Las botas de goma, generalmente de color negro, que llegan hasta media pierna, y en Colombia llamamos pantaneras por obvias razones, han cobrado especial protagonismo en la escena nacional por diferentes motivos, algunos inesperados.
Hacia la mitad de los años 60 del siglo pasado, empezaron a llegar al país y gracias a ellas los campesinos pudieron por fin mantener los pies secos aun trabajando en terrenos pantanosos. En climas fríos y húmedos, los pobres, que sólo podían calzar alpargatas de fibra de henequén y tela que ellos mismos tejían, se distinguían por andar balanceándose al no poder apoyar los pies debidamente en el suelo: unos insectos llamados niguas se metían entre las uñas ocasionándoles terribles dolores, infecciones y deformándolas. Por eso en Pasto y Popayán, ciudades casi limítrofes con Ecuador, los llamaban patojos. Las botas pantaneras les restablecieron la posibilidad de caminar normalmente.
A los campesinos, además, las pantaneras les brindan protección contra las mordeduras de culebra, los alacranes y demás animales ponzoñosos.
Hacia finales de los 60, la guerrilla, que había nacido en el 1964, encontró en estas botas múltiples beneficios: al no tener que cuidar tanto los pies, amortiguadas las duras pisadas en la raigambre de troncos que se atraviesan por los caminos en la selva y protegidos de la espesa capa de hojas que en la las zonas selváticas más umbrías esconde peligrosos parásitos que ocasionan enfermedades graves, lograban mayor velocidad y menores peligros en las marchas y huidas, a veces en terrenos cenagosos, casi se acabaron los sabañones -tan incapacitantes- y tenían protección contra culebras, alacranes e insectos.
Cuando la guerrilla adoptó el secuestro como política, las personas a quienes detenían patrullas uniformadas que portaban armas largas, iguales para el Ejército que para los alzados en armas, bajaban la vista a sus pies para ver si calzaban botas de cuero, de dotación del Ejército, o de caucho, que identificaban a la guerrilla, para saber a qué atenerse.
Cuando en el año 2000 empezó la brutal e inhumana generalización de los llamados falsos positivos, en los que algunos miembros del Ejército, para presentar éxitos inexistentes en el combate a la guerrilla asesinaron a 6 mil 402 jóvenes, sólo entre el 2002 y el 2008, según la Justicia Especial de Paz (JEP), de entre los más humildes de campos y ciudades, vestían los cadáveres con uniformes del Ejército, tal como los que viste la guerrilla, con las infaltables botas pantaneras.
Las madres de esos humildes muchachos que desaparecieron de un día para otro, incluido un chico con debilidad mental, iniciaron una búsqueda tenaz y minuciosa hasta encontrar sus cadáveres disfrazados de militares, vistiendo sus uniformes, con las botas algunas veces al revés, otras con ambas botas del mismo pie, los cuerpos perforados por proyectiles, pero los uniformes intactos y no descansaron hasta llevar los casos ante la Justicia.
Cuando encontraron los primeros cadáveres en sitios muy lejanos a sus pueblos de origen, el entonces presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez, dijo que si estaban allá no era porque estuvieran recogiendo café, pero las madres demostraron que se los habían llevado engañados ofreciéndoles trabajo.
Con el Acuerdo de Paz, que desmovilizó a la guerrilla de las FARC en el 2016, se crearon la ya citada JEP y la Comisión de la Verdad y en esos espacios se ha profundizado el conocimiento del horror y la ignominia de quienes traicionaron la confianza depositada en el Ejército, premiando a quienes presentaran esas bajas fraudulentas como hechas en combate con permisos, premios en efectivo, ascensos y más. Hasta el momento van mil 740 condenas de militares entre ellos algunos con grado de oficiales hasta coronel.
Esas madres conformaron la Asociación Madres de Víctimas de Falsos Positivos (Mafapu), convirtieron las botas pantaneras con que los asesinos disfrazaron los cadáveres de sus hijos asesinados en símbolo de su lucha y organizaron lo que llamaron una botatón en la Plaza de Bolívar de Bogotá, a la que convocaron a todos los que quisieran honrar su memoria, a que llevaran botas resignificadas con pinturas alusivas al crimen y a su reivindicación como víctimas inocentes.
Muchas personas acudieron llevando botas decoradas con dibujos y leyendas contra los falsos positivos y se unieron a las madres en el recordatorio de sus hijos. En medio del evento, irrumpió el congresista Miguel Polo Polo, del Centro Democrático, partido de extrema derecha del expresidente Álvaro Uribe, a cuya política de exigir al Ejército resultados a como diera lugar en la lucha contra la guerrilla, algunos atribuyen responsabilidad en los falsos positivos; tiró las botas a la basura y subió un video a sus redes sociales mostrando su hazaña y diciendo que a las madres les habían pagado por “ensuciar la plaza Rafael Núñez con esas botas”.
La JEP catalogó el hecho como una expresión de odio y estigmatización, y la Corte Suprema de Justicia determinó que el estrafalario congresista, conocido sólo por actos caricaturescos y faranduleros, debe pedir perdón a las madres de los falsos positivos.