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Algo de Castilla

I.M. Ortuno

Son los alemanes los que saben dar a las expresiones un vigor, que las hace muy propias para expresar ideas y afectos de fuerza y energía.

¿Quién no echará de ver inmediatamente la suma diferencia que hay entre el carácter de la nación alemana y el de la Italiana? Esto es, entre la condición del señor, al oír a un coronel... verbigracia, pronunciar a la cabeza de su regimiento la enérgica voz: ¡Achtung! (atención), y a un coronel italiano gritar (o más bien decir a sus soldados): prepararse a caricare?

La nación que así habla a sus soldados debía necesariamente ser sojuzgada, por la que la hace temblar con sólo aquel marcial: ¡Achtung!

Hablando de la lengua castellana, nótese que en castellano abundan las palabras polisílabas y compuestas, pero son lo mismo que todas las demás de muy bella proporción, “graves, sonoras, enfáticas, ingeniosas, llenas de fuerza y dignidad, como los españoles que las emplean”.

El castellano es de todas las lenguas vivas derivadas, la que mejor y con más pureza ha conservado sus orígenes, tanto en la forma material de los vocablos, como en sus articulaciones, y sonoridad. No faltará razón a los españoles para mirar esto como consecuencia del carácter firme y sostenido que heredaron de los romanos y de los godos, que modificaron después tan bellamente aquellos valientes y caballerescos árabes, cuyas principales virtudes fueron la constancia, la lealtad, el honor, el ardimiento y la magnanimidad.

La lengua castellana se escribe lo mismo que se pronuncia, y esta práctica única y peculiar de los españoles, indica propensión a aclarar las ideas, esto es a facilitar la inteligencia de la verdad, a que ésta sea fácilmente conocida. Los españoles, poco inclinados a las exterioridades, aprecian sobre todo el fin de la intención y procuran, desde luego, penetrarla, por consiguiente su lenguaje debía dirigirse a un mismo tiempo al entendimiento del español y a la imaginación, esto es, debía ser eminentemente conceptual, libre de cualquiera traba que pudiera retardar el vuelo de las ideas: así es que en la lengua castellana no hay repetición continua de artículos ni de pronombres; ni lugar forzoso para la colocación de las palabras; ni fórmulas precisas para casi todas las frases, ni partículas partitivas, ni mucho menos partículas o adverbios referentes como el “ne” de los italianos, o el en y el y de los franceses.

Puede la lengua castellana hacer tomar a la combinación de sus expresiones todas las vueltas, y todos los rodeos que convengan al intento; puede colocar las voces principales en el lugar más propio para hacer resaltar la fuerza de la idea, puede hacer alarde de numerosidad en la estructura de sus frases y puede reducirlas hasta el laconismo del celebrado (veni, vidi, vici) de la lengua latina, pero donde más brillan a porfía la profundidad, el carácter español, es sin disputa alguna, en el asombroso número e ingeniosísimo artificio de los refranes que tiene esta lengua. Don Iván Iriarte colectó 24 mil, y todavía se quejaba de no serle posible reunir los que faltaban.

Los refranes son el fruto de una meditación muy sólida y de una penetración tan pronta como profunda, son por decirlo así, la quinta esencia que saca el entendimiento de la experiencia física y moral de la vida y el pueblo que esto sabe hacer, debe ser esencialmente pensador, reflexivo y atinado en las investigaciones de lo útil de lo bueno, de lo bello, y de la verdad en general, su modo de hablar debe ser la fiel y genuina expresión de sus propios sentimientos.

Por hoy es todo. Saludos.

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