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Yucatán

La ciudad patrimonial que estamos perdiendo por obras de la arquitectura inmobiliaria

Por Jorge A. Franco Cáceres

Introducción

La presencia histórica y el atractivo cultural del paisaje urbano residen en su capacidad de producir múltiples situaciones ciudadanas de convivencia equitativa y democrática. Por esta razón, sostenemos que los debates públicos sobre el desarrollo sustentable de Mérida no pueden girar en torno al lenguaje tecnocrático del mercadeo urbano y la gobernanza demagógica. No puede ser así porque nos convertiría a los analistas urbanos en simples agentes publicitarios del urbanismo especulativo, que propicia proyectos de arquitectura inmobiliaria que son siempre carentes de significado patrimonial e integración urbanística.

Paisaje urbano, arquitectura inmobiliaria y urbanización especulativa

La discusión sobre la integración del paisaje urbano de la capital yucateca ofrece varios ángulos teórico-conceptuales de abordaje. Los más sustantivos se relacionan con el patrimonio paisajístico, es decir, con el valor que tiene el patrimonio cultural asociado a la identidad originaria del urbanismo emeritense.

Se trata de una discusión avanzada hace varias décadas en países del primer mundo, que no ha terminado de aterrizar en ningún ámbito calificado de nuestra ciudad. Con ella han surgido varias incógnitas de interés antropológico: ¿Es importante vincular el concepto de identidad yucateca a la arquitectura inmobiliaria de interés transnacional? ¿Existe una arquitectura yucateca proscrita por los proyectos tecnocráticos del capitalismo inmobiliario? ¿Hemos perdido la ciudad patrimonial por obras de los arquitectos inmobiliarios al servicio de las empresas extranjeras?

El debate sobre la identidad yucateca como un valor del urbanismo emeritense se contrapone a la aparición mercantil de la arquitectura inmobiliaria en nuestra capital, porque esta requiere de la pasividad profesional así como proscribe la crítica ciudadana desde el proceso financiero de la gestión tecnocrática. Sin embargo, en una sociedad clasista que cambia sus hábitos elitistas de vida urbana a gran velocidad por intereses en las inversiones transnacionales, se ha vuelto un imperativo sectorial que se proceda así, es decir, como forma única de hacer urbanismo especulativo desde la profesión arquitectónica.

En consecuencia, los arquitectos inmobiliarios de Mérida no reconocen que son ajenos a la pluralidad histórica y la diversidad cultural, y que por esto no están en condiciones de intervenir en nuestra urbe con respecto a esas cualidades, ni siquiera para servir de modo profesional a los proyectos tecnocráticos de los capitales externos.

A decir verdad, por someterse incondicionalmente a los designios comerciales, esta arquitectura comercial no pasa de imponer objetos arrogantes para ser vislumbrados de lejos, a distancia.

Se trata de objetos urbanos espectaculares pero que son incapaces de producir sensaciones de vida ciudadana equitativa y democrática. Preocupante en el sentido de la sustentabilidad del urbanismo integral, es el aislamiento arquitectónico inmobiliario de perfiles excluyentes en que ha caído la capital yucateca en la zona de alto valor inmobiliario frente a lo que sucede debido a la galopante marginación en el resto de la ciudad.

Conclusiones

No cabe duda que lo que sucede en Mérida debido a la urbanización especulativa de interés transnacional, es una arquitectura inmobiliaria que desconoce la identidad originaria y la problemática urbana. Su trabajo no pasa de ser una caja de resonancia de las tendencias arquitectónicas que figuran como arquitecturas de revistas.

Los debates y las críticas de la arquitectura inmobiliaria deben partir de las respuestas antropológicas que todo conjunto residencial o edificio individual causan en los habitantes nuestra ciudad. No puede ignorarse que unos u otros terminan de construirse por las personas que en ellos habitan y menos que son ciudadanos que incorporan nuevas circulaciones, estancias y maneras de vivir cada espacio urbano.

Una reto a superar son los criterios clasistas y elitistas de los arquitectos inmobiliarios, que aún creen que tienen el poder de determinar desde sus tribunas perfumadas las maneras como los emeritenses han de habitar sus propios hogares y vivir en su propia ciudad.

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