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Yucatán

Faulo M. Sánchez Novelo

Llego a las 10 en punto a la Plaza Grande --en realidad son las 9 de la mañana, por aquello del cambio de horario--y lo primero que se me ocurre es coronar la plaza, es decir, darle la vuelta completa para contar cuántos limpiabotas trabajan en el lugar. Cuento nueve en total, pero de ellos sólo uno estaba boleando el calzado de un caballero. Los demás dormitaban en sus sillas en espera de clientes o en espera de que Morfeo los atrapara por completo. Veo que una persona hurga en los contenedores de basura. No tiene facha de indigente y lleva el pelo teñido. ¿Será un investigador?

Durante mi recorrido triunfal me encuentro con un viejo conocido de Motul. Nos saludamos.

--Aquí estamos, puro jubilado del Banrural, me dice.

--¿Vienen aquí todos los días?

--Sí, venimos a cotorrear un rato.

--¿Sigues en la Biblioteca Yucatanense?, me pregunta.

--No, hace unas semanas entregué el changarro.

--¿Y dónde estás ahora?

--Soy colaborador de tiempo completo en el POR ESTO!

--¡Qué bueno!

Nos despedimos y me dirijo a sentarme en una de las bancas del lado oriente de la plaza.

Recuerdo entonces que en los años setenta del siglo pasado, Evilacio Pereira Trujillo decía que en Yucatán sólo había dos estaciones: la del tren y la del calor. Como el tren desapareció hace muchos años, ahora sólo nos queda el calor. Estamos en pleno otoño y el bochorno se resiente como si estuviéramos en verano.

Aquí en la Plaza Grande el tiempo transcurre lentamente, al menos para los que nos rascamos la panza y vemos desfilar ante nuestras narices a una oleada variopinta de personas, entre lugareños y visitantes nacionales y extranjeros.

La Plaza Grande luce tranquila a esta hora, seguramente porque es san lunes. A mi costado derecho está sentado un joven que lleva un gafete, en tanto que a mi izquierda una joven absorta escucha música en su teléfono celular a través de unos audífonos.

Un agente de la Policía Municipal --a punto de ingresar a la categoría ganadora de pasados de peso-- hace su ronda con total displicencia. Usa chaleco antibalas sobre su uniforme azul pavo, aquí en la ciudad más segura del país. Me imagino que se ha de asar debajo de semejante indumentaria.

Una persona mayor, que lleva una gorra de beisbolista, atraviesa el arriate de metal y se acerca por detrás a otra persona mayor y le hace caricias en sus abultadas llantas, mientras le susurra algo al oído. El que está sentado lleva una camiseta sport sin mangas color roja y, por lo que vi, ni se inmutó. El senescente de la gorra de beisbolista sigue su camino como si nada.

Algunas personas leen el periódico; un nutrido grupo de turistas recibe explicaciones de un guía mientras intentan explorar la plateresca fachada de la Casa de Montejo. Otros se toman fotografías junto a las letras de colores M (azul), É (verde), R (rosado), I (rojo), D (amarillo) y A (naranja): MÉRIDA.

No sé por qué en ocasiones me da por pensar que el nombre de nuestra ciudad se puede descomponer fácilmente en otra, con solo cambiar de posición unas letras: M (azul), I (rojo) E (verde), R (rosado, D (amarillo) y A (naranja): MIERDA. [Tengo que consultar a mi sicoanalista al respecto].

Una promotora menuda de cuerpo, que lleva pantalón de mezclilla y camiseta verde-- aborda a una pareja de visitantes. Una de ellas va en silla de ruedas. Las dos son rubias. La promotora les habla en inglés pero ambas parecen desconcertadas. Les habla en español y entonces responden.

--¿Ya fueron al mercado de indígenas?, les pregunta.

--Aún no, responde la que puede caminar.

La promotora les da una dirección que no alcanzó escuchar. ¿Se referirá acaso al Lucas de Gálvez?

