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Ricardo Mendez, el pescador que sobrevivió a la picadura del pez mas venenoso del mundo en Cancún

El pescador Ricardo Méndez narra su experiencia al sobrevivir a la picadura del pez más venenoso del mundo en Cancún
Sobrevivió a la mordedura de un pez muy venenoso
Sobrevivió a la mordedura de un pez muy venenoso / Rodolfo Flores

El control de la mano se escapaba conforme los kilómetros avanzaban. ¿Así es como voy a morir?, me preguntaba mientras los compañeros de pesca guardaban silencio. No habían pasado ni dos minutos desde la picadura y el dolor era ya inaguantable.

Ese día, por la mañana, mientras leía las notas de mis compañeros, no tenía la intensión de salir a pescar. Pero así son las cosas, los planes pueden cambiar y fue exactamente lo que pasó.

La Historia del pescador de Cancún que sobrevivió al pez más letal del mundo: PARTE II

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La Historia del pescador de Cancún que sobrevivió al pez más letal del mundo: PARTE II

Fue una llamada de unos amigos del puerto la que despertó el instinto. Había presencia significativa de cardúmenes de liseta. El norte había despertado a la mancha.

Sin pensarlo dos veces organicé la aventura. Lacho y Miguel estaban más que puestos. Tomamos las cañas, las redes, los anzuelos y nos lanzamos al puerto y es que para el alma del pescador ir de pesca es lo más cercano que puede estar de la felicidad.

Eran las 5 menos 15 de la mañana. Mientras caminaba hacia la camioneta hice una llamada: Amor, por favor, investiga qué tan venenoso es el Pez Piedra, me acaba de picar la mano. La respuesta fue casi inmediata, confirmaba mis sospechas: Ricardo, tienes dos horas, es el pez más venenoso del mundo.

Mientras manejaba, no pude dejar de desear no haber seguido mi instinto depredador porque no estaría devorando kilómetros para tratar de salvar mi vida.

Para esos momentos, cuando apenas cruzaba la caseta de policía de Isla Mujeres -en su parte continental- había perdido movilidad de toda la mano, el dolor lacerante se había apoderado incluso de la muñeca y el antebrazo, la inflamación subía como espuma sangrante, dolorosa, punzante. Comenzaban otros síntomas: mareo, temblor y náuseas.

La distancia de la avenida intermunicipal entre Cancún e Isla Mujeres parecía interminable, los semáforos fueron violentados por la velocidad de la Tracker que buscaba con ansiedad la presencia de un hospital, ¡vamos, de alguien que pudiera hacer algo para detener el avance de la toxina!

Los mensajes de la mujer de mi vida llegaban uno tras otro, pero no había tiempo de leerlos. Mi compañero Lacho -quien por cierto está peleado con la tecnología- de manera infructuosa intentaba comunicármelos. Yo pensaba en todo lo que sabía de sobrevivencia y recordé que la alteración nerviosa provocaba que el torrente sanguíneo se acelere. Cálmate Méndez, me decía mientras respiraba lo más profundo que podía. Cálmate.

Por fin Lázaro pudo abrir mi WhatsApp y me puso la pantalla para leerlos. Lo tuve que hacer, porque él estaba más nervioso que yo.

El Pez Piedra es una especie de pez escorpeniforme, perteneciente a la familia Synanceiidae?, que habita en aguas tropicales de los océanos Índico y Pacífico, de manera especialmente abundante en los arrecifes de Australia y el archipiélago malayo??.

Está considerado como la especie de pez más venenosa encontrada en el mundo. Su distribución se ha ampliado en tiempos recientes hasta el mar Mediterráneo y el Golfo de México.

Lo que no dice Google es que el cabrón pez tiene forma de piedra y desarrolló este camuflaje para pasar desapercibido para depredadores como la barracuda y para emboscar a los peces más pequeños que forman parte de su menú alimenticio. Es carnívoro y tiene una importante presencia en el Caribe Mexicano, es decir, en el Mar Caribe y el Atlántico.¡Vaya noticia!

Luego de leer esto no pude evitar pensar en que no sería suficiente llegar al Seguro Social porque, al no ser común, pues seguramente los médicos no sabrían como contrarrestar la toxina, no contarían con el antídoto y por consecuencia, no tendría muchas oportunidades de sobrevivir.

Conectados

Sí, mi mujer y yo tenemos algo, no sabemos cómo ocurre, pero ocurre. Estamos conectados mentalmente. Porque apenas terminaba de pensar en mis posibilidades, cuando ella me mandó el mensaje que describía el único tratamiento para contrarrestar el veneno: Agua hirviendo. Básicamente se trata de sancochar el veneno. ¿Y cómo?, pues metiendo la mano en esa agua.

