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Para el activista y asesor en derechos humanos Alberto Athié Gallo el ataque registrado hace un par de días en la casa del cardenal y arzobispo emérito de México, Norberto Rivera Carrera, parece más un mensaje dirigido al propio clérigo antes que un intento de robo, principalmente por todas las circunstancias que rodean este suceso.

En entrevista, el ex sacerdote dijo que se trató de un aviso: “Eso es lo que se está concluyendo ahora: tocaron a la puerta, entregaron una carta y le dispararon al guardia. Al margen de eso, se trata de un clérigo, un cardenal, quien sufre un atentado así. La pregunta es: ¿Por qué tiene guardias de seguridad armados en torno a su casa siendo ya una persona retirada?... Entiendo que antes era necesario por su condición de cardenal, pero ahora está retirado. Me pregunto: ¿Quién mantiene ese servicio? ¿Es un servicio privado o es por parte de la autoridad de la ciudad? Obviamente, por lo visto, se trató de un mensaje dirigido a su persona… ¿Por parte de quién? No lo sé…”

-¿Tendrá que ver esto con lo que ha representado Norberto Rivera en México? Usted, por ejemplo, en su lucha por la justicia, lo encaró para afrontar la pederastia en la iglesia católica.

-Bueno, ahora entramos al terreno de la especulación. Tratar de explicar de quién pudo provenir el mensaje es especular. Nosotros llevamos casi 20 años en esto, pero nunca hemos ni comprometido la integridad de nadie ni mucho menos hemos llevado procesos ilegales. Todo ha sido a través de la legalidad. La última demanda que hicimos en su contra (de Norberto Rivera) fue por encubrir a 15 sacerdotes, y la hicimos ante la PGR. Nuestra lucha pasa siempre por la reconstrucción de la verdad histórica de las víctimas. Porque nosotros queremos justicia legal, aunque no sean todas las justicias que merecerían las víctimas. La justicia debe ser un factor fundamental y constitutivo de los estados modernos.

Alberto Athié Gallo es hoy por hoy una de las figuras referenciales en el ámbito de los derechos humanos no sólo de México sino de varios países de América Latina. Ejerció el sacerdocio durante veinte años y renunció a la iglesia católica en 2003. En 2016, recibió la Medalla Emilio Krieger por defender los derechos humanos de las víctimas de la pederastia eclesial.

Ahora está en Mérida para impartir una serie de talleres en el marco de la “I Jornada de innovación participativa: Mérida me mueve”, organizada por el ayuntamiento de esta ciudad. Frente a unas 30 personas, el maestro Alberto Athié interviene, reflexiona y entabla el diálogo con sus interlocutores. No necesita más. Ahí está todo: el hombre, su voz y la coherencia que de manera irremediable le ha acompañado desde hace más de veintitrés años.

La cruzada de Athié Gallo por la justicia para las víctimas de pederastia en la iglesia católica comenzó cuando el sacerdote Juan Manuel Fernández Amenábar le reveló los abusos sexuales de los cuales había sido víctima, durante años, por parte del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel.

-Entiendo que usted le pidió al padre Fernández Amenábar, en su lecho de muerte, que perdonase al padre Maciel.

-No, no fue en su lecho de muerte. En realidad, él estaba muy enfermo e internado en el Hospital Español, pero un día fuimos a comer. Le había dado una embolia que le paralizó medio cuerpo; tenía, además, una pierna muy hinchada y algunas dificultades para expresarse. Aunque no había problema de comunicación que me impidiese entender lo que quería decirme. Nos comunicábamos con claridad. Por mi lado, mi mensaje fue una invitación para que perdonara a su agresor, al padre Maciel y, por otro, la búsqueda de la justicia, que es un pendiente que sigue todavía.

-¿Y usted, maestro, ha perdonado?

-Yo no tengo odio contra nadie, yo nunca fui una víctima de ningún agresor. No tengo odio ni resentimientos ni ganas de desquitarme, pero sí siento una gran indignación.

