Yucatán

Pilar Faller Menéndez

En muchos hogares de Mérida se cuenta con una o más trabajadoras del hogar que comúnmente son llamadas “muchachas” de las cuales unas trabajan de “entrada por salida”, que quiere decir por día, y otras permanecen viviendo en las casas de los patrones para los que trabajan, muchas veces en condiciones deplorables en lo que se refiere a la habitación que les asignan, en donde la mayoría de las veces es también el área de lavado, por lo que les dejan justamente un espacio para que puedan colgar una hamaca.

La generosidad para con ellas no existe, porque si bien hay familias que pueden darse el lujo de mandar a bañar a sus mascotas, servicio por el que pagan hasta 150 pesos, el sueldo por día para una trabajadora del hogar oscila entre los 250 y los 300 pesos, sin tomar en cuenta los gastos de transporte en el que incurren, porque muchas veces provienen de poblaciones cercanas a Mérida, y algunas veces, deben de venir de lugares más lejanos, con el fin de poder ganar el sustento para ellas y sus familias.

Hay que tomar en cuenta que el trabajo que realizan es 100% físico, el cual implica un agotamiento mayor, ya que nunca realizan sus labores sentadas y en ocasiones es en esta posesión en la que toman sus alimentos, que no son los mismos que comen los dueños de la casa, sino que se trata de sobras o huevos revueltos, ya que la carne, dicen, está cara y ellas comen mucho, por lo que para que puedan sentirse satisfechas completan su comida con tortillas de maíz, que probablemente es un alimento con el que están familiarizadas, y que quizá les recuerde el hogar que dejaron.

No han firmado ningún contrato con sus empleadores, y aquellas que pernoctan en sus lugares de trabajo, por lo que las horas de trabajo no están estipuladas, sobre todo las de las “fijas” que en caso de haber niños en edad escolar, deben despertar para prepararles el desayuno antes de ir a la escuela y ver que se vistan, estar preparados etc. Así comienza su día con las múltiples labores que debe realizar, que finalizan muchas veces, después de lavar los platos de la cena. Definitivamente son jornadas agotadoras, en donde algunas veces tienen un fin de semana de descanso cada quince días, y las vacaciones son de acuerdo a lo que hayan estipulado con los patrones, pero, por lo general, son consideradas los días que se ausenta la empleada doméstica para asistir a la fiesta de su pueblo, que dura aproximadamente una semana. Por lo que Navidad, Año Nuevo, Día de la Madre y cualquier otro festejo son como un día más, porque para ellas no hay día inhábil.

En algunos hogares el panorama no es como el descrito anteriormente, son vistas como parte de la familia (pero no se les exime de trabajar, ni sentarse en la mesa a comer con la familia) aunque los patrones son más generosos con ellas.

Podría decirse que el trabajo doméstico es “heredado”, ya que aproximadamente un 43% tanto las generaciones de empleadores como de las empleadas domésticas, continúan esta relación de trabajo. Desgraciadamente son muy pocas las familias que se preocupan por la superación educativa de las empleadas domésticas, por temor a que se superen y abandonen su empleo, o simplemente por el tiempo que ocupan en sus estudios.

Comparado con otras partes del país, estas ayudantes domésticas no son tratadas con desprecio, aunque en estadística una de cada diez denuncia ante las autoridades algún abuso o acoso que hubieran sufrido, ya sea sexual, o una falsa acusación por robo, o hasta en ocasiones un despido injustificado después de muchos años de servicio sin ser remunerados con una liquidación.

Es sin duda una discriminación laboral la que viven estas empleadas domésticas al no estar protegidas ante la ley, no gozar del derecho a tener seguridad social, porque todavía no es considerado un delito no brindar esa prestación, y a pesar de que pueden sufrir de alguna lesión cuando realizan sus tareas, los patrones no cubren los gastos de la misma, dejando desprotegida a una persona que prácticamente es tratada y vista como una esclava, que no se queja, porque existe más necesidad que rebeldía, cuando se trata de alimentar a una familia.