrogativas, toda solución es imposible o es una caricatura. Tal cosa no será posible con Netanyahu, por lo cual para lograrlo será a pesar de él.