El día que Hernán Lara Zavala decidió ser escritor, definió también que no abordaría los mismos temas que otros contemporáneos suyos, entonces inmersos en la literatura de compases urbanos con fondo de música rock. Buscó algo distinto y lo halló en el paisaje de su memoria peninsular sostenida por Yucatán y Campeche. Lo hizo, de algún modo, inspirado por la influencia determinante de un libro llamado In our time (En nuestro tiempo), de Ernest Hemingway. De la visión sumaria de todos esos factores, del encuentro con las aventuras de Nick Adams –alter ego del joven Hemingway- y del parangón con sus propias experiencias, surgieron los cuentos que conformarían De Zitilchén, una pieza de singular madurez en la narrativa corta. Ahora, casi cuarenta años después, y ya en pleno vigor creativo, Lara Zavala ha tomado quizás como modelo uno de los más famosos relatos del escritor norteamericano, El viejo y el mar, para dar pie a Macho Viejo. Pero a diferencia de la primera vez, esta novela que hoy nos presenta va a contracorriente de los preceptos de Hemingway y es, en simultáneo, una abierta exposición sobre lo incomprensibles que suelen ser los gestos machistas llevados hasta sus últimas consecuencias. De entrada, se trata de una novela incapaz de aceptar los bárbaros comportamientos del hombre en aras de mantener su preminencia tanto con las mujeres como con su entorno. Así, mientras Hemingway le rinde tributo al combate contra la adversidad de la naturaleza, Lara Zavala se une a ella, en la soledad de Puerto Marinero, para homenajearla a través de diferentes animales que desfilan por las páginas del libro. Más que animales, más que criaturas salvajes, son personajes por derecho propio, emblemas o símbolos que representan a los seres queridos del Macho Viejo. Isaías, el pargo herido en una cueva submarina, es una dolorosa metáfora sobre la traición involuntaria en la amistad, a causa de una indiscreción. Lucero, la venadita, es la transfiguración de Rosa Wigge, el amor de su vida. Y, al salvarla, “Macho Viejo” sólo está intentando compensar su conciencia, sacudirse el laberinto del remordimiento, porque antes no pudo salvar a Rosa. A ratos, en esta obra, los roles se invierten: los animales son más ejemplares, en el sentido moral de la palabra, que los propios seres humanos; lo mismo que sucede en esa extraña fábula que a veces es la realidad.
Por todo esto, habría que señalar que Macho Viejo se sitúa como la novela más reflexiva y, por ende, quizás la más personal e íntima de Hernán Lara Zavala desde la perspectiva de sus sentimientos. Digamos que es un pase de lista a sus valores éticos y emocionales, aunque también explora la temperatura de sus nostalgias con respecto al mundo. Es, en síntesis, un profundo viaje hacia sí mismo, hacia el mar irrepetible que hay en cada uno de nosotros, todo ello a través de la existencia del doctor Ricardo Villamonte, alias “Macho Viejo”. La novela inicia y concluye ante el mismo océano, aunque no frente al mismo hombre. El macho ha transcurrido y cambiado; el mar sigue siendo igual y en ello precisamente radica su enigma indescifrable. Narrado mediante capítulos breves, el texto tiene una trama enriquecida por voces en primera, segunda y tercera persona, que campean entre el tiempo pasado y el presente activo. De párrafos redondos, hechos por un narrador con el pulso firme del cirujano, a semejanza del doctor Villamonte, alterna el tono conversacional con el ritmo vertiginoso de un lenguaje lleno de impulsos líricos. Los monólogos interiores del Macho viejo poseen la noción y el fraseo del poema en prosa y, por instantes, la penetración del aforismo. Por sí solos, esos fragmentos podrían constituir un relato de furiosa intensidad, totalmente ajeno a los episodios descriptivos, aunque sin perder la coherencia y la claridad de la historia. He aquí una breve muestra: “Los hombres nos enamoramos de las apariencias, las mujeres de las experiencias”. O esta otra: “Le han dicho viejo, pero no haga caso. La vejez, para los dioses, es de color verde”.
Luego de regresar una y otra vez sobre algunos de sus pasajes, advierto que el verdadero macho viejo es el mar, alma de la tierra, le dice Hernán. Y es que, como alguna vez escribió Alessandro Baricco: “Se puede uno bajar del barco, pero del mar…”
Comparto esa impresión siempre desconcertante, de navegante desamparado, porque en esta obra el océano entrega y arrebata, arropa y desnuda, cede e impone, manda y obedece, refleja y distorsiona lo que somos, lo que fuimos, como en un espejo de cuerpo entero. No tengo duda: tras la lectura de Macho Viejo, de Hernán Lara Zavala, lo pensaré dos veces antes de volver a meterme al mar.
Lara Zavala, Hernán
(2015).- Macho Viejo
Alfaguara
(Joaquín Tamayo)