Durante siglos, la incorporación de elementos de la cultura europea, tales como las técnicas y las artes, las lenguas y la literatura, la arquitectura, la moda, la culinaria, el vestir elegante y la buena mesa, así como otros elementos de los estilos de vida franceses, británicos, italianos y españoles fueron signos de progreso y bienestar.
Más tarde ocurrió lo mismo con los productos culturales de Estados Unidos. Los mismos países que en las Américas asumieron como bienhechurías los dones de la cultura europea, rechazaron la europeización política, posición adoptada por la vanguardia política profundamente antimonárquica que en el siglo XVIII encabezó la Revolución de las Trece Colonias inglesas en América y, desde donde se trasladó a Iberoamérica y luego al mundo que, inspirado por los Estados Unidos, se volvió liberal y republicano.
El liberalismo, con sus magníficos preceptos políticos y humanistas, basados en la soberanía popular, el sufragio, la tolerancia de la oposición, la alternancia, la separación de poderes, así como las atinadas doctrinas económicas apegadas al mercado, la Ley del Valor, el dinero, el librecambio, la libertad de comercio y otras, unidas al republicanismo, inspiraron las luchas por la independencia y la construcción estatal en Iberoamérica.
Europeas u Occidentales, como se diría hoy en tonos que, en el discurso de algunos líderes, por cierto, poco relevantes, comienzan a sonar peyorativos, son también el socialismo, el marxismo, la socialdemocracia y el pensamiento político de inspiración cristiana, corrientes que marcan las pautas del devenir político de la humanidad, en la cual todavía existen zonas donde son la regla el caciquismo, el tribalismo, el caudillismo y el autoritarismo.
Tal vez por las diferencias y las contradicciones entre el Cristianismo y el Islam, la violencia que durante varios siglos desataron Las Cruzadas y las respuestas árabes-musulmanas, la reconquista española, la expulsión de los judíos de España y las posteriores prácticas coloniales europeas, en Medio Oriente se generó el rechazo a lo Occidental.
Por otra parte, la guerra contra los bereberes, primera librada por los Estados Unidos en el extranjero, desplegada precisamente contra los árabes en el Mar Mediterráneo, y el enfoque aislacionista de su política exterior apartaron a Estados Unidos de Oriente Medio, que estaba demasiado lejos y era demasiado pobre para concitar su atención y mover sus intereses.
Todo cambió con la Primera Guerra Mundial, cuando Estados Unidos estuvo entre los ganadores y el Imperio Otomano entre los derrotados, ocasión aprovechada por Europa para repartirse la región, mientras Norteamérica miraba para otro lado.
Durante la II Guerra Mundial, el interés de Gran Bretaña y Estados Unidos por Persia (Irán) se acentuó cuando, en junio del 1941, Alemania invadió la Unión Soviética y avanzaba por su territorio, fronterizo con Irán, lo cual creó el riesgo de que los nazis se apoderaran del petróleo abundante allí.
Así, bajo presiones británicas, soviéticas y estadounidenses, el Gobierno iraní accedió a la presencia militar de esos países en su territorio, lo cual devino en una verdadera ocupación que, a regañadientes, cesó alrededor de unos años después de concluida la guerra.
En lo que pudo ser uno de los sucesos políticos más relevantes en la historia moderna de Irán, en aquella difícil y a la vez prometedora coyuntura, en el 1951 fue electo primer ministro Mohammad Mossadegh, quien introdujo importantes y avanzadas medidas económicas, sociales y políticas importantes, incluida la nacionalización del petróleo que se encontraba en manos extranjeras, principalmente británicas.
Los casi tres años del Gobierno de Mosaddeq fueron de permanente conspiración de las firmas petroleras británicas, las élites locales vinculadas a ellos, el Gobierno monárquico del sha y los Estados Unidos contra el primer ministro, cuyo pecado fue tratar de introducir la democracia liberal en Irán, adoptar medidas populares y rescatar las riquezas nacionales.
Finalmente, tal como oficialmente ha reconocido el Gobierno de los Estados Unidos, con participación directa de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), Mosaddeq fue derrocado, restaurada la monarquía e instalado gobiernos serviles a los intereses de las petroleras anglo-norteamericanas.
A ese hecho, uno de los grandes errores estratégicos de los Estados Unidos, se refirió el presidente Barack Obama cuando en la universidad islámica Al-Azhar, en El Cairo, en lo que me pareció un ramo de olivo ante el Islam y Oriente Medio, incluido Irán, dijo: “…Durante años Irán se ha definido a sí mismo, en parte, por su oposición a mi país, y ciertamente existe una historia tumultuosa entre nosotros.
En medio de la Guerra Fría, EE. UU. desempeñó un papel en el derribo de un Gobierno iraní democráticamente elegido…” Aquel Gobierno era el de Mosaddeq.
Hasta los años 50 del siglo pasado, Mohammad Mosaddeq fue el más avanzado entre los políticos electos en Oriente Medio, aunque de orientación inequívocamente laica, era acatado por los más influyentes clérigos de su país, asumido como líder por los nacionalistas, aclamado por las mayorías y respetado por las élites.
Su prestigio internacional fue reconocido incluso por el presidente estadounidense Harry Truman. Por razones absolutamente mezquinas ligadas al petróleo, la Administración del presidente de EE.UU. Dwight Eisenhower cedió ante Gran Bretaña y lideró el derrocamiento del primero y hasta hoy el único gobernante liberal de proyección genuinamente universal que ha existido en Oriente Medio.
En Teherán, cuando estuve allí para un evento del Movimiento de Países no Alineados, un nacional me dijo: “Degollaron la gallina de los huevos de oro”. Aquellos polvos trajeron estos lodos. Volveré sobre el tema