-Sin embargo, vio de cerca el sufrimiento y se solidarizó con las víctimas.

-De algún modo me tocó vivir ese sufrimiento. Además me marginaron, siempre se me bloqueó y se me sigue bloqueando en muchas cosas. De hecho, tuve que salir del país. No tengo odios ni ganas de desquitarme, aunque sí tengo una gran indignación. Y por supuesto que seguiré luchando porque en México, que ha sido un país muy atrasado, de los más atrasados del mundo en cuestión de justicia para víctimas, algún día se haga justicia tal y como está pasando en Chile, donde el gran jurado reconoció que las de víctimas del padre Fernando Karadima (ex sacerdote expulsado de la iglesia el 27 de septiembre de 2018 por el Papa Francisco; en 2010 se dio a conocer la existencia de denuncias en su contra por abuso sexual) sufrieron años y años de desprecio y que Karadima y sus secuaces, por llamarlos de alguna forma, habían estado protegidos en sus abusos. Por eso ahora exigen la reparación de daños. Esto significa que hay un paso histórico mayor en Chile que en México. México sigue atrasadísimo; se siguen considerando estos delitos como del fuero común, no los quieren asumir en toda la parte organizada que, lamentablemente, se diseñó dentro de la iglesia como un mecanismo de protección institucional a nivel mundial, pero no quieren asumir la responsabilidad de que hay que hacer una investigación sobre todos los procesos de encubrimientos que se han realizado en favor de los agresores y en parte el cardenal Norberto Rivera está implicado en ello, claramente.

-Todavía faltará mucho por desentrañar en cuanto a abusos…

-Todavía falta mucho desde el punto de vista de la legalidad y de la aplicación de la ley por parte de las autoridades. Hay una especie de complicidad en la cultura católica más allá de las leyes, incluso de la separación de Iglesia y Estado, de los fueros que, se supone, ya no debía existir y sin embargo, existen, de esa especie de respeto...

Me ofreció hacerme obispo para que

me callara

-¿Podría usted reconstruir con precisión el momento en el que decidió dejar la iglesia?

-Por un lado, me di cuenta aquí, en México, que la autoridad más importante, que entonces era el cardenal Norberto Rivera, no estaba dispuesta de ninguna manera a que se tratara el asunto internamente en la institución; yo se lo pedí de alguna forma. Y entonces, al darme cuenta de eso, tuve la oportunidad, por el trabajo que yo hacía por la paz y la reconciliación en Chiapas, de hablar con el nuncio Justo Mullor García. Fue el nuncio -aunque después lo negó-, quien me recomendó escribirle al entonces cardenal Joseph Ratzinger (posteriormente el Papa Benedicto XVI). El nuncio también me pidió explícitamente que no lo mencionara, lo cual me dejó extrañado, pero yo de todos modos lo mencioné en la carta. O sea, me di cuenta de que el trabajo de la institución en estos casos era tomar distancia, no actuar, guardar silencio, e incluso proteger deliberadamente como lo hacían Rivera, en México, y el cardenal Sodano, en Roma, entre otros. Y luego vinieron todos estos silenciamientos y bendiciones directas del Papa Juan Pablo II. El Papa reconoció a Maciel en 2004 por toda su labor sacerdotal. La pregunta era ¿Cómo es posible que un Papa, después de tantos años, haya hecho un reconocimiento público del padre Maciel de esa magnitud, sobre todo cuando la información estaba en los medios?... No se puede creer que no le hayan dicho antes. Ante eso presenté la carta. Se la entregué al obispo Talavera. Él regresó y me contó, textualmente, que el caso Maciel no se podía abrir porque era una persona muy querida por el Santo Padre y había hecho mucho bien a la iglesia. Entonces advertí que no había nada qué hacer, que la máxima autoridad en la materia no iba a actuar conforme a la justicia, entonces decidí retirarme; primero, desde el punto de vista personal. Pero después el cardenal Rivera, antes las presiones que recibió, me ofreció hacerme obispo si yo me callaba. No acepté. Me dijo entonces que me fuera de México, que no quería verme aquí; me fui a Chicago, en una especie de autoexilio de dos años. Año sabático, como les suelen decir. Me tuve que ir buscando un espacio oficial; recuerde que los sacerdotes no podemos movernos de forma arbitraria. Entonces busqué una causa. Ese tiempo me sirvió para reflexionar que el problema no sólo era en México, sino también en Estados Unidos. En aquella época apareció una investigación periodística sobre los abusos de sacerdotes en Boston, y la protección en esa diócesis. Ahí fue cuando me pregunté qué estaba pasando, por qué defender delincuentes, de dónde sacamos el fundamento evangélico que dice que hay que proteger delincuentes como parte de nuestra misión. Todo era cuidar la imagen… una forma de corrupción y de impunidad. La iglesia decía: no toquen a los míos. Y eso ha hecho un daño mayor, un daño espantoso: ahora están los casos de Pensilvania, de Irlanda, de Alemania, de Chile, de Australia y de Canadá y en todos se ha repetido el mismo modelo de encubrimiento. Es un problema mundial, según lo vislumbramos. La iglesia no sabe qué hacer. El Papa Francisco ha aprendido a condenar con las palabras, en eso es muy bueno, pero lo que tiene que hacer ahora es terminar con el protocolo.

Doble moral

-¿Qué opina de la migración hondureña?

-Es un derecho humano el poderse mover en cualquier parte del mundo cuando uno lo quiera hacer. Es un derecho como tal y si esta situación de movilidad, además se ve forzada por hambre o por persecución política o por riesgo de vida o lo que sea, por supuesto que con mayor razón, y ahí entra el derecho internacional humanitario. A estas personas se les debe proteger en su camino hacia búsquedas de mejores condiciones. En México nosotros hemos ejercido en los hechos, durante años, esta movilidad de millones de mexicanos que han ido a Estados Unidos o a otros países en busca de condiciones más adecuadas porque quieren vivir mejor, y nosotros nos hemos indignado por el maltrato que han recibido nuestros connacionales cuando entran a Estados Unidos. Hemos pedido que se les reconozcan sus derechos. Entonces cómo explicar esta doble moral y esta doble conducta legal frente a centroamericanos que se mueven en una búsqueda forzada en pos de mejores condiciones de vida, sobre todo si en Honduras se vive una situación infrahumana. El mismo presidente electo dijo que no estaba de acuerdo en una forma de migración forzada, eso es magnífico; pero no porque lo diga no sucede, sí sucede. Lo que él tendría que hacer y pedir es que se respeten los derechos de estas personas, que se les dé atención humanitaria particular y que no se les impida caminar en busca de mejores condiciones que no encuentran en México, aunque el presidente electo ofrezca visas de trabajo. La verdad es que la gente quiere ir a Estados Unidos. Nosotros tenemos que crear las condiciones jurídicas y las garantías de los derechos de los hondureños como migrantes, de la misma manera que se lo hemos pedido a Estados Unidos para nuestros connacionales o para nuestros niños separados de sus padres. Entonces no actuemos como patio trasero de Estados Unidos, no actuemos para proteger a ese país… ¿Dónde está nuestra política seria en materia de tratados internacionales?... No existe.

-¿En qué proyecto trabaja ahora?

-Estoy escribiendo sobre el fenómeno de la pederastia en México, que no sólo se da en la iglesia sino también en las familias, en las escuelas. Ahí tenemos el caso más reciente: 36 niños abusados en un kínder. Esto es un problema que todavía no tiene la atención que merece. En México hablamos mucho del cariño a los niños, pero, por otra parte, somos el primer país en abuso sexual infantil y la mayoría de este daño ocurre dentro las familias.

-A estas alturas de su vida, ya en perspectiva ¿Cómo se definiría?

-Como una persona que ha intentado buscar siempre el sentido de la vida, y que moriré buscando eso: espero morirme viviendo, buscando el sentido de la vida, lo que vale la pena.

(Joaquín Tamayo Aranda)

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