Hasta hace 15 años, las tardes y noches de los fines de semana en el Parque “Benito Juárez” se convertían en auténticas verbenas populares y una pista de baile abierta al público, en la que locales y turistas se fundían en una sola sociedad para mostrar sus dotes de grandes bailarines; pero llegó la modernidad y lo cambió todo.
Uno de los personajes iconos de estos domingos, con la inolvidable Banda Cuzamil, era “Pilín” (q.e.p.d.), un señor con síndrome de Dawn quien vivía en pleno parque con su familia, lo que les permitía estar en primera fila en los conciertos que ofrecía este grupo, perdiéndose entre la multitud que buscaba pasar un rato agradable, respirar aire puro y sentir la brisa del mar.
La cita siempre fue en el histórico y emblemático quiosco (ya no existe), donde cientos de personas se congregaban. No había distinción de raza, color o nacionalidad, pues tanto locales -desde los más humildes, hasta los más ponderados- así como turistas se daban cita domingo a domingo en dicho lugar.
Niños, jóvenes, adultos y personas de la tercera edad tomaban por asalto la plaza principal del Parque “Benito Juárez” desde las seis de la tarde y hasta que el cuerpo aguantara.
Lamentablemente las administraciones municipales cambiaron lo mejor que tenía Cozumel, su principal rostro, el pulmón de la actividad nocturna, sin llevar a cabo una consulta pública.
Solamente el reloj público queda de pie, como mudo testigo de tanta historia, tantas anécdotas, recuerdos que se mantienen en la mente y en el corazón de muchos cozumeleños e incluso de gente que vino de otros lugares y echó raíces en esta bella isla.
La modernidad vino a hacer de las suyas, como opina la señora Ana Manrique. “Aquellos tiempos ya no regresarán y si vuelven, ya nada volverá a ser como antes”.
Hoy, este parque está prácticamente “muerto” y con la pandemia, peor. En aquel entonces, no se necesitaba ir arreglado para mostrar las dotes de bailarín, bastaban un short, una camisa, chanclas o huaraches para saltar a la pista, solo o con pareja, pues no faltaba quien para hacer compañía.
Con la nostalgia reflejada en el rostro, Blanca R., quien asistía cada domingo al parque, recuerda las veces que fue acompañada de su esposo para pasar un rato agradable, momentos que hacían olvidar el estrés del trabajo, los problemas en casa y demás.
“Era más bonito cuando estaba el quiosco, incluso había más lugares para sentarse y platicar. Quisieron “vendernos” algo mejor, pero resultó “más caro el caldo que las albóndigas”, pues la fuente con luces y música duró muy poco; una inversión tirada a la basura”, expresó.
Hoy, aquellos niños que iban con sus padres son jóvenes adultos. Seguramente los turistas que alguna vez tuvieron la fortuna de bailar con sus novias, esposas o algún familiar han de recordar esos bellos momentos musicales en este parque. No hay vuelta de hoja, nada volverá a ser igual.
MA