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Yucatán

Ariel Avilés Marín “México, creo en ti,

Como en el vértice de un juramento”

Ricardo López Méndez.

Todos los lunes por la mañana, nuestros niños hacen un juramento a nuestra patria; en el texto de este juramento hay una parte medular que dice: “Te prometemos ser siempre fieles a los principios de libertad y de justicia, que hacen de nuestra patria una nación independiente, humana y generosa”; la profundidad de este pensamiento es timbre de orgullo de todos los mexicanos y debe estar presente en todas las acciones que ocurren en nuestras vidas. Hoy por hoy, el profundo contenido de este mensaje se está poniendo en tela de juicio con las acciones y opiniones de rechazo hacia los migrantes centroamericanos.

Creo firmemente que la mejor manera de educar es el ejemplo, nada más falso que aquella simulación de “haz lo que te digo, pero no hagas lo que yo hago”; esta reflexión me lleva a un recuerdo de hace más de treinta años. Me veo llegando un mediodía cualquiera a casa de Pilar Fernández, junto a los rieles de ferrocarril del Crucero de Itzimná; la vía del tren pasaba a una distancia muy corta de la ventana de la cocina de casa de Pilar. Llegaba llevando conmigo tres cuartos de kilo de puerco rejalado y un kilo de tortillas y se lo entregaba a Rufinita, una mujer inolvidable, generosa, con una magia capaz de efectuar los milagros más portentosos que uno pudiera imaginar. Con su amplia y eterna sonrisa, Rufinita tomaba carne y tortillas y se disponía a hacer de comer para que almorzáramos los niños, Pilar y yo. Rufinita me decía: “Don Ariel, voy a empanizar el puerco, para que nos rinda un poco más”; el menú se completaba con abundante arroz blanco y frijol colado. Sin previo aviso, llegaban de pronto Elena Larrea con sus tres niños, un momento después se nos unía Pilar Jufresa con sus dos niñas. Rufinita ampliaba aún más su sonrisa y procedía a emular el Evangelio y efectuaba el milagro y todos comíamos en una hermosa y generosa hermandad sin problema alguno.

Pilar Fernández, Elena Larrea, Pilar Jufresa y yo, enseñamos a esos niños de entonces, hombres y mujeres de bien de hoy, a desterrar el egoísmo, a compartir lo mucho o poco que se tuviera, a que lo importante es que estábamos todos juntos y lo demás, era lo de menos. Goguito, Francisco, Alejandro y Fernanda de la O Fernández; Tomy, Emilio y César Pellicer Larrea; y Cire y Tania Vera Jufresa, mis niños adorados de entonces y de hoy, crecieron con este ejemplo y lo siguen practicando en sus vidas, ¡Afortunadamente!

En un pasado casi centenario, en el México de la década de los 30’s del S. XX, nuestro país dio al mundo cátedra de generosidad y solidaridad sin precedentes. Ese México de entonces tenía a la cabeza a un hombre progresista, generoso y profundamente humano, el General Lázaro Cárdenas del Río. Al gobierno del General Cárdenas y al de su sucesor, el General Avila Camacho, les toca sortear dos terribles conflagraciones que ensombrecieron al mundo, la inhumana Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.

La Guerra Civil Española trajo a nuestro país una numerosísima migración de gente de la derrotada República Española, gente que fue acogida y arropada por el amor del pueblo mexicano. Recuérdese el sonado caso de los Niños de Morelia, huérfanos de la guerra civil que vinieron a México y fueron adoptados y se hicieron mexicanos, destacados muchos de ellos, y que han trabajado sin descanso en esta tierra que los recibió con los brazos abiertos y a la que ellos también se han entregado con profundo amor. De la inmigración española nos llegó gente tan valiosa como los poetas León Felipe Camino, Luis Cernudas, Rafael Alberti, o la revolucionaria socialista Dolores Ibarrurri “La Pasionaria”; todos ellos dejaron huella profunda en la cultura nacionalista de nuestro país, sin haber nacido en este suelo.

Unos años más tarde, un héroe casi olvidado, el Dr. Gilberto Bosques, desde la Embajada de México en Portugal, sin temblarle la mano, concedió visas y visas y más visas, a refugiados de la Guerra Civil Española y a muchísimas familias de judíos europeos que huían con desesperación del flagelo más terrible que haya conocido la historia de la humanidad: El Partido Nacional Socialista Alemán, es decir, el Partido Nazi. Don Gilberto Bosques es un héroe universal por excelencia, su acción humanitaria ha merecido que se le llame El Schindler Mexicano. Una gigantesca oleada de gente llegó entonces a nuestro país, los mexicanos de entonces se amontonaban en los muelles adonde iban llegando los barcos de refugiados, iban con los brazos extendidos y el corazón en la mano, libres de todo egoísmo, iban a ver qué podían hacer por el prójimo que llegaba en desgracia, ninguno miraba a los migrantes como alguien que venía a quitarles el pan, el techo o el abrigo. Era, todavía, un México revolucionario y generoso. Y esto no lo afirmo gratuitamente, existen testimonios muy bien documentados de todo ello.

Los sucesos que estamos viviendo al día de hoy en este país me hacen reflexionar y preguntarme ¿Qué nos pasó? ¿Dónde ha quedado ese México humano y generoso que juran los niños todos los lunes? De verdad ¡En qué nos hemos convertido! Me llena de indignación leer en las redes comentarios que exhiben el más profundo egoísmo, la más terrible individualidad. Comentarios que vienen de todas partes de nuestro país y, para mi vergüenza y dolor, los peores son de gente local. Cuando a alguien se le ocurre tratar de defender la situación de los migrantes centroamericanos, con una ferocidad digna de mejores causas y en el mejor de los casos, se le responde: “Y a cuántos de ‘esos’ te vas a llevar a tu casa”; y en ese “ESOS”, se encierra toda la más profunda viralidad en contra de éstos, que son nuestros semejantes, que son parte de Nuestra América, la que soñaron unida Bolívar y Martí.

He sido educado en el modelismo, que es una filosofía de vida que se rige por dos principios universales: “Para sí, para todos” y “Trata a los demás cómo quieras que te traten a ti”; es por eso que mi corazón se indigna ente el egoísmo de todos aquellos que están rechazando la posibilidad de apoyar, como se pueda, a nuestros hermanos de Honduras, de El Salvador, de Perú, de Paraguay o de donde fuera, pero que son parte de Nuestra América. Tenemos que retomar sin dilación alguna, ese México humano y generoso que tanta falta nos hace hoy.

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