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Opinión

Magníficos rebeldes

Zheger Hay Harb habla sobre los magníficos rebeldes, lo cual asocia con la actual política.
Magníficos rebeldes
Magníficos rebeldes

Con ese título, Magníficos rebeldes, Andrea Wulf escribe un libro apasionante sobre “los primeros románticos y la invención del yo”, luego de su soberbia biografía de Humboldt “La invención de la naturaleza”.

En este, nos entrega de manera vibrante y rigurosa la vida y creación intelectual de esos “primeros románticos” pero, lejos de cómo se usa en el lenguaje común y en el argot político, ese yo está lejos de ser la raíz del egoísmo, el abandono de las responsabilidades sociales, la dejación de la solidaridad.

Por el contrario, los magníficos rebeldes, esos poetas, novelistas filósofos, dramaturgos que confluyeron en la pequeña ciudad de Jena, influenciados por las ideas de la Revolución Francesa se enfrentaron a la frialdad racional de la Ilustración con su lema de que no puede haber ciencia sin poesía, criterio compartido entre otros por Goethe y Humboldt, que hicieron parte de esa rebelde cuadrilla, analizando las relaciones entre la humanidad y la naturaleza. El rigor científico de este último, tan acucioso en sus investigaciones y mediciones que lo llevaron a arrostrar las inclemencias de la Naturaleza en medio mundo, estaba acompañado por la elevación del espíritu en la poesía.

La actualidad política me lleva a recordar este libro, uno de mis textos de cabecera. Mirando el caso colombiano (para no hablar de Israel, donde toda legalidad y toda decencia han quedado arrasadas) en mi modesta opinión, luego de un gran triunfo de las fuerzas de izquierda y centro izquierda, todo parece estar a punto de perderse en gran medida debido a la desmesura del yo, en este caso vulgarmente traducido como ego, de quien dirigió esta gran conquista política.

Tras su vinculación juvenil a uno de los movimientos de liberación que se dieron en Colombia en los años 80-90 -el M19-, que luego se desmovilizó mediante un Acuerdo de Paz con el Gobierno, Gustavo Petro fue elegido senador por varios periodos en los que fue considerado siempre el mejor congresista, en el 2012 ganó en franca lid la alcaldía de Bogotá y en el 2022, mediante elecciones libres, la presidencia de la República.

Pero todo parece indicar que la exacerbación de su yo, que ha llegado a opacar el nosotros con el que fue elegido, está llevándolo a perder lo que con tanto esfuerzo suyo y de miles, cientos de miles y millones más, se ha conseguido.

La combatividad está dando paso a la camorrería y ésta ha echado por tierra los acercamientos con las distintas fuerzas políticas que apoyaron su candidatura presidencial. Si en esos momentos era claro que con sólo sus partidarios era imposible alcanzar la presidencia, ya estando en esta es evidente que sigue siendo indispensable una alianza amplia de fuerzas políticas con alguna identidad de principios. El presidente lo sabe y con alguna frecuencia convoca a un acuerdo nacional. Pero, acto seguido, empieza a repartir insultos a gremios, partidos, movimientos, personas, hasta el punto de que, a estas alturas, la lista de enemigos más que adversarios, crece cada día hasta dificultar la gobernabilidad.

El último rifirrafe fue con el Congreso porque rechazó su propuesta de reforma laboral. La verdad es que, sin una concertación importante en el Congreso, esa y todas las propuestas del Gobierno se hundirán. Traidores, los llamó el presidente. Pero es el mismo Congreso que antes le aprobó la reforma tributaria y el Plan Nacional de Desarrollo.

En respuesta, el Gobierno convocó marchas que fueron multitudinarias, pero, a pesar de eso, a la hora de someter a Consulta Popular su propuesta, los 13.5 millones de votos que necesita para su aprobación no se alcanzarán si no es en alianza con otras fuerzas.  Aparte de que el Congreso debe aprobar el texto de la Consulta. “Ya salieron los oligarcas, los dueños del dinero, los que matan y asesinan, a gritar contra la consulta popular porque le tienen miedo al pueblo de Colombia” dijo el presidente; pero entre los que se oponen hay también fuerzas de izquierda y de centro.

Hace unos meses, en los partidos de fútbol y en los conciertos la gente empezaba a gritar Fuera Petro. Ya se sabe cómo es eso: alguien empieza y se arma el desorden, sin ninguna consistencia política, la mayoría no sabe ni por qué grita, simplemente, se está divirtiendo. Pues Petro no tuvo mejor idea que decir que los que gritaban así eran asesinos.

A comienzos de la semana pasada, dijo que “los expertos, los hombres y las mujeres de la ciencia, se venden al mejor postor (…) Traficar con la muerte es de vampiros, no de hombres de ciencia”. A lo cual la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas le solicitó que rectificara. A los alcaldes que se le han opuesto los ha llamado alcalduchos. Se opuso a la construcción de autopistas diciendo que esas eran para que transitara la oligarquía.

Los desencuentros son también con su propio Gabinete: la rotación de ministros es tal que impide armar un equipo de trabajo que dé continuidad a las políticas. Por los 19 ministerios que lo integran ya han pasado 57 personas. El último fue el de Hacienda, un académico de izquierda que estaba como viceministro desde el primer día de su Gobierno y apenas alcanzó a estar tres meses como ministro porque lo contradijo en algo.

Ahora ha resultado diciendo que no necesita al Congreso para que apruebe sus reformas: “No nos importa si se hunde (en el Congreso)” porque para eso está el pueblo y la Consulta. ¿O sea que nos vamos a convertir en democracia plebiscitaria? ¿Un Gobierno que se autodenomina revolucionario? Es la negación de los principios por los cuales la gente votó para elegirlo presidente.

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