Roldán Peniche Barrera
Yucatán Insólito
Cuando los periodistas ingleses Channing Arnold y Frederick J. Tabor Frost estuvieron en Yucatán de 1906 a 1907, se admiraron de observar la cantidad de veletas existentes en Mérida. Mientras viajaban en el tren de Progreso a nuestra ciudad fueron testigos del exorbitante número de tales imprescindibles molinos de viento que dotaban de agua a los hogares de la clase media (la gente pobre tenía que sacar su propia agua de pozos usando un cubo y una soga). “Mérida pudiera ser llamada la “Ciudad de las Veletas” -dirían en un libro publicado en inglés en 1909-: por ambos lados del tren puede verse en el horizonte una multitud de motores de viento para extraer agua de la tierra caliza”. Y añadían que un vecino yucateco les había presumido alguna vez de que en la ciudad funcionaban 6,000 veletas. Y basados en dicha aserción, bautizaron a Mérida como “La Ciudad de las Veletas”, sobrenombre que todavía se escuchaba en los años cincuenta.
De “Ciudad de las Veletas” a “Ciudad de las Calesas”
Después de unos meses, viviendo entre nosotros y criticándolo todo, estos curiosos británicos expresan: “Con todo, la ‘Ciudad de las Veletas’ podría ser más acertadamente denominada la ‘Ciudad de las Calesas’, y después de describir este medio de transporte con pelos y señales concluyen: “Docenas de estos coches fantasmales nos aguardan en la terminal… Pululan cientos de estas calesas en Mérida y todo el mundo las emplea todo el tiempo. No son lujosas como las que transitan en las grandes ciudades, pero sí lo más conspicuo del lugar”.
Por los años veinte rodaban 800 calesas en nuestras calles
¡800 calesas en los años veinte! Suena increíble tal cantidad de calesas transitando por nuestras calles, mas en un video que nos presentó el historiador Humberto Sánchez en Prohispen, hará algunas semanas, fuimos testigos de la certidumbre de tan pasmoso número de calesas y en cierto momento de su proyección, durante una gran parada en el Paseo Montejo, obsérvanse cientos y cientos de ellas, una tras otra, con sus respectivos caballos y cocheros, y hasta algunos pasajeros. Y es claro, no eran muchos los automóviles de alquiler y la gente se había acostumbrado a efectuar sus diligencias o irse de paseo en calesa por la ciudad, algo que resultaba barato. Más lentamente los coches de alquiler fueron aumentando, y también lentamente desaparecían las calesas. En nuestra época son más bien turísticos, y su número ha descendido notablemente.
Una historia del camino (concluye)
A veces, cuando ella llegaba, se enojaba y tiraba piedras a algunas muchachas. Ellas le decían que era muy sucia y apestaba; y entonces los perros entraban con la ayuda, pues los “chuchos” rápidamente hacían correr a las muchachas. Un día desapareció y dejó de poetizar “La Pisavidrio”. Alguien dijo que en una curva cerrada de la carretera, en la noche, se encontró un cuerpo despedazado por la mañana: aplastado durante toda la noche. La forense logró casi recoger todos los pedazos y en algún momento encontraron un seno casi completo, por lo que lograron saber que eso fue un cuerpo de mujer.
Jorge A. Mijangos H.