Sí, era preferible quemarse la mano que perder la vida. Eso fue lo que pensé.

Mientras la tracker devoraba la avenida Bonampak, mi mente se debatía en una decisión: ir a mi casa para buscar agua hirviendo o al IMSS. Llegando al kilómetro cero de la zona hotelera, decidí por el hospital. La aguja del medidor de gasolina me obligó a ello, ya andaba en reserva. Tomo la avenida Cobá, me paso el último alto, en la Tulum, y llego al nosocomio.

Desciendo y mis pies me traicionan. Ya estaba perdiendo el control de las extremidades inferiores. Un frío intenso me invadía el cuerpo. Temblaba incontrolablemente. Aviento las llaves a Lázaro y trastabillando llego a urgencias.

´Señorita necesito que me atiendan, me picó un pez muy venenoso y tengo dos horas para recibir tratamiento, por favor, vaya por la enfermera´, le dije a la joven guardia de seguridad que lucía su hermoso y robusto cuerpo sentada sobre una pila de sillas. Me miró entre dormida y extrañada, pero no dijo nada.

Con la voz notablemente temblorosa, repetí: ¡que me picó el pez más venenoso del mundo y moriré si no me atienden!

Eso fue suficiente para que la mujer saltara de su asiento y corriera por el pasillo de la sala. Enseguida llegó una enfermera y me ingresó, es decir, abrió la puerta, entré metro y medio y mientras me daba una silla le dije lo del agua caliente, pero al principio minimizó el tema. Fue por los equipos para ver mis signos vitales y tengo que reconocer que lo intentó, pero no pudo obtenerlos todos. El medidor de la presión arterial y frecuencia cardiaca no reaccionaba, tampoco la oxigenación, el temblor corporal simplemente era demasiado.

Finalmente, se pudo medir la presión arterial y la rapidez de las pulsaciones y la expresión de la enfermera no me ayudó para tranquilizarme. Sólo salió corriendo mientras decía que todo estaba muy alto.

Regresó de inmediato con el celular en la mano. Al mostrarme la pantalla me preguntó: ¿es este el pez que le picó? Mi respuesta afirmativa provocó de nuevo su apresurada carrera. Regresó muy pronto y por fin, luego de una hora, recibí el agua hirviendo.

En un vaso de unicel me trajo el tan apreciado líquido y en él no pude meter más que el dedo afectado -dedo medio de la mano derecha-. Eso trajo una consecuencia, que el alivio se diera hasta donde alcanzaba a ser remojado, el resto de la mano seguía inflamándose.

Una y otra vez metía el dedo para que el agua actuara. Era una combinación de dolores. De verdad no sé como no grité. Primero dos segundos, luego cuatro y así hasta dominar el dolor.

En eso estaba cuando mi esposa llegó. Mis dos amigos, Miguel y Lacho aguardaban en la sala. Mi esposa, alterada, pedía informes. Estaba alterada. Me levanté y yo mismo abrí la puerta para que entrara. Alcancé a ver a mis hijos. “El cómo estás”, fue una mera cortesía. Sabían de la situación.

El regreso de la enfermera significó una inyección para el dolor, pero éste no cedió. Luego una bata y el internamiento, para ello, llegó la doctora en turno, y sin tardanzas me explicó que me pondrían suero, “algo -dos medicamentos- muy fuerte” para el dolor, antibióticos para evitar la infección. Me condujo a la sala de internamiento y atención, me “entregó” al grupo de enfermeras y partió. Mi esposa iba de escolta.

Para mi desgracia, lo primero que hicieron fue retirarme el agua hirviendo. Sí, el único tratamiento posible contra la picadura, la retiraron, ´pero señorita, es indispensable´, le dije, pero no le importó, dijo ´no tengo indicaciones al respecto´. Mi esposa rugió mientras yo decía, ´qué, acaso quiere matarme´. Y entonces surgió la fiera que lleva dentro toda mujer y aguas con eso. Mi esposa después de un intercambio de palabras con la que parecía jefa de turno, se metió a buscar a la doctora Alejandra y la encontró. Y, gracias a Dios, llegó y puso orden. Y todo volvió a la calma.