Frente a la banca en la que me encuentro pasa una parvada de turistas norteamericanos. La mayoría lleva ropa ligera y se ve que el calor los agobia. Menudean las cámaras fotográficas en sus hombros y manos.

Un par de adolescentes de preparatoria, tomados de la mano, retozan por el parque. Se sientan pero en un santiamén se ponen de pie y prosiguen su andadura. Por la hora (10:25) deberían estar en clases, pero es obvio que hoy hicieron pudzescuela.

Se me acerca de pronto una chica y me dice:

--Buenos días, ¿me permite darle una información sobre salud?

Digo que sí:

--Mire, dígame qué enfermedad tiene.

--Afortunadamente ninguna en este momento, le respondo.

--Pero seguramente se le hincharán los pies, le dolerá la espalda, la cabeza.

[¿Luciré tan desmejorado?, elucubro]

--No, nada de eso.

Mi respuesta la deja un tanto sorprendida.

--¿Ud. trabaja?

--Sí

--Entonces seguramente le dolerá el cuello, los hombros, las manos...

--No.

--Si gusta, puede acompañarme aquí enfrente a una sesión de masaje sin compromiso.

Declino cortésmente, pero luego me arrepiento porque no habría perdido nada. Me deja un volante del negocio para el que trabaja: MegaSalud.

Antes de que se retire le pregunto cómo se llama:

--Isabel, responde y continúa su tarea.

El joven del gafete que estaba a mi derecha se ha ido y poco después llega una chica que me saluda con los "buenos días" y se sienta a mi lado. Al igual que la chica sentada a mi costado izquierdo escucha música por su celular y al mismo tiempo checa sus redes sociales. La chica de la izquierda parece que lee su agenda pero noto que tiene los ojos entrecerrados. Pienso que el calor la está adormilando o bien la música que escucha.

La chica recién llegada estira los brazos, como para desentumecerse. Le marca a alguien:

--¿Bueno, Johnny? Viste, ya le deposité y la mandé la foto del ticket. Bueno, a le avisas, por favor. Gracias.

Marca de nuevo, pero esta vez nadie le contesta. Aprovecho para presentarme y le pregunto si la puedo entrevistar para POR ESTO!

Me dice que se llama Yara.

--¿A qué viniste a la plaza grande, Yara?

--Vine a sentarme, a tomar un poco de aire, a digerir algunas cosas... sí.

--¿Cuántos años tienes?

--24

--¿Trabajas?

--No, bueno sí, en mi casa. También voy a limpiar unas oficinas dos veces a la semana en San Juan Pablo II, pero eso no es trabajo.

--¿Estudias?

--Ahora no, estudié secundaria abierta.

--¿No te interesa seguir estudiando?

--Como que sí y como que no. Me desanimo. Además tengo un bebé de tres años.

--¿Eres madre soltera?

--Sí, pero no me arrepiento, es un regalo maravilloso que me dio Dios y la vida. Es un reto.

--¿Cómo se llama tu hijo?

--Yael

--¿Y dónde dejas a tu hijo ahora que no estás con él?

--Va a la guardería, pero hoy no fue y está con mi mamá.

Yara me cuenta que tuvo cita en el Hospital O´Horán porque tienen que operarla de la vesícula.

--Es difícil conseguir donadores de sangre, casi nadie quiere.

--¿Alguien de tu familia?

--Sí, podría ser mi hermana, pero ella trabaja. Estoy en la idea de desistir.

--¿Es difícil ser madre soltera?

--Muy cabrón, me dice y nos reímos. Más sincera no puedo ser, añade.

--¿Y el papá de tu hijo?

--Se fue a trabajar fuera de Mérida dizque para tener mejores ingresos pero le descubrí sus cosas y nos separamos. No me ayuda en nada.

--¿Haz pensado en rehacer tu vida?

