Por Cristóbal León Campos
La muerte se hizo común, la violencia se normalizó en la vida cotidiana de México, por todos los medios se difunden noticias sobre hechos relacionados con la muerte; enfrentamientos entre grupos delictivos; desaparición forzada de activistas y defensores de los derechos humanos; asesinatos de periodistas o la vulneración física y moral de la mujer cuya máxima expresión es el feminicidio, muertes por hambre y discriminación. Lo cierto es que a diario sucesos denigrantes aumentan el número de víctimas de una guerra contra la humanidad, que pudiera parecer sin sentido, pero que en la realidad responde a la continua lucha por el poder, el dinero y la dominación de unos sobre otros. Lo cotidiano se manchó de dolor, de silencios, de impunidad que desde arriba se busca implantar en las conciencias para justificar la constante opresión que vivimos, esta relación contradictoria se refleja en todas las acciones del ser humano y tiene su reproducción en diferentes escalas.
En el hogar y en la sociedad acostumbrado a mandar, el hombre busca dominar a la mujer a través de diferentes mecanismos de represión, la económica, la moral (hipócrita), el prejuicio y la violencia verbal y física, el sistema se revela en el patriarcado cimentado en la idea de superioridad masculina y se reproduce socialmente con los feminicidios, la discriminación y la doble explotación. La mujer libre es juzgada, atacada y asesinada con el amparo de las leyes sordas al grito humano de igualdad y equidad.
La estructura social dividida en clases, impone el mando de quien controla el Estado, en México la burguesía manda, somete y explota a los trabajadores de todas las ramas productivas, mantiene su poder mediante aparatos represivos que van desde la Iglesia, el Ejército y la Policía, así como, por medio de la moral y la ética conveniente a sus intereses. Los medios de comunicación difunden esos valores para generalizar el control y asegurar la continuidad del sistema, quien busque la posibilidad de otra realidad es reprimido violentamente, desaparecido y criminalizado, el caso reciente de Ayotzinapa habla por sí solo, pero en realidad toda la historia tiene muestras de esta realidad.
En el seno de la sociedad y dentro de las mismas clases sociales hay constantes disputas internas, que van de las ideologías al control económico, la división por intereses daña el tejido social dispersando el todo en partes confrontadas, hecho que beneficia al dominio de quien manda. Estas disputas en las últimas décadas han alcanzado niveles insospechados porque se acompañan de la degradación absoluta de todo valor humano, la proliferación del narcotráfico y su asunción como una imagen fetichizada, ha provocado que la guerra entre carteles del narcotráfico inunde al país en sangre, todo, con la clara anuencia de los gobiernos federales que por mantener su hegemonía han pactado con bandos específicos y expuesto a la población a un estado de indefensión absoluto. La degradación del capitalismo se muestra en México por medio de la ignominia social y el culto a la deshumanización.
La crítica es enjuiciada, no para el uso de la razón sino para la extensión de la ilegalidad, la persecución a periodistas e intelectuales comprometidos con la verdad y la sociedad acumula, a la fecha, cientos de víctimas y desapariciones. Escenas de muerte cubren a la palabra obligando a la desconfianza, al temor y a la inseguridad que se impregna en el sentir común y cotidiano de la población, ¿cómo creer en las instituciones de justicia si se premia al político corrupto y traidor y se condena al ciudadano crítico de su realidad? El miedo a la verdad conlleva altos grados de violencia que han enraizado su existencia en el seno mismo del poder. La violencia sistémica de nuestra realidad afecta hasta la parte más simple de la organización de nuestro país.
Desapariciones y silencios, impunidad e hipocresía, simulación e inmoralidad son, en suma, los resultados de años de gobierno. Dolor, sangre, balas, ilegalidad, corrupción y violencia no son palabras, son hechos en el México cotidiano, en el andar diario de la patria que se cubre de pena. Todo ello debemos dejar atrás si queremos la verdadera restauración de un orden justo y que busque el bien común. La muerte se hizo común, tan común, que ahora mismo hablamos, leemos y escribimos sobre ella.
Ante el común de la muerte, pongamos el doble empeño por la vida y la humanidad.
*Integrante del Colectivo Disyuntivas