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Los ríos voladores

En su columna de este domingo, Zheger Hay Harb comparte la importancia de la región del Amazonas
Opinión Por Esto!
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En la Selva del Amazonas, pulmón verde de la tierra y tesoro de la biodiversidad, sus miles de millones de árboles absorben toneladas de dióxido de carbono y, a cambio, producen oxígeno, haciendo con ello un aporte decisivo al control del calentamiento global. Hay árboles que bombean diariamente miles de litros de agua a la atmosfera. Eso es lo que la deforestación le está robando a la humanidad.

Antonio Nobre, dedicado desde hace 40 años a estudiar este fenómeno, descubrió que en todo el planeta los vientos siguen un patrón determinado con una única excepción: la región del Amazonas.

Estudiando los vientos desde Sudamérica hasta Siberia, demostró que los bosques tienen una importancia decisiva en la regulación del clima global con corrientes aéreas de vapor de agua. El investigador José Marengo las bautizó como ríos voladores y mereció el Premio Nobel por su investigación. Descubrió que hay regiones que funcionan como estrechos canales hídricos de gran importancia tanto para el Monzón en la India como para Sudamérica.

Desde finales del siglo XIX, el ecologista Gerard Moss, que como piloto conocía muy bien la región amazónica, describió este fenómeno. Encontró que antes de llegar al continente, las masas de aire del Océano Atlántico se dirigen al Amazonas y luego se encuentran con los Andes, que desvían la corriente hacia el Sur como un auténtico río volador, y configuran el cuadrilátero de la suerte, donde se ubican las Cataratas de Iguazú, en una región donde confluyen Uruguay, Brasil y Argentina. ¿De dónde surge esta cantidad de humedad? Sin la cantidad de agua que los ríos voladores depositan en ellas, esa maravilla no sería posible. En la misma latitud, en otros continentes se encuentran sólo desiertos, como el de Namib y el Kalahari, en África, y el Outback, en Australia, y al otro lado de los Andes, el desierto de Atacama, en Chile, donde pasan décadas sin una gota de lluvia.

En la Selva Amazónica, la lluvia es abundante; el agua es una presencia permanente aún en los momentos en que no cae directamente en forma de lluvia; la cuenca del Amazonas es de una gran feracidad, con un manto freático de 60 o 70 metros y una red de raíces tanto subterráneas como superficiales que dan estabilidad a sus gigantescos árboles. La raíz principal es más larga que el tronco y llega hasta las aguas subterráneas; las hojas expulsan buena parte del agua que reciben para regular su temperatura de un modo semejante a como los seres humanos regulamos la nuestra mediante el sudor; un árbol de la selva puede evaporar hasta mil litros de agua al día, botándolos a la atmósfera en forma se va por como géiseres verdes; en la Amazonia hay aproximadamente 400 mil millones de árboles; ese mismo número de géiseres libe ran mayor cantidad de agua que el río Amazonas.

Antonio Nobre calcula que la Selva Amazónica libera cada día alrededor de 20 mil millones de toneladas de agua a la atmósfera. Más que los siete mil millones de toneladas de agua que cada día el río Amazonas vierte al Océano Atlántico. Ello se explica por la configuración de la selva: un árbol puede ocupar un metro cuadrado en su base, pero sus hojas abarcan un área de más de 150 metros cuadrados. En un lago o un océano, un metro de superficie siempre será un metro, pero en la selva eso no ocurre así.

En la región amazónica se rompe la regla: los vientos alisios que no cruzan el Ecuador lo hacen en sólo en esa región y dan origen a la maravilla del encuentro de Brasil, Uruguay y Argentina en Iguazú. Es la masa aérea de agua que en los Andes riega nuestros páramos.

Cuando uno sobrevuela la región amazónica, ve los boques tes de deforestación, cada vez mayores, que cubren el Sur de Colombia y se extienden hacia Perú y Brasil, puede palpar el desastre que la “civilización” está causando a sí misma. Es el suicidio inconsciente de nuestra especie.

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