Por Lorenzo Salas González
Desde la lectura, en la década de los sesentas, de “El Papa Verde”, del escritor guatemalteco Miguel Angel Asturias, muchos mexicanos empezamos a ver las falacias sobre las cuales Estados Unidos fue construyendo su imperio. Entendimos el concepto de “repúblicas bananeras” que alguien les adjudicó a los países que conforman América Latiana y nos dimos cuenta del “truquito” que ha consistido en comprar materia prima barata y vender caro el producto industrializado. Y lo siguen haciendo hasta la fecha, después de muchas guerras, muchas muertes, muchas luchas y muchas conciencias despertadas. Por eso el gobierno mexicano, socio del norteamericano, vende barato nuestro petróleo y ellos nos venden cara la gasolina.
La sencillez del recurso es tan eficaz que las grandes masas no lo creen, suponen que es una mentira de los enemigos de los gobiernos norteamericanos. Tuvo que venir el tsumani de López Obrador para que nuestros compatriotas se dieran cuenta de la verdad.
Los mexicanos, por nuestra parte, tenemos a los enemigos adentro. Son connacionales ambiciosos, apátridas, carentes de escrúpulos por no decir inmorales, hábiles para hacer negocios, no les importa traicionar a sus más caros amigos y hasta a matarlos si se oponen a sus fines. Si alguien piensa en que estamos describiendo a Carlos Salinas de Gortari no se equivoca, pero así como él, hay varios miles de mexicanos (?) que reúnen las mismas características, las que resumen en una frase: “Mi patria es el dinero”.
Y todo esto lo aprovechan los diferentes gobiernos norteamericanos para seguir explotando nuestros recursos naturales y continuar enriqueciéndose sin más medida que nuestras limitaciones para darnos cuenta de dónde está el enemigo.
Hay quienes creen que el control del gobierno gringo sobre los latinoamericanos es falso, que sólo son justificaciones para nuestra impotencia e incapacidad. Tal vez un ejemplo sonoro y que ha estado varios años en la atención pública de Latinoamérica deje claro el asunto: cuando surgió Hugo Chávez con su discurso anticapitalista, defensor de la América mestiza, que se constituyó en ejemplo para nuestros países hermanos, la prensa norteamericana y sus repetidoras en el resto del mundo, todos se le echaron encima y lo acusaron de violento, grosero, sanguinario, hambreador de Venezuela y fabricante de pobres. No obstante, Chávez llegó a ser presidente de su país.
Hugo reunió a otros presidentes y se convirtió en un peligro para los intereses norteamericanos, que necesitan tener bajo su poder el petróleo y los metales preciosos que tiene Venezuela en su vientre, los que defendió Chávez hasta su lamentable muerte.
Nicolás Maduro llegó al poder en desventaja, pues la derecha nacional estaba aliada con la internacional, las que se le fueron en su contra con todo. Las tácticas para desestabilizar a Venezuela son las mismas de siempre: usar la economía popular para que el gobierno pierda el respaldo de los trabajadores, campesinos y clase media. Como hicieron aquí en México en la década de los setenta, cuando era presidente de la república Luis Echeverría Alvarez, a quien algún atarantado acusó de comunista que porque había ayudado a los chilenos sobrevivientes del golpe de Estado que le dieron al Presidente Mártir Salvador Allende, entonces la maquinaria echó a andar: desaparecieron los víveres elaborados por las compañías gringas, las pastas de dientes, los cepillos dentales, los jabones, el papel sanitario, etcétera.
Esta medida disuasiva produjo un intenso y extenso mercado negro que elevó la inflación de modo acelerado, pero que enriqueció más a los ricos, pues a cada medida del gobierno, le sacaban provecho. Por ejemplo, recogían cuanto dólar caía en sus manos y en lugar de reinvertirlo en México, lo enviaban a Estados Unidos, con lo que descapitalizaron al país y quebraron su economía.
Entonces, igual que ahora –de ahí la advertencia–, la gente se negaba a fortalecer el mercado interno, le llenaba su vanidad comprar comestibles extranjeros, perfumes, ropa, calzado, etc. Y una economía débil es fácil presa para las empresas extranjeras. Por eso no debemos de caer en las trampas del pasado. Démosle preferencia a lo nuestro, a lo que producimos y elaboramos, sin que descuidemos al mercado externo, del cual debemos de sacar toda la ventaja posible, como ya estaba sucediendo, según la versión de Donald Trump, con respecto al Tratado de Libre Comercio.
El gobierno de Estados Unidos nos ha visto la cara de tontos –hay una palabra más sonora pero no hay el deseo de ofender a nadie– desde hace varios siglos.
Hoy, que en forma masiva el Pueblo ha despertado y no le tiene miedo a las palabras ni se traga toda la propaganda que nos hacen llegar como si fueran verdades, es el momento de fortalecer las conciencias, de saber con toda claridad nuestro compromiso como mexicanos, como seres humanos solidarios, que sabe que tiene un valor y que tiene dignidad.
P. S. Después de más de un mes de silencio parcial, los peñabots han vuelto a la carga en contra de Andrés Manuel López Obrador, pero ahora sin groserías, con mensajes suaves, para pensar, convincentes y muy venenosos. Es cuando debemos de estar más alertas, pues aprendieron la lección y quieren hacer creer que están del lado de los morenistas.