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Opinión

El poder, esa droga peligrosa

Zheger Hay Harb , habla de cuando el diario español El País entrevistó al presidente Gustavo Petro, quien revela las dificultades del poder.
El poder, esa droga peligrosa
El poder, esa droga peligrosa

El diario español El País le hizo una entrevista al presidente Gustavo Petro en la que el mandatario deja asomar, a veces pareciera que sin percatarse, las grietas que el ejercicio del poder ha ido haciendo en la coraza de un hombre al que por 17 años vimos en el senado como el hombre fuerte que escudriñaba las entrañas del poder para denunciar la corrupción. Fue tan eficaz en esa labor que fue considerado el mejor congresista del país.

En el año 2012 fue elegido alcalde de Bogotá y allí demostró nuevamente sus dotes de orador y tribuno en la plaza pública, que utilizó como medio de defensa y ataque al procurador general de la época, de extrema derecha, que lo destituyó e inhabilitó por 15 años para el ejercicio del cargo porque supuestamente violó la ley con el sistema de recolección de basuras que implantó.

La Plaza de Bolívar colmada varias veces respondiendo su convocatoria fue la prueba de su arraigo popular para rechazar la medida arbitraria del procurador.

Finalmente la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), a solicitud del alcalde, ordenó restituirlo en el cargo porque la Procuraduría no tiene competencia para destituir a un servidor público elegido por voto popular. Volvió al Senado una vez terminado su periodo como alcalde, con la misma brillantez que había demostrado antes.

Lo anterior, para decir que el presidente Gustavo Petro no es un recién llegado al ejercicio del poder: la alcaldía de Bogotá es el segundo cargo en importancia en el país. Sin embargo, en la entrevista que cito aparece como un novato que de pronto descubre los sinsabores del poder -aunque no menciona sus mieles, que también las tiene-; por algo se persigue con tanto empeño hasta dejar la vida, la tranquilidad, el amor y la familia como el resto de los mortales los conocen.

Según sus respuestas, apenas ahora descubre que luego de batallar tanto para llegar el premio le ofrece su veneno: “es una infelicidad absoluta”. Y, en lugar del crítico del poder que siempre habíamos visto, ahora nos sorprende una persona que no acepta que su hijo deba ser juzgado con el rigor de la ley: “Él cometió un error, indudable. Pero lo han castigado más allá de lo que él cometió para ver si se viene contra su padre”. Los cargos por los que lo acusan son lavado de activos y apropiación de dineros que recibió con destino a la campaña presidencial de su padre pero decidió quedarse con ellos.

El Presidente no ha intervenido de manera ilegal para torcer las pruebas, presentar pruebas falsas o presionar al Juez del caso, pero las palabras del Presidente tienen un peso específico que podrían tomarse como presión.

Justamente esas declaraciones del Presidente se dan mientras el expresidente Álvaro Uribe, un hombre muy poderoso, de quien Gustavo Petro ha sido gran contradictor durante toda su vida pública, está siendo juzgado por juezas de la República que no han sucumbido a las presiones, en este caso sí indebidas, para que desestimen pruebas o acepten testimonios que han declarado falsos.

No puede aceptarse entonces que la imparcialidad de los jueces que reconocemos para el caso que defendemos no sea aceptada en el que nos resulta doloroso en lo más íntimo, como es el amor filial.

Cuando le preguntan en qué considera que ha fallado, responde: “En creer mucho en la gente que me rodea. En creer que puedo hacer una revolución gobernando, cuando eso lo hace el pueblo”. Sobre el televisado Consejo de Ministros que mostró un Gobierno desarticulado, con altos funcionarios que se atacan unos a otros y con la mayoría anunciando su renuncia, dio un parte de victoria: “No pensé que iba a tener tanta audiencia; barrimos a los canales y un partido de fútbol”. Ya antes había dicho sobre eso: “fue hermoso”. No acepta ninguna responsabilidad en las fallas de su Gobierno que él mismo reconoce, pero atribuyéndoselas a sus funcionarios.

El Presidente es un hombre honesto en el sentido de no robar ni hacer triquiñuelas para obtener ganancias monetarias. Cuando habla de que quisiera hacer una revolución, está siendo sincero. Pero sólo con eso no se conduce a un país hacia la justicia social. Tiene todo el derecho a sentirse cansado, pero no a tirar la toalla; tiene derecho a manifestar su amor filial, pero no a anteponerlo a la labor de la justicia. Y, en todo caso, sorprende que a estas alturas no sepa que el poder trae consigo, además de la gloria, la soledad. García Márquez cuenta que una vez le preguntó al comandante Fidel Castro qué era lo que más desearía hacer y este le contestó: pararme en una esquina.

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