Sobreviviendo a las enfermeras

Los que hayan experimentado al IMSS saben que es un calvario. Hay indolencia, maltrato, burocracia y envidias. Es una auténtica cueva de lobos. Enfermeras vs. enfermeras, enfermeras vs pacientes; enfermeras vs. doctores, enfermeras vs el mundo, enfermeras vs. lo que sea. En serio, son personajes especiales. Quizás las horas, quizás vivir bajo estrés, quizás sólo porque pueden, pero se enojan por todo. Ese día, los malos humores afloraron porque alguien osó preguntar por la hora de la comida, o porque necesitaba alguien una respuesta, o porque le llamaron “hermosa”, cualquier cosa era suficiente para hacerlas encabronar. Una de ellas incluso dijo en voz alta, ´parezco grosera, pero así hablo´, sí, y aguántense los enfermos.

Como en botica, hay de todo. Las hay agradables, amables, groseras e indolentes.  Ah, y los aprendices. Nosotros: los conejillos de indias. Las cosas como son: mientras mi mano seguía remojada en las escotillas de la recuperación, jóvenes pasantes eran instruidos en tiempo real con gente real, practicando el cateterismo. Y chínguese el paciente. Un piquete, dos piquetes, tres… los que sean necesarios con tal de que el jovencito aprenda, y, bueno, se entiende que no hay de otra, ¿o si?

Pero no todo es malo, al final saben lo que hacen y eso es lo que importa, que resuelvan, que sean efectivas y profesionales, que te arreglen el desperfecto con el menor dolor posible. Y lo hacen, aunque sean caraduras. Se agradece.

La sala

Los minutos se hacían largos. Permanecer en la sala de urgencias es como entrar a otra dimensión. Esta vez la prevalencia no eran los accidentes, los politraumatismos o heridas de armas -ya sean punzocortantes o de fuego- lo que amenazaba la vida de las casi 30 personas que permanecíamos hacinadas, era el dengue. Mi vecina de la izquierda del tramo de la banca que me tocó, tenía dengue clásico y el de mi derecha dengue hemorrágico. Las tres personas que estaban detrás de nosotros también tenían esta enfermedad. Y los 3 de adelante igual, por donde se mirara se apreciaban a las víctimas del aedes aegypti, y ellos, los moscos, sobrevolaban en torno nuestro.

Era un corredero de atenciones y un sinnúmero de caras de dolor. Sueros por todos lados y las caraduras de las enfermeras.

Noté que el agua hirviendo ahora era helada, pedí ayuda, pero la respuesta fue “no tenemos”, pero cómo ¿y entonces, que me lleve el carajo?, ´pues no hay, déjenos ver qué podemos hacer.

Una de ellas dijo en voz alta, ´estamos rodeadas de dengue y hay muchísimos moscos, nos vamos a terminar enfermando´, ´diablos´, pensé, ´si no me mata el pez me mata el dengue´, así, que -según yo- comencé a cuidarme del mosco, pero la realidad es que el sueño me venció.

La pregunta del cómo se encuentra fue el despertador, era el doctor en turno, tocó mi agua y me la retiró, pidió, pero recibió un no rotundo.

Mi esperanza desapareció, porque si al mismo médico de turno se la negaban, qué podía esperar yo.

“Ya me tienen harto”, dijo al salir apresurado de la sala, cinco minutos más tarde, grata sería mi sorpresa al verlo regresar con una jarra de 4 litros llena a medias con agua hirviendo. Que súper héroe ni que nada, resultó ser el único con la sensibilidad de un ser humano, además se encargó personalmente de revisar la temperatura del agua y la cambió continuamente. Todo un profesional.

Luego caí noqueado completamente ´hijo´, dijo mi mujer, al despertarme, eran las 11 de la mañana, la hora de la visita. Abrí los ojos, pero seguía inconsciente. El peligro había pasado, pero quedé como cuando Manny Pacquiao se topó con Márquez en diciembre del 2016. Quizás peor.

Cuando los seres humanos nos topamos con situaciones extremas que nos ponen en riesgo, tenemos poco tiempo para reaccionar, depende de lo que hagas el tener posibilidades de poder contar la experiencia, en ese pequeño lapso, te das el tiempo suficiente para recapitular tu vida y -al menos yo- de percibir lo que amas de estar vivo: a tu familia, a tu esposa, a tus hijos, a tus nietos, a tus sobrinos y a la pesca.

En la vorágine de emociones no dejas a nadie fuera y te dices no voy a morir de esta manera, así que te aferras a la idea y haces todo por conseguir este gran objetivo. Pero lo cierto es que no todos vivirán para contarlo. La experiencia relatada es totalmente verídica, sin matices de cuento o relatos fantasiosos. Ojalá sirva para quien tenga la mala suerte de toparse de frente con este gran pez, que por cierto fue liberado con vida.

Y bueno, los dejo porque tengo una cita con el Mar Caribe. La pesca me llama.

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AT

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