--Sí, pero temo equivocarme de nuevo, tengo dudas. Me gustaría algo serio, encontrar a alguien que me quiera, que me respete, que me apoye, que quiera a mi hijo, no nada más que se quiera divertir conmigo. Si no quiere a mi hijo ¿cómo? Mi hijo es lo más importante.

Confiesa que es una madre muy aprehensiva, porque desde que nació Yael le preocupaba que oyera y viera bien, que no tuviera ningún problema. Me dice que aunque fue cesárea ella se preocupó por cuidarlo desde el primero momento, como lo sigue haciendo. Yael es su prioridad.

Yara lleva unos tenis azul marino, un pantalón de mezclilla y una playera azul con vivos blancos y con la leyenda LOVE.

Me comenta que corre, que hace ejercicio "no por vanidad sino por salud. Para no estar ni tan gorda ni tan flaca".

--¿Y tsted engorda?, me pregunta.

--Sí, por eso también trato de hacer una hora de ejercicio al día, le digo.

Le preguntó cómo recibieron sus papás la noticia cuando les comunicó que iba a ser mamá:

--Mi papá no me dijo nada; mi mamá sí estaba enojada pero al final dijo: Ni modos, es mi nieto. Ellos no creían que estuviera embarazada porque no hice panza sino hasta los siete meses. Tampoco tuve mareos ni vómitos. Tranquila, calmada. Nunca dejé de hacer mis labores en mi casa. Tampoco mis amigos creían que estaba embaraza. Sólo me decían: te estás poniendo un poco más gordita...

Dice que siempre supo que su hijo sería un varón y cuando le hicieron el ultrasonido se confirmó su pronóstico.

--Va a ser muy travieso, le dijo la doctora. Y no falló, dice.

Yara es la menor de cinco hermanos, pero dice que es la más madura que los otros cuatro porque les da consejos. Asegura que uno de sus hermanos no se quiere casar "porque no quiere que lo mande ninguna vieja, porque no quiere asumir responsabilidades, porque no quiere dar explicaciones a nadie de nada".

Chocamos de carácter porque él es el consentido de mi familia. A veces trabaja y a veces no. Mi mamá todo el tiempo le está dando cosas, en vez de que él le da a ella. Pero yo la comprendo porque sé que el corazón de madre es muy grande, a pesar de que los hijos sean un desmadre, allí está ella para darles la mano.

--¿Qué piensas de la política?

--Ni para bien ni para mal. Pero yo no soy de las personas que solo critican pero no se involucran. Todos los políticos hacen cosas buenas y cosas malas, pero la gente sólo se fija en las malas aunque hagan cosas buenas.

--¿Quién era tu candidato?

--Yo voté por AMLO porque siempre dije que iba a ganar. Pero en mi familia, mis tías, por ejemplo, votaron por Mauricio Vila Dosal porque les hizo sus pies de casa y no les cobró ni un quinto. La verdad es que trabajó bien, señala.

--¿Ponen altar de muertos en tu casa?

--En mi casa no, pero en casa de mis tías sí. Ellas le ponen lo que piden los difuntos.

--¿Pero cómo saben ellas qué piden?

--Porque ellos se manifiestan por los sueños, ellos dicen qué comida quieren, qué trago, qué quiere fumar...

--¿Tú crees que es así?

--Sí, porque entre los vivos como entre los muertos hay sus cabrones.

Me despido de Yara, que vive en el Fraccionamiento Cielo Alto, allá por la 42 sur, y le agradezco su confianza. Le prometo que cuando se publique la entrevista le mandaré la liga a su celular, cuyo número de proporciona.

--¿Entonces voy a ser famosa?, pregunta.

Inicio mi retorno a la redacción de POR ESTO!. Son las 11:30 horas, el sol castiga con más rigor. En el trayecto de la 61 a la 73 el ruido que emana de numerosos comercios es infernal. Y eso que estamos en una "ciudad inteligente" del siglo XXI.

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