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Yucatán

La adulación, el canto de las sirenas

Pilar Faller Menéndez

Todos los aduladores son mercenarios, y todos los hombres de bajo espíritu son aduladores.-

Aristóteles

Tan antigua como el mundo, la adulación existe y se esconde detrás de muchos, que con sus halagos estudiados y la exaltación exacerbada de las características positivas de una persona pretenden ganarse la voluntad de alguien con fines interesados, probablemente porque se sienten incapaces de conseguirlo por mérito propio y deben recurrir a esta práctica deshonesta que los convierte en una especie de cortesanos que se denigran para conseguir su propósito. Por lo general la adulación va dirigida a personas con cierto poder o riqueza, muchas veces es descarada, pero aquellos que son expertos en practicarla, encuentran maneras sutiles de alabar, aplaudir y concordar incondicionalmente con alguien, que de no tener bien puestos los pies en la tierra, puede caer en esa trampa.

La adulación no debe confundirse con aquellas personas que son merecedoras por sus méritos, un verdadero aplauso y reconocimiento a sus logros o acciones así como de las virtudes que los acompañan, sin la intención de buscar los reflectores, al actuar por convicción y de manera desinteresada, cosechando la admiración genuina de los demás.

“Quien oye aduladores, nunca espere otro premio”, es una moraleja que proviene de una fábula de Félix María Samaniego, “El zorro y el cuervo” que hace una advertencia sobre las consecuencias de confiar en aquellos que se acercan con adulaciones y halagos, cuando en realidad guardan una segunda intención.

Dejarnos llevar por satisfacciones superficiales, como el de escuchar constantemente halagos, puede impedirnos percibir la realidad de las cosas, ya que muchas veces, cuando ya no somos necesarios mucha gente que se encuentra a nuestro alrededor desaparece de nuestras vidas y es cuando nos damos cuenta de que mientras les fuimos útiles, permanecieron a nuestro lado, o bien cuando estamos en la cima, la gente nos rodea y quieren estar presentes en todo momento, deshaciéndose en elogios que no son otra cosa más que el canto de las sirenas.

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