La industria turística tiene por objetivo esconder lo que los visitantes prefieren no conocer. En la Península de Yucatán, Grupo Xcaret está empecinado con “romantizar los tiempos” de la esclavitud maya, al recrear escenarios propios de la época del Porfiriato.
Según Cristina Oehmichen Bazán, académica del Instituto de Investigaciones Antropológicas, con experiencia en las áreas de Etnología, Antropología Social y Etnohistoria, por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuyas líneas de investigación se enfocan en la violencia, procesos multiculturales, turismo, migración y pueblos originarios, específicamente en la cultura maya, las comunidades rurales de la Península de Yucatán (en especial las de Quintana Roo) deben reapropiarse de sus expresiones y tradiciones ante la usurpación del empresariado hotelero.
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En entrevista para Por Esto!, la investigadora reflexionó acerca del arrebato de las tradiciones, sacralidad e identidad de los pueblos mayas por los grupos empresariales turísticos, en especial de Grupo Xcaret, mismo que ha sido señalado por hacer prácticas que han dañado parte del ecosistema peninsular y la promoción de una iconografía apropiada del mundo maya.
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Cuestionada acerca del robo de la identidad de los pueblos indígenas de la Península de Yucatán, explicó que existe una dualidad en Quintana Roo. “Hay personas mayahablantes, con las características fisionómicas mayas, pero que no se identifican como tal; es por eso que el empresariado se apropió de sus expresiones y por ello, en los últimos años hay comunidades, como las del Municipio de Felipe Carrillo Puerto, donde exigen la redignificación de su identidad como originarios de la región Sur del país”.
Para Cristina Oehmichen, el escándalo por la destrucción y modificación que Grupo Xcaret hizo de ocho cenotes en el Parque Xibalbá, en Valladolid, Yucatán, habla “de lo complacientes que fueron los Gobiernos de antes” con el consorcio fundado por Miguel Quintana Pali.
Sin embargo, también brota la conformación de los parques xcaretos en la recreación de elementos propios de las haciendas henequeneras, época correspondiente al porfiriato. En estas haciendas, los indígenas mayas vivían casi en la esclavitud, con cuentas en tiendas de raya que no podían pagar y abusos por parte de mayorales y hacendados que tenían que sortear.
“No sé si se pueda hablar de una añoranza de la esclavitud maya. Lo que sí identifico dentro de los parques de Grupo Xcaret, así como de otros hoteles boutique en haciendas restauradas, es una romantización de aquel tiempo. En estos lugares, los empresarios contratan a personas de las comunidades para que usen trajes típicos y realicen las labores domésticas que hacía la servidumbre de la época porfiriana”, afirmó.
Oehmichen Bazán compara estas prácticas de marketing turístico con un “teatro, donde sólo se muestra la parte bonita de la obra. Al turista le ocultan todo lo que hay tras bambalinas, sólo se muestra la cara amable que los turistas quieren ver; no quieren saber de la explotación del trabajo, la infantil y femenil, el problema del hambre y la miseria. Sólo viene para saber de lo bonito, lo nuevo y lo que es diferente”.
La reflexión de la entrevistada refiere que este tipo de consorcios se dedican a reproducir patrones, modelos o conceptos que no choquen con lo imaginado o entendido por el foráneo.
“El turista no quiere saber del hambre o los trabajos forzados. La industria turística es experta en crear escenarios idílicos de situaciones no tan agradables”, señaló.
Dentro de los parques de Grupo Xcaret es común ver edificios con estructuras parecidas a las grandes casonas de las haciendas yucatecas, productoras de agave y henequén, donde hubo “explotación (laboral) que esperemos quede en el pasado”. Además de las representaciones de pueblos mayas y de cómo se vivía en la época de los inicios de siglo XX. Se pueden encontrar vías de armones, capillas católicas e iconografía étnica, “que fue tomada sin permiso de los pueblos”.
También hay un espectáculo que se llama “México Espectacular”, que habla del proceso de conquista de México y de la región maya; y otro que se conoce como “México en la Piel”, que son parte de “un proceso de folklorización”.
La otra milpa
Al ser fuentes de empleo permanente para las comunidades y Estados vecinos, aunque sus salarios y prestaciones sean discutibles, la académica identificó un proceso de “descampesinización” (señalado por otros investigadores), en el que los jornaleros dejan de trabajar en la siembra de maíz para tomar como suyos, el comercio y los servicios, el trabajo asalariado en la construcción y servidumbre de estos complejos vacacionales.
“Hay muchas investigaciones sobre la modificación de las comunidades rurales que dejan cualquier actividad primaria para pasar a los servicios. Se considera que migrar hacia estas zonas turísticas es el primer paso hacia Estados Unidos. Muchas localidades primero intentan la migración interna para buscar mejores oportunidades; podemos identificar personas de Quintana Roo, Yucatán, Campeche, pero también de Veracruz y Tabasco en estos centros laborales”, agrega.
En las transformaciones sociales que han repercutido en las comunidades rurales se encuentra la presencia de la mujer y su ingreso de lleno al mercado laboral. “Ese es uno de los grandes cambios en las familias del medio rural. A las mujeres ahora se les puede encontrar trabajando en el área de la cocina, de camaristas o de personal de apoyo, pero se trata de largas jornadas, no tan bien remuneradas, de las que sobreviven por las propinas y que, al unir los salarios de los esposos, apenas si alcanza para subsistir”, lamentó.
Gobiernos complacientes
Una explicación a este tipo de operación, en la que primero se construye y después se pide permiso, como lo señaló la titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), se debe a que desde el sexenio de Luis Echeverría (1970-1976) y con el desarrollo de Cancún, se abrió la región a la inversión de manera indiscriminada para su progreso.
“Para los 70, México era mostrado como la panacea, donde todo lo que se sembraba, florecía. Así fue que se le abrió la puerta a cualquier tipo inversión; sin embargo, el problema también se viene arrastrando desde 1992, con la contrarreforma agraria, en el sexenio de Salinas de Gortari (1988-1994), cuando se les quitaron propiedades de defensa a los ejidatarios y comenzó el conflicto territorial por las playas de Quintana Roo”, agregó.
Para la investigadora, quien ha seguido la cobertura acerca de Grupo Xcaret, no es sorpresa el comportamiento empresarial hacia la naturaleza y el patrimonio de los mexicanos, al ser muestra de las medidas laxas de Gobiernos previos.
“No es que el bien público no sea de nadie. Son selvas, bosques, pulmones para el país; esto demuestra lo complaciente que fue el Gobierno de Enrique Peña Nieto con este grupo (Xcaret) y los Gobiernos anteriores. Y no sólo con ellos, con muchos grupos de hoteleros mexicanos y extranjeros”.
Para la académica es preocupante la llegada de más obras al Sur del país, “por la voracidad con la que se comportan los empresarios y porque podrían reiniciar las estrategias para acaparar tierras alrededor de éstas. De momento arriban empresarios que compraron tierras hace cinco o 10 años, y no hay transparencia en la forma en la que las adquirieron, pues son bien común”.
“Se han cerrado playas, se siguen emitiendo permisos para la construcción de hoteles en Cancún. Ahí ya no necesitan más hoteles. Hay una sobrepoblación de habitaciones. Es una mafia inmobiliaria que está arrebatando el espacio visual en las costas de Quintana Roo y está gentrificando, sacando a ejidatarios y pobres, alejándolos de sus áreas de origen”, apuntó.
Para Cristina Oehmichen Bazán es necesario señalar los puntos turísticos que sí respeten e integren a las comunidades mayas a la reactivación económica y por el aprecio a sus verdaderas costumbres, “como el Museo de la Cruz Parlante, donde la comunidad maya explica, desde su versión de los hechos, la Guerra de Castas”, que duró de 1847 a 1901.
“Es muy fácil apropiarse de las tradiciones ajenas. En las famosas bodas mayas hay gente que sólo se aprendió de memoria la letanía ceremonial y cobra por ello. Es necesaria la redignificación del patrimonio cultural y la redistribución de los ingresos por el turismo en la Península”, concluyó.
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JG