Aunque los países nucleares son nueve (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, China, Francia, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel (sin confirmar), sólo Francia es el único Estado perteneciente a la Unión Europa que dispone de ellas.
Si bien en la OTAN son tres los países que las poseen (Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia), esa entidad no es un gobierno y la rige un mando militar unificado, excesivamente dependiente de Estados Unidos.
Las amenazas de Donald Trump de que, en caso de ser electo, pudiera retirar a su país de la Alianza o no defender a aquellos Estados que no cumplen con las cuotas financieras asignadas, plantea dos problemas nodales.
El primero es la defensa del llamado Viejo Continente ante un ataque atómico y, la segunda, la proliferación nuclear que puede significar que Europa sea obligada a poseer sus propias armas atómicas.
No existen impedimentos económicos, financieros ni industriales para que no menos de una docena de países europeos fabriquen sus propias armas nucleares, lo cual también pueden hacer varios de Asia y Oceanía Asía-Pacifico, entre ellos Japón, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, incluidos Irán y Arabia Saudita en Oriente Medio. ¿Destapará Estados Unidos esa Caja de Pandora?
Para que tal cosa no ocurriera, en el 1953 el presidente Dwight Eisenhower aplicó el Programa Átomos para la Paz, que consistió en suministrar a los países interesados tecnología y combustible nuclear, específicamente reactores de investigación, así como uranio y/o plutonio para evitar que lo hicieran por sí mismos y se desatara una incontrolada carrera nuclear.
Simultáneamente, el Programa incluyó la creación de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), una entidad reguladora que fiscaliza el tema nuclear a nivel mundial, principalmente la fabricación de armas nucleares, para lo cual, en el 1970 entró en vigor el Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares que, aunque no impidió que cuatro países (India, Pakistán, Corea del Norte e Israel), se dotaran de las tecnologías para refinar uranio y/o obtener plutonio, logró una limitación razonable de la proliferación.
El Tratado, que no propició el desarme como se había propuesto, tampoco evitó la llamada “proliferación horizontal”, que consiste en el emplazamiento de armas nucleares en países que no las poseen como hacen Estados Unidos en bases de la OTAN en Europa y más recientemente Rusia, en Bielorussia.
Una variante de la proliferación no considerada es el emplazamiento de armas nucleares a bordo de submarinos nucleares en las profundidades de los océanos de todo el mundo, y a bordo de buques que navegan por todos los mares.
El posicionamiento respecto al retiro del paraguas nuclear que hasta ahora ha protegido a sus aliados por parte de Donald Trump que, dentro de ocho meses, pudiera ser el nuevo presidente de los Estados Unidos, deja a Europa literalmente colgada de la brocha, y plantea a muy corto plazo difíciles decisiones.
Al respecto, con toda lógica, el presidente de Francia, Enmanuel Macron, ha hecho sonar las alarmas respecto a la necesidad de que Europa pueda ser capaz de defenderse por sí misma y que Francia, respecto a la Unión Europea, asuma el papel que hoy desempeñan los Estados Unidos.
Si bien el arsenal nuclear de Francia, formado por unos 300 misiles balísticos con cabezas nucleares a bordo de submarinos atómicos y un número de misiles de crucero lanzados desde el aire pudiera ser suficiente, es difícil predecir cómo Alemania, Austria y otros países europeos procesarían el cambio de paradigma que significa, pasar de la protección nuclear de Estados Unidos a la de Francia.
No recuerdo que, en términos de seguridad militar, Europa haya pasado por una situación tan peligrosa y apremiante que la obliga a decidir qué hacer en materia nuclear, sobre todo cuando se libra una guerra que, en breve puede involucrar a Europa en acciones militares contra Rusia y pudiera tener que hacerlo sin el amparo nuclear de Estados Unidos. ¿Habrá llegado la hora de Francia?