Por Luis Enrique Cauich
KANTUNILKIN, LAZARO CARDENAS, 13 de octubre.- A pesar del panorama no tan halagador que se vislumbra con respecto a la preservación de las tradiciones ancestrales, como la herbolaria o también conocida como medicina tradicional maya, existen personajes que contra viento y marea se mantienen enérgicos ante los embates de la influencia globalizadora y de rezanderos, chamanes o xmenes, se les llama erróneamente por la sociedad religiosa como “brujos”.
Fidel Baas Chuc, en una de sus muchas pláticas sostiene que el impacto que la globalización y la migración han tenido sobre el conocimiento médico tradicional del pueblo maya yucateco, lo ha colocado en una condición considerada como de franco riesgo.
Frente a esta situación, han surgido iniciativas para tratar de preservar estos saberes, sin embargo, los resultados han sido muy limitados, además de que por cuestiones de religión, hay quienes ya no recurren a la herbolaria por considerarla una práctica que va en contra.
Practicar la herbolaria les ha permitido salvar la vida de muchas personas, pero por una equivocada creencia o mal intencionada acción se les cataloga como brujos, cuando no es así, ya que trabajan con la bendición de Dios y se abocan a curar males que otros causan a través de sus malas prácticas, dice el curandero maya.
Entrevistado, en su vivienda, relata como de niño quedó huérfano y regalado a una familia para cuidar a un niño, cuyos padres eran muy estrictos y le pegaban por cualquier cosa que le pasara al hijo de la familia, hoy muy conocida en esta localidad.
Baas Chuc recuerda entristecido las palizas que recibía, de las que el 100 por ciento de las veces marcó con sangre sus brazos, espalda y piernas, para evitar estos sufrimientos, en ocasiones, se escapaba de esas golpizas refugiándose en el monte donde se alimentaba de las hierbas y encomendándose a Dios, más tarde se fue dando cuenta que podían ser medicinales.
Llevó una vida de sufrimiento por ser huérfano, siendo maltratado por la familia que lo había adoptado pero más que una vida mala, lo considera como una enseñanza de la universidad de la vida que le ha permitido obtener conocimiento y ciertos dones para ayudar a la comunidad a librarse de los males.
El entrevistado asegura haber muerto en dos ocasiones, la primera al haberse aventado en un cenote en medio de Kantunilkín, donde hoy se ubica el parque principal y desconoce quién lo rescató, pero dice estar seguro que pudo ver el cielo.
La segunda se encontraba en su milpa, cuando comenzó la lluvia y se refugió en una troje que había construido, sin embargo, mientras esperaba que la lluvia cesara, pegó un estruendoso rayo que volvió a llegar al mismo lugar, pero un viejito se hizo presente y éste le dijo que no era su momento, llevándolo al lugar del impacto del rayo, donde más tarde despertó, sólo para darse cuenta que se ubicaba a unos 200 metros de su troje y bajo un árbol donde impactó el rayo.
En el lugar encontró una pequeña piedra con un símbolo que le ha permitido tener algunos dones, para contrarrestar la maldad que hacen otras personas y poder curar a través de las plantas medicinales, enfermedades como úlceras, piedras en los riñones, entre otras.
Erróneamente, dice, los llaman brujos y los católicos u otras religiones no creen en su trabajo, sin embargo, relata durante su entrevista, que todo trabajo que realiza se lo encomienda a Dios y a la Virgen de Guadalupe para que intercedan y le permitan ser el conducto a través de sus medicinas naturales, por el cual la persona enferma se pueda curar.
Insiste en que sí existe la maldad, los practicantes de la magia negra, personas que toman formas de animales para robarles su esencia a otras por diversas cuestiones, esos son los brujos, los que adoran al diablo y no aquellos que curan estos males.
Sostuvo que cualquiera que no crea en las plantas medicinales puede acudir a su consultorio en Kantunilkín e iniciar un tratamiento, con el que después se dará cuenta que es garantizado y que las enfermedades también se pueden curar a través de la herbolaria y sobre todo encomendándoselo a Dios padre.