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El conflicto entre Ucrania y Rusia ha alcanzado un punto en el que ninguna de las partes logra una victoria decisiva.

Ucrania está perdiendo una guerra que no podía ganar; a su vez, Rusia no gana una contienda en la cual, técnicamente, la victoria inmediata parecía a su alcance. Al parecer, ninguno calculó bien, no planificaron una solución de salida ni hicieron lo suficiente para evitarla. La OTAN y Estados Unidos sumaron equívocos. Ucrania puede resistir, pero no paralizar a Rusia capaz de reducir a escombros sus infraestructuras y ocasionar decenas de miles de bajas de militares y civiles.

Por su parte, la superpotencia no puede cargar con ese baldón ni ocupar el segundo país más grande de Europa con un pueblo cuyo patriotismo ha sido muchas veces probado. La presunta ganadora se arriesga a perder mucho más de lo que pueda obtener. Además de las abismales asimetrías militares, económicas y de reservas humanas y materiales, Rusia disfrutó de las ventajas de quien ataca, que despliega y prepara las tropas y elige el momento para iniciar las acciones, pero ese no era el problema.

De lo que se trata es de que Ucrania no parece dispuesta a aceptar la ocupación y el desmembramiento territorial. A pesar de haber paralizado a la OTAN que cuenta con tres países nucleares (Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia) que poseen las mayores fuerzas convencionales del mundo, asegurar que pongan restricciones al empleo de las armas que entregan a Ucrania, Rusia no ha logrado conquistar ni pacificar Donbass, región ucraniana de unos 300 kilómetros de profundidad, asiento de las recién incorporadas repúblicas de Donetsk y Lugansk.

A la llamada Operación Militar Especial desencadenada por Rusia en febrero del 2022, una típica acción ofensiva con objetivos limitados como expulsar a las tropas ucranianas de Donbass, consolidar las posiciones y pacificar la región, se sumaron metas como “desnazificar y desmilitarizar a Ucrania que son cometidos políticos que no conciernen ni son realizables mediante una Operación Militar, por especial que fuera. No dudo de que en Ucrania aún haya nazis, como ocurre en toda Europa, especialmente en las naciones que sufrieron una larga ocupación nazi, como fue la propia Rusia, y como rezagos sobreviven en aquellos países donde se instalaron gobiernos pronazis o colaboracionistas, y donde se fue tolerante y/o, procurando sanar heridas, se adoptaron políticas análogas a las de “punto final”.

Incluso, en cualquier caso, la llamada desnazificación es un cometido político, ideológico y jurídico que concierne a las autoridades nacionales, excepto en Alemania y Japón, de lo cual se hicieron cargo los ocupantes aliados y soviéticos. La desmilitarización es un objetivo de otro tipo, alcanzable mediante la combinación de negociaciones y presiones, al alcance de Rusia que, de asumir enfoques correctos, puede contar con amplios apoyos en Europa, Asia y América Latina. En tal sentido la opinión de los habitantes de Donbass puede ejercer considerable influencia. En cualquier caso, se trata de algo negociable, a la vez que, difícil de imponer por la fuerza.  

La reciente incursión de tropas de Ucrania en el territorio ruso de Kursk, donde, tras un mes, se han hecho relativamente fuertes, obligando a Rusia a incurrir en la paradójica decisión de bombardear su propio territorio y reconquistar localidades que se suponían defendidas y para muchos invulnerables, es una evidencia de los giros que pueden tomar las acciones militares. No tengo dudas de que Rusia puede alcanzar la victoria en Ucrania, pero también estoy seguro que el precio sería alto, probablemente prohibitivo; no sólo para los vencidos sino también para el ganador.

Tampoco las pérdidas y ganancias serian sólo en hombres y territorios. Las victorias militares son rentables únicamente cuando las acompaña la gloria. Así ocurrió en la Gran Guerra Patria, de la cual Rusia cosecha laureles todavía. Para Rusia la combinación perfecta es ganar y seguir siendo una potencia respectada, apreciada y un actor relevante en los asuntos internacionales, cosa en lo cual había progresado extraordinariamente hasta el desafortunado momento en que cedió a la tentación de acudir a las armas.

Comparto la idea de que, por ahora, al punto que sea ha llegado, el armisticio es una buena base para negociar un alto al fuego, el desenganche de los combatientes y regreso a las posiciones de partida, interdicción de una fuerza de paz y moratoria por un largo período, lo que permitirá negociar soluciones definitivas, incluyendo que Donbass no sea ucraniano ni ruso, sino independiente. De hacerlo, puede que ocurra como en Corea donde, al menos se silenciaron las armas que así han permanecido durante 71 años. La paz es la victoria. No hay alternativa.

 

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