Adán Echeverría
“En la segunda parte de nuestra vida, al prepararnos para la muerte, lo que es difícil de abandonar no es el vientre sino el falo”.
J. Campbell.
Hay muchos trucos que permiten ser un “quedabien” de la literatura. Esos que llenan sus libros de dedicatorias que están dirigidas a quienes probablemente puedan fungir de jurados en premios nacionales a los que el autor del libro aspira. Les han hecho creer que ganar premios de poesía, o de cuento, les hace mejores escritores. Creen que con eso son parte de un selecto grupo. Y entonces piensan: Si dedico estos cuentos a Rosa Beltrán, a Beatriz Espejo, a Luis Felipe Lomelí, a Julián Herbert, a los que han ganado este premio antes que yo, seguro se fijarán en mí. Si, además, cuando tenga oportunidad y vengan a mi rancho los llevo a cenar, les invito unas copas en mi casa, junto con todos los compas, y hago una gran recepción, espléndida, seguro se acordarán de mí. Será maravilloso para hacerme su amigo. Eso es no creer ni un ápice en tu propia literatura.
Ya lo he escrito antes: el escritor debe leer, leer, leer, leer, y luego escribir, y corregir lo escrito, y volver a leer, leer, leer. Si escribes más de lo que lees, tienes un gran problema.
Deja de preocuparte por los premios que ganan los escritores mexicanos de tu generación. Yo sigo leyendo a los poetas premiados, a los cuentistas premiados, y me sigo llevando cada chasco. Y no es que sean malos, es simplemente que sigue pareciendo que el dictamen de los jurados permanece en el amiguismo. Seguro que no todas las veces, pero ahí queda asentado con indagar un poco la relación premiado-jurados.
Esto hace que los jurados y editores terminen dejando de lado erratas terribles, sonsonetes, temas de una cursilería tal, hasta en su propia violencia. Todo se trata de los temas de moda: premiarán al que hable sobre narcos, al que escriba sobre cómo ser escritor y la terrible lucha que eso representa, premiarán los lamentos de la pobre poeta perseguida por todos los hombres malos del mundo, sus dramas y sus abandonos. No importa que lo escriba mal, que use el slang argentino –sin razón de ser– junto a palabras de un mexicanismo único desde el mismo personaje. Hay que parecer intelectual. Todo seguirá siendo el Hay que parecer.
Ya lo vimos en aquella antología de ensayo sobre poesía mexicana: “Escribir poesía en México”, donde al menos tres ensayistas escriben sobre el escándalo que se suscitó en una instalación visual en Europa, hecha por una artista mexicana, y que causó revuelo.
Que escribirán hoy esos mismos ensayistas de la poesía mexicana. Seguro algo que diga “Joker” en su tesis: “El joker, un acercamiento a la violencia de los poemas escritos en la CDMX”, “Los poemas que escribiría el Joker si viviera en México”. “De Sor Juana hasta la influencia de El Joker en el imaginario mexicano”, y cosas por el estilo.
Porque muchos de estos autores mexicanos parecen estar convencidos de que tienen que encajar en lo que todos piensan, y que sólo de esa forma podrán agradar a los jurados y editores de México. Ya no bastará sólo sus epígrafes y sus dedicatorias, de pronto toda su obra es para acariciar los pies de los posibles jurados. Una pena en verdad, porque la literatura es totalmente otra cosa.