Quintana Roo

'La mujer del Semáforo del Caracol': Una historia de desesperación y angustia en Cozumel

Janet Cruz Salinas de la Ciudad de México, llegó a la isla hace tres años buscando una mejor condición de vida, sin embargo, la pandemia del COVID-19 la obligó a "adueñarse" del semáforo del caracol para obtener ingreso
A sus 39 años se le ve muy delgada y con visibles huellas de desvelo en el rostro, quizás se deba a tanta preocupación y algo de frustración / Arturo Mezo

Janet Cruz Salinas, quien llegó a la isla hace tres años, buscando una mejor condición de vida, se vio obligada a adoptar el semáforo del Caracol para mendigar unas monedas o, en ocasiones, vender chicles para obtener algo de ingresos para poder subsistir, tras quedarse desempleada a causa de la pandemia; pese a la generosidad de la gente, en ocasiones se le ha visto llorando desconsoladamente porque hay días que no recibe ni un solo peso.

A sus 39 años se le ve muy delgada y con visibles huellas de desvelo en el rostro, quizás se deba a tanta preocupación y algo de frustración.

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Le llaman “la mujer del semáforo” porque todos los días se le ve en la esquina del monumento al Caracol pidiendo una moneda o vendiendo chicles para obtener algún ingreso para su sustento diario y pagar la renta de su vivienda.

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No es común observar a esta clase de personas en los semáforos en Cozumel, pero en últimas fechas es más notorio; a causa de la pandemia, las autoridades han permitido que varias adopten estos lugares donde automovilistas y motociclistas hacen alto para ofrecerles sus servicios.

Han llegado malabaristas que actúan con fuego, indigentes que piden una moneda a cambio de flores hechas con palmas de coco, personas que bailan hip hop, una señora que dice ser sordomuda, así como Janet y su pareja (franelero), quienes todos los días se paran en el semáforo del Caracol a vender chicles y limpiar parabrisas.

Éstas personas están allí por necesidad al no tener estudios, la falta de un empleo los ha solidarizado, si alguien les lleva comida o agua la comparten o en caso de que alguno se enferme se ayudan entre sí, en algunas ocasiones se unen para buscar solución a los problemas que alguno tenga.

No cuentan con lujos, ni un hogar propio, pero hay una hermandad. Janet dio a conocer que llegó procedente de la Ciudad de México para buscar una mejor condición de vida, para ello tuvo que dejar a sus dos hijos, un varón de 17 años y una adolescente de 12, quienes se quedaron al cuidado de su papá.

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Con lágrimas en los ojos dice extrañarlos mucho. Hasta antes de la pandemia ella tenía empleo en una mercería en la 65 Avenida, pero a raíz de la aparición del virus SARS-CoV-2 el negocio cerró y ella se quedó desempleada, lo que la orilló a pedir limosna y vender chicles a cambio de una moneda.

Un domingo alrededor de las 11 de la mañana, este reportero la encontró llorando desconsoladamente -replegada en uno de los postes del alumbrado del camellón central de la 65 Avenida Sur (frente a conocida farmacia)-, implorando a Dios (en voz alta) para que la ayudara en su calvario, porque hasta esa hora nadie le había regalado una moneda y, por consiguiente, sentía mucha hambre y no tenía nada qué comer.

Sus lágrimas y desesperación dejaron entrever la difícil situación que atraviesan estas personas en su peregrinar por las calles de Cozumel.

En algunas ocasiones ha ofrecido sus servicios para desyerbar algún terreno o limpiar una casa, pero a veces la gente y desconfía, por su aspecto.

“Mis chicles no tienen precio, la gente nos da lo que su corazón les manda, pero a veces la moneda es lo que menos importa, pues nos conformamos con que la gente nos regale un plato de comida y agua, para subsistir”, añadió con los ojos llorosos.

Una de sus tantas anécdotas -curiosas hasta cierto punto- es que cuando pasan los elementos de la Guardia Nacional les arroja chicles como una forma de saludo y en ocasiones -no siempre- los militares le devuelven el gesto con una moneda